Hoy es 4 de octubre
VALÈNCIA. Con sirenas, coches y furgonetas con los cristales tintados llegaban en loor de multitud a la entrada de Mestalla unos señores que iban a cambiar la dinámica deportiva y económica del Valencia CF. Los aficionados les agasajaban confundidos y engañados por unas promesas idílicas que les fueron metiendo en la cabeza los representantes valencianos y que iban a cambiar el rumbo de la entidad valencianista. Esa llegada tumultuosa era digna de emperadores romanos, presidentes de gobierno o actores de Hollywood.
Aquellas apariciones fueron un espejismo. La presencia del máximo accionista fue un visto y no visto y dejaba en la ciudad a delegados para coordinar el día a día del club. Personas con poca capacidad de decisión y que necesitan continuamente el botón singapurense que está a miles de kilómetros. Ese botón que se aprieta o no dependiendo de que el magnate se haya despertado o tenga alguna reunión con otras empresas o tenga que hacerse alguna foto con su amigo jugador de Manchester United. Con Carlos Soler o con Gayá ya le cuesta más hacerse el casting fotográfico. Esa dependencia lejana hace que el club no tenga la dinámica necesaria para afrontar decisiones importantes.
Y esa dependencia hace que en el club nadie asuma responsabilidades. Parece que en el club siga colgado el antiguo cartel que estaba en las empresas : Artículo 1 el jefe siempre tiene razón. Artículo 2 en caso de no tenerla se aplicará el artículo 1. Nadie les hace ver, ante la situación que atraviesa el Valencia, que con palmaditas en la espalda y con asentimientos continuos no se progresa. Si alguien osa a llevar la contraria o a alzar la voz corre el riesgo de ser despedido o ser considerado un mal valencianista.
Así las cosas, todos tienen excusas y miran hacia otro lado cuando hay que asumir responsabilidades. La culpa siempre es de otro superior porque nadie asume responsabilidades. Los consensos que se vendieron a principio de temporada para la incorporación de jugadores se fueron por la borda en el mercado de invierno. El míster declaró, harto de tanto abandono, que se desentendía del mercado de fichajes y que se iba a dedicar a su parcela exclusivamente.
Ahí empezó el desamor que se está agudizando en los últimos tiempos con continuos mensajes cruzados. El clima que se vive entre los estamentos del club empieza a ser irrespirable. El conformismo que se ha establecido en la entidad no beneficia para la mejora institucional. Se necesitan voces críticas para mejorar la gestión.
O al menos confrontación de ideas. Incluso los aficionados, que demostraron su amor y su valencianismo acudiendo a la Cartuja y apoyando al equipo por su clasificación copera, están como indiferentes ante la situación que vive la entidad. Recuerdo las críticas que se recibían cuando estábamos en finales de Champions o ganando títulos. Y esas críticas hacían que estuvieras más alerta y con más responsabilidad para tomar decisiones. La dejadez o inacción actual nos hará peores. Esperamos que alguien nos explique hacia dónde va la entidad. Que planes de futuro nos esperan. Al menos explicarlo y que los aficionados sepan a que atenerse. Sin engaños y sin campañas publicitarias vacías. Sean realistas.
De lo contrario este gran club corre peligro. El Titanic valencianista de los cangrejos de Marcelino o el de los ciegos de Bordalás que ven lo que no ven los responsables de Meriton está cerca de naufragar por una gestión equivocada que nos lleva a una situación económica pavorosa y a una posición deportiva nefasta que nos conduce por tercer año consecutivo a estar fuera de Europa.