VALÈNCIA. No es fácil alcanzar el trinquete Pelayo pese a que está en el mismo lugar, encajonado dentro de una manzana al lado de la Estación del Norte, desde 1868. Para entrar hay que pasar por el restaurante, que siempre está atiborrado y con gente hambrienta haciendo cola. Da igual la hora. Si vas a almorzar, lleno; si vas a comer, lleno, y si vas a cenar, probablemente también. Y con varios turnos en cada momento. Alberto Soldado, un histórico comunicador de la pilota, ya jubilado, pasa entre las mesas para presenciar la presentación de la nueva imagen del trinquete, se acerca y me cuchichea al oído: “El nuevo Pelayo es esto, el restaurante con el que tiraron a los aficionados a la pilota”.
Es cierto que aquel bar, más bien modesto, sin los alardes decorativos del actual restaurante, hacía las funciones de un punto de encuentro. Y algunos aficionados ociosos acudían allí a tomarse un carajillo, a jugar una partida a las cartas o a leer la prensa gratis. Pero eran una minoría. Como ahora son una minoría los que acuden a ver las partidas al trinquete un día normal. La pilota -y por extensión también Pelayo- ha perdido el tren de los nuevos tiempos.
El debate es viejo. Yo llegué a este mundillo de trinquetes y pelotas hace más de 30 años y ya se hablaba largo y tendido sobre qué había que hacer para recuperar la afición, numerosa y encendida, que llenaba las canchas en los tiempos del Genovés. Yo, experto en otros deportes, que no procedía de ese mundo, me harté de repetir que tenían que modernizarse. Y entonces saltaba la gente mayor, la que tenía cierta relevancia en los trinquetes, y apelaba a la tradición. La verdad es que no les faltaba razón: la pilota es un juego hermoso, apasionante, y lleva adheridas una serie de costumbres, como hablar en valenciano o contar en duros, como hacían los naranjeros, que fortalecían la cultura popular de nuestra tierra. Pero, desgraciadamente, el mundo avanzaba en otra dirección.
Y año tras año, aquellos viejos enamorados de este juego se fueron muriendo o simplemente cansando de ir cada semana a dos o tres partidas, muchas de ellas anodinas porque los postores ese día no querían jugarse los cuartos. Así que los trinquetes se fueron cerrando y los lugares donde yo descubrí este deporte hermoso porque se hacían partidas cada semana, ahora solo son historia.
La decadencia de este deporte, y me duele en el alma decirlo, es inexorable. Lo explicaba ayer mismo, en Pelayo, Puchol, exjugador y padre de Puchol II, la máxima figura del momento. “Vamos camino de convertirnos en el tir i arrossegament, que no desaparece pero que ya solo se celebra en alguna fecha señalada para mostrar lo que se hacía hace tiempo”. Y, de pie, sobre las míticas losas de Pelayo, la catedral blanca e inmaculada, miraba hacia el restaurante y decía que los dos, el bar y la cancha deportiva, partieron del mismo punto hace unos años y llegaron a lugares muy distintos. Uno se ha convertido en un restaurante de éxito; el otro, languidece para unos pocos aficionados.
Yo hace tiempo que lo tengo claro. No tengo claro que esto se pueda remontar porque la juventud está a otras cosas, a otros ritmos y a otras modas. Pero sí tengo claro que si Pelayo, o la pilota, tienen alguna oportunidad es rompiendo con todo lo anterior. El modelo actual está sobradamente demostrado que no es válido. Cada vez va menos gente a ver las partidas. Yo hace ya muchos años que dice que este deporte no necesita al frente a un aficionado a la pilota honrado sino a un joven experto en marketing.
Dani Ribera fue un pilotari con un carácter endemoniado. Un joven de Carcaixent, hijo y nieto de pilotaris, que provenía del viejo mundo. Él mamó aquellas partidas en los pueblos jugadas al ritmo de las apuestas de unos cuantos ricachones con campos de naranjos que daban mucho dinero. Los años en los que el jugador se marchaba a casa con un jornal, una propina generosa y un par de cubatas. Y al día siguiente, lo mismo. Pero Ribera evolucionó y en lugar de ver la ‘muerte’ del viejo bar de Pelayo como una aberración, descubrió una oportunidad. Este hombre ahora es socio del Grupo Gastro Trinquet, que además del restaurante de Pelayo, abrió otros negocios de restauración como Vaqueta o Casa Baldo.
Ribera, además, es ‘trinqueter’ y lleva la gestión del trinquete Pelayo. Este jueves organizó un acto para presentar la nueva imagen de este recinto antiquísimo y me dio la sensación de que está decidido a ‘matar’ al padre. Creo que pretende romper con el pasado para poder tener futuro. Percibo que se adentra en un mundo que a mí me horroriza, el de los ‘influencers’ y las modernidades, pero que es el único que puede sacar del pozo a este deporte.
Es muy difícil que, de manera espontánea, los valencianos, que llevan décadas dándole la espalda al trinquete, que siempre ha sido visto por los señoritos de la ciudad como algo de pueblo, en un tono despectivo, se aficionen a un deporte que da la sensación de antiguo con esos pantalones largos de color blanco, la faja y una cuerda en mitad de la cancha. Así que su única salida, probablemente, sea convertirse en algo exótico, o diferente, que tiene capacidad para atraer a turistas e influencers que quieran hacerse una foto en un sitio raro. Todos hemos ido de viaje y nos hemos chupado las cosas más insospechadas porque salían en todas las guías. No sé si es el panorama más halagüeño, pero es lo que hay.
Ribera aprovechó el acto para presentar en sociedad a su hijo, un veinteañero que se ha convertido en gestor de carrera y máster en no sé qué. Ribera tiene claro que hay que dar un paso y matar al padre. Él también viene de aquel mundo, pero después de muchos golpes ha entendido que aquel mundo ya solo es una reliquia. El ‘trinqueter’ puso la presentación del acto en manos de un chico, creo que monologuista, de Carcaixent que no tenía demasiada idea de pilota, pero que arrancó risas y aplausos. Un humorista que comunicaba a la nueva usanza, la ‘stand-up comedy’, pero que hablaba como se ha hablado siempre en el trinquete, en valenciano. El joven nos hizo pasar un rato entretenido. A su alrededor se movían varias chicas grabándolo todo con sus móviles para hacer después algunos ‘reels’, que es la forma de comunicar más eficiente en 2024. Ni Soldado ni yo tenemos mucho sitio ya en este mundo de imágenes e impactos fugaces. Es lo que hay y, como Ribera, solo tienes dos opciones: lamentarte o avanzar con ellos.