Si ni siquiera un inglés es capaz de inculcar la intensidad cholística que requiere la camiseta es que no hay nadie en este mundo capaz de salvar al Valencia de sí mismo
VALENCIA. El Valencia siempre mola, esa es la única verdad del fútbol. Siempre sobrevive a sus ilusos enterradores. Tan acostumbrado está a vivir en la incomprensión que desarrolló una extraña virtud, la de llevarle la contraria al universo entero. Cómo lo van a entender más allá de Requena, si a veces nos cuesta entenderlo a nosotros, que lo hemos parido.
La vida nos enseñó que el Valencia regresa siempre como un extraterrestre, sacando adelante partidos inesperados o jugando de escándalo. En ocasiones, hace ambas cosas a la vez provocando un socavón en la teoria de la relatividad. Es como que te salga un hijo gótico viviendo en el barrio de Salamanca.
Por tales cuestiones estamos ante un equipo imposible de abordar. El Barça se creyó tan superior que le dio lástima hacer sangre y se dedicó a dejar pasar los minutos, que ya caerían los goles ante aquella pertrecha tropa descabezada. Es la gran ventaja del Valencia. Que te embosca poniendo ojitos, y cuando te das cuenta, estas empatando un partido que diste por goleado antes de hora.
Es la razón por la que no tiene mucho sentido preocuparse por el asunto Gary Neville. ¿Qué puede salir mal? Se comunica por gestos con sus jugadores, no ha entrenado nunca, coge un grupo en crisis a mitad de temporada y llega a una entidad desestructurada en la parcela deportiva, que se mueve por enchufismos... Tiene tantas papeletas para el fracaso, estamos todos tan convencidos en la incertidumbre, que no extrañará si el experimento acaba en San Siro.
El cuarto entrenador inglés en la historia del club pudo comprobar en vivo el potencial que tiene entre manos.
Dirigirá un equipo que es tan difícil de vencer, que ni estando mal, si le mete pasión, se puede acabar con él. Jugará en un estadio ansioso de garra y compromiso. Que anhela un equipo eléctrico. Capaz de bañar a los suyos en un ambiente de final de Champions League en el peor momento del curso; y ante el Barakaldo si fuera menester.
Es algo que jamás entenderán los de fuera. Por eso hay zopencos que hablan de celebrar empates cuando, si se celebró algo, fue sobrevivir al destino. Porque Mestalla no es de mirar resultados, sino actitudes. Importa cómo se gana y cómo se pierde. Ovacionó a los suyos encajando sonoras derrotas y los despidió entre broncas bajo marcadores contundentes a favor. Dejó las gradas despobladas ante triunfos cantados y las llenó cuando nadie daba un duro por nada.
Mestalla es un estadio de alma británica que acostumbra a vivir en una maldición recurrente: sufrir equipos pachangueros y anodinos. Pongan en Old Trafford al Barça y verán como pitan. Es una comunión imposible. Porque se trata de emocionar, no de vencer. Es pasión, porque es el mediterráneo. Por eso Mestalla quiere sentir más que ganar. El resultado le da igual.
El día que tanto entrenadores como jugadores entiendan eso, la hora en que el público sea capaz de inducir dichos estados y prolongarlos más allá de situaciones de emergencia, asimilando que bajo tales atmósferas el Valencia es imbatible, la institución bajará de la montaña rusa en la que vive y se pondrá a volar como si no hubiera un mañana.
Por esa razón, a muchos, el Mestalla pitón y ronronero nos da rabia. Porque sabemos, como se vio el sábado ante el campeón de Europa, lo que es capaz de conseguir cuando está de buena cara.
Se nos han juntado dos, Gary y el Valencia, con ganas de repetir el pasado: Uno quiere recuperar como entrenador el brillo que le hizo integrar uno de los mejores equipos de las últimas dos décadas y media, el Valencia regresar a aquellos tiempos en los que parecía estar tocado por los dioses. Y cuya búsqueda tanta desgracia nos han traído.
Si ni siquiera un inglés es capaz de inculcar la intensidad cholística que requiere la camiseta es que no hay nadie en este mundo capaz de salvar al Valencia de sí mismo. Consígase y no habrá objetivo inabordable. Porque el fútbol es tan generoso, que con apenas eso, una banda es capaz de empatarle al Barça.