VALÈNCIA. LaLiga se toma un respiro. Este atípico Mundial obliga. Sin embargo, y pese al parón en el torneo doméstico, el Valencia continúa generando un flujo informativo notable. El efecto agenda de los medios de comunicación nos traslada al mercado de invierno. Desde el club se incentiva el debate sobre los fichajes y se filtran los primeros nombres. La llegada de refuerzos siempre es un magnífico recurso con el que acallar las críticas. Es, quizás, la mejor manera de distraer a la afición de la verdadera realidad del club. Y esa cruda verdad no es otra que la grave situación económica por la que transita la entidad debido a la penosa gestión de Peter Lim durante estos últimos ocho años.
Los números del Valencia revelan que la situación del club es mucho peor de lo esperado. El problema es de tal magnitud, que muy pocos le encuentran una solución consistente. Estos días nos lo han explicado por activa y por pasiva los mejores expertos. Profesionales cualificados como Gaspar Romero, por ejemplo, quien nos ofreció un verdadero máster en la materia tras diseccionar las cuentas con la precisión del mejor cirujano. Este prestigioso abogado nos alertó que el riesgo de un descenso o incluso de la desaparición del club están muy presentes y que no pueden ni deben sonarnos a chino… Cuidado.
Es cierto que la situación económica del Valencia es más que alarmante. Pero la deportiva tampoco es mucho mejor. A esta mediocridad futbolística de los últimos años no estábamos acostumbrados en Mestalla. Al menos yo. A mí, ver al equipo décimo en la tabla me chirría mucho. Me escuece porque no es su hábitat natural. Pero más me duele el hecho de que una parte de la afición parece haberlo aceptado. Que se dedica a celebrar con júbilo victorias menores en lugar de exigir a Lim una mejora deportiva acorde con la centenaria historia del club. Porque, que a nadie se le olvide, el Valencia es el cuarto equipo en la clasificación histórica de la Liga.
En Mestalla se ha pasado de una exigencia brutal (a Héctor Cúper le zarandearon el coche porque empató ante el Madrid) a casi subirse al bus descapotable para festejar una victoria liguera que debería ser norma de la casa. Parece que parte de la grada ha olvidado lo que significa el Valencia. Y los 22 títulos que el club acumula en sus vitrinas. Es como si la hinchada se hubiera transformado. Que la grada estuviera entre adormecida, aletargada o anestesiada. O quizás es resignación. Parece que se acepta la situación actual porque “es lo que hay”. Muy triste.
Este problema, contra el que yo me rebelo, comenzó a mostrar sus primeros síntomas en el año 2014. Fue cuando se celebró en el balcón de Mestalla una goleada ante el Basilea en cuartos de final de la Liga Europa. No lo entendí en su momento ni tampoco lo entiendo ahora. Porque mi Valencia, al menos el que yo he conocido en más de 50 años, solo celebraba títulos o festejaba cuando alcanzaba una final. Lo demás es borumballa. Solo espero que, de continuar esta debacle y esta mediocridad deportiva, nunca lleguemos a celebrar el rival que nos ha tocado en un sorteo de Copa como hacen los equipos del denominado fútbol modesto. Sería una malísima señal…