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Elogio de la chapuza

28/02/2020 - 

VALÈNCIA. Crecí en una familia en la que, cuando un electrodoméstico comenzaba a funcionar mal, lo arreglábamos a golpes. El día en el que la lavadora comenzaba a hacer cosas raras, un pequeño golpe en la puerta de acceso al tambor obraba el milagro y el aparato volvía a lavar la ropa como si nunca hubiera presentado síntomas de desfallecer. Cuando la imagen de la televisión empezaba a fallar, bien porque se deformaba la imagen, bien porque aparecían en la pantalla unas extrañas rayas que impedían la correcta visión de lo que se estaba emitiendo, bastaba con golpear con la palma de la mano la parte superior o en el lateral del televisor para que recobrara la normalidad. Incluso, el día en que, después de varios golpes, el sonido del televisor desapareció, mi padre le puso remedio instalando un pequeño televisor portátil encima para que, mientras la tele grande reproducía la imagen, la pequeña aportaba las voces y música que la acompañaban. Aquella vida doméstica era realmente divertida, porque zarandear o golpear un aparato era un remedio más fiable que llevarlo a reparar, pero vivías con la sensación de que la tele o la lavadora pendían de un hilo, o más bien de un cable, para seguir funcionando, hasta que definitivamente morían. Y estoy hablando de unos tiempos en los que, para cambiar algo, eso tenía que convertirse en inservible, muy lejos de la mentalidad actual en la que compramos un modelo nuevo de lavadora, televisor o teléfono móvil al menor error del aparato. 

Quizás porque crecí con esa dinámica doméstica, tengo la impresión de que el Valencia de Meriton funciona de la misma manera. En una interminable huida hacia adelante, en un bucle de golpes para arreglar lo que no funciona, a pesar de que el discurso institucional afirme que todo va como la seda. La plantilla, el electrodoméstico que asegura el confort económico en forma de clasificación anual para la Liga de Campeones, ha ido resquebrajándose a lo largo de la temporada y a los dirigentes solo se les ha ocurrido repararla a base de golpes. Primero fue la destitución del entrenador que la había construido, que la dejó huérfana de su referente; más tarde llegó la fallida venta de Rodrigo, que ha convertido al delantero en un futbolista difícilmente recuperable; luego, la interminable plaga de lesiones, que va minando la capacidad física de un equipo que depende mucho de su condición atlética; y ahora, cuando parece que se ha acabado la gasolina, se le pide un esfuerzo para alcanzar los objetivos, sin pensar en que pocos medios se han puesto para lograrlos, sin reparar en que, como en la curiosa estampa de mi domicilio familiar, el sonido va por un lado y la imagen por otro.

Quizás porque crecí dando golpes a los electrodomésticos, tampoco creo que echar a Celades sea una solución, por mucho que el discreto entrenador empiece a oler a cadáver. Sería como cambiar el electrodoméstico cuando el problema es de una instalación eléctrica descuidada y obsoleta, una excusa para echarle la culpa a otro y evitar la autocrítica hacia una gestión de meses en los que se ha descuidado su funcionamiento. 

Y es que, en el fondo, la temporada valencianista es un grandioso elogio de la chapuza, un tebeo interminable de Pepe Gotera y Otilio en el que lo único que importa es que la imagen de improvisación y los parches en todos los desperfectos no trasciendan al exterior, que todo el mundo piense que las cosas funcionan, aunque sea a golpes.


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