VALENCIA. Cuando una persona muere, deja un vacío muy grande. Si esa persona era buena, la gente dirá que era muy buena. Si esa persona era mala y hacer la vida imposible al prójimo era su mayor virtud, dirán cualquier otro eufemismo. A la tercera copa, en cualquier conversación sobre él/ella, el eufemismo ha desaparecido.
Aparte del vacío, deja una herencia. Herencia que puede ser pública y visible o que puede llevar alguna sorpresa que se descubre cuando los familiares leen el testamento del finado en el notario de turno. Nuno, para el Valencia, ha muerto. Deportivamente, claro. Y, de momento, no va a volver nadando, como dijo el gran personaje Rinaldi, conocido en ambientes más serios como Claudio Ranieri.
¿Y qué nos ha dejado el tito Nuno a los sobrinos que tantas carantoñas nos hacía en el centro del campo y qué siempre nos decía lo guapos que eramos y lo bien que animábamos? Suponemos que, como ha trabajado bastante duro toda su vida valencianista, sus sobrinos tendrán un buen pellizco que llevarse a la boca. Ha labrado sin descanso el trabajar una forma de juego, unos conceptos que hacían al equipo reconocible y era respetado hasta tal punto que resultaba molesto para los de siempre. Incluso la molestia llegaba a tal punto que el tito Nuno pensó en algún momento en emigrar, en hacer las Chamartinas, para hacer fortuna rápidamente, como un especulador inmobiliario.
Pero no. Tito se quedó y aunque nos repartía alguna colleja, al final siempre nos daba una carantoña y una chuche. Y al final del curso, nos regaló lo que más queríamos, esa pelota con estrellas que perdimos una vez y que tanto nos gusta. Y pensamos que con lo que se tenía, que suponíamos era mucho, el que vendiese aquel cuadro tan bonito de aquel general barbudo no se iba a notar en toda la casa, que tito Nuno seguía siendo el mismo. Quizá con más mal genio, pero el mismo. Con buenas palabras, aunque a veces no lo acabábamos de comprender, tito Nuno nos cuidaba. Pero...
Algo cambió en tito Nuno. De repente, empezó a cambiar los muebles de sitio sin sentido. Nos prometió que no vendería el cuadro, que le daba un aire molón al comedor y que, incluso, compraría algún otro. Pero nos mintió y aunque nos seguía diciendo que éramos igual de guapos, lo mirábamos de refilón, como si fuésemos un negrito en un meme.
Y se dejó llevar. Y empezó a derrochar. A gastar sin sentido. Y gastó y gastó sin obtener resultado. Y nos decía que era el mismo tito Nuno de antes. Pero nosotros intuíamos que no. Uno sabe que está bien jodido cuando el médico en vez de hablar de tu salud, te habla del tiempo. Y aquí se hablaba de todo, menos de la salud.
Y tito Nuno murió. Encontramos el consuelo en el primo Voro, que siempre está ahí cuando lo necesitas. Sin ser malos del todo, pensamos que la muerte del tito era lo mejor. Ya no era él, estaba desquiciado y hubiese acabado por destrozar toda la casa y dejarnos sin nada. Será mejor así.
Ahora tenemos un albacea, que va a gestionar el patrimonio que ha dejado Nuno. Gary Neville se llama. De primeras, Nuno ha dejado un pufo bien gordo, acumulando deudas a un banco llamado Champions League, que nos obliga a quitarnos el balón de las estrellas por otro de colores más feos. No es el mismo balón molón, pero nos hemos de acostumbrar. Puedes botarlo y divertirte igual. Bueno, casi igual. Y nos ha dejado cosas buenas. Un artesano de Paterna hizo una maravilla de mueble, al que llamó Gayà y Nuno, en vez de arrinconarlo, lo puso en el recibidor y lo cuidó de tal manera que ya es parte importante de la casa. Y en un mercado de Lisboa nos trajo una cómoda la mar de elegante que recibe todas las miradas y que no será raro que alguien que nos visite nos quiera comprar para su casa. Porque la verdad es que mola mucho. ¿Y os acordáis del espejo que se rompió antes de verano y que nos obligó a comprar uno deprisa y corriendo y qué también se rompió y al final nos conformamos con aquel perdido en el desván lleno de polvo? Pues limpito y con la luz adecuada queda muy bien en el recibidor, como diciendo a la gente quien puede entrar y quien no. Y casi nos gusta más que el primero. Nos gusta tanto que cuando el restaurador nos traiga el primer espejo, nos vamos a ver en un dilema sobre cual colgar. Espero que el albacea quite el polvo de todo, abra las ventanas para dar aire a la casa y empiece a poner las cosas en su sitio para que todo vuelva a la normalidad, no derrochemos en interioristas absurdos que nos cambian las cosas de sitio, restaure los muebles que tienen algún arañazo salvable y podamos ahorrar para volver a comprarnos el balón de las estrellas. Ese que botamos y que nos divierte como ninguno.
Si volvemos a botar la pelota, todo habrá valido la pena, tito Nuno. Y brindaremos por tu memoria.