Surfeamos sobre una etapa que está fijando una nueva imagen del panorama futbolístico siendo cada vez más difícil aparecer en ella si entidades como la mestallera no espabilan ya. Y ya, es ya...
VALENCIA. La creación de la Copa de Europa fue el primer elemento que distorsionó el fútbol. En un mundo en el cual generar más taquilla suponía una ventaja definitiva surgieron nuevas élites de las cenizas de las antiguas. Probablemente si el VCF hubiera retrasado lo conseguido en los años 40 a la década de los 50 hoy sería un club de unas dimensiones mucho mayores.
Un fenómeno parecido está ocurriendo en nuestra época con lo llamado Champions League. Ese maná trajo dictaduras en ligas de tamaño medio. Una ventaja financiera que aniquiló el equilibrio en economías menudas consolidando a aquellos clubes que supieron hacer coincidir su éxito moderno con la lluvia de billetes de la competición europea.
Belgas y holandeses desaparecieron. En Suiza, el Basilea pasó de equipo sin poder a dictador desbancando a los tradicionales dominadores del campeonato. En Grecia no recuerdan un campeón que no se llame Olympiakos. El Bate Borisov se merendó a los grandes clubes de Minsk ejerciendo una nueva tiranía... y así un largo etcétera.
No tendría mayor importancia si el fenómeno no se replicara en las grandes ligas. En Alemania jamás un club ganó más de tres campeonatos consecutivos. Ahora, el Bayern, levantó hace dos semanas su quinto entorchado seguido. La Juve está próxima a levantar su sexta Serie A en seis años y el Barça ha ganado seis de los últimos ocho campeonatos; que serán siete si el Madrid resbala en alguno de los tres encuentros que le restan.
Sólo parece resistir la Premier League repartiendo equitativamente unos estratosféricos derechos televisivos que han conseguido que el Manchester United ya no tenga capacidad de ser campeón. Aunque trajo otro problema, un efecto aspiradora, secando caladeros tradicionales e inflaccionando el mercado europeo de fichajes.
Así se entiende que año tras año desde hace cinco los clubes clasificados para los octavos de final de la Champions sean siempre los mismos.
Estamos inmersos en la confección de una nueva era, la de los megaclubes, iniciada años atrás con la llegada de inversores que dieron impulso a entidades sin pedigrí. Se trata de entes famélicos, sobredimensionados, que arrasan con todo y cuyo mercado alcanza cotas planetarias.
En pleno cambio de ciclo el VCF fue a caerse de la élite.
A desaparecer de ella en un tiempo en el cual la UEFA anuncia doblar los premios por jugar su competición estrella, y donde la LFP repartirá las ganancias televisivas atendiendo más que nunca al rendimiento deportivo. Le ha ido a pillar todo con unos ingresos ordinarios reducidos a la mitad, enclaustrado en una deuda inasumible y perdiendo una década abonado a una austeridad suicida que no sirvió para nada, más que para perder tiempo y millones, coleccionar gestores estrambóticos e ir a parar a manos de un dueño negligente que parece no entender nada.
El desplome fue tal que el Sevilla ya no está a años luz de tu economía como sucedía antaño, sino que ahora incluso la supera ligeramente. Robándote el Atlético una posición que te pertenecía, impulsado por un nuevo estadio que le granjeará mayor capacidad de gasto y donde no se puede descartar que el capital extranjero convierta al Espanyol en otro rival con el cual pelear por el mismo objetivo (y mercado) en el corto plazo.
Surfeamos sobre una etapa que está fijando una nueva imagen del panorama futbolístico siendo cada vez más difícil aparecer en ella si entidades como la mestallera no espabilan ya. Y ya, es ya.
No queda tiempo para más experimentos o trucos de magia. El fútbol moderno se está comiendo con patatas a un club cautivo de una melancolía enfermiza que le hace empequeñecer y no darse cuenta que la vida transcurre ante sus narices mientras éste dedica sus días a colgar vídeos de Villa o a celebrar constantemente el pasado por ausencia de un presente que poder llevarse a la boca.
Debería ser éste el fin a plantillas de retales en manos de fútiles imitadores de Guardiola, a ese empeño de querer convertir el club en una marca blanca del Barça y al trasiego de futbolistas de quita y pon que lleva en marcha desde 2012 para intentar recuperar algo del terreno perdido.
Porque en 2018 no sólo hay que afrontar los pagos a Bankia, un lastre más para unos ingresos ridículos anclados en la media tabla, es que la UEFA pagará más dando una mayor ventaja a los que consigan ser habituales de la Champions, coincidiendo también con la conclusión de los grandes contratos de patrocinio firmados entre 2014 y 2015, y conforme está el panorama actual vamos a ver cantidades monstruosas destinadas a los aupados entre las 15 mejores entidades de Europa (que es donde solía vivir el Valencia) agrandándose aún más la brecha existente entre unos y otros.
Así, que aquellos incautos y torpes situados fuera del foco serán lentamente arrinconados a una segunda o tercera división de la que será muy difícil escapar.
Por todo eso estos dos próximos años, este mismo verano como piedra de toque, el Valencia se juega mucho más que el prestigio de Mateo Alemany, o perder Lim la credibilidad que pudiera quedarle. Está en juego el futuro estatus del club en el fútbol venidero. Es recuperar el Valencia o reducirlo a mero equipito simpaticote de media tabla del que todo el mundo se compadezca. Esa es la partida que se disputa.