VALÈNCIA. El Valencia CF se ha metido en un buen lío en La Liga. Duodécimo con 20 puntos (a tres de los lugares que marcan el descenso), la magna obra de Peter Lim jaleada desde esta ciudad por diversos satisfayers a cambio de cuatro migajas va derechita a coger la senda del sufrimiento y las dificultades. Las cosas tienen un nombre y unos apellidos, y tras ser incapaz de ganar en Mestalla a equipos como Elche, Cádiz, Mallorca o Almería, no sé qué ocurrirá dentro de un mes (que igual mañana aterriza un avión en Manises con 136 fichajes para la segunda vuelta, pero no sé porqué -llámenme todomalista si quieren- no acabo de verlo), pero a día de hoy el principal objetivo de este equipo es eludir el descenso de categoría.
Con Lim a los mandos, la categoría se perdió ya hace mucho, es simplemente cuestión de no bajar a segunda, para eso hemos quedado. Y el caso es que pese a que muchos aficionados -de mi quinta o una similar- te recuerdan que cuando juegas con fuego te acabas quemando, uno no quiere ni pensar en esa posibilidad catastrófica.
Los números dan pavor: 1 victoria en los últimos 9 encuentros de liga y 7 puntos de los últimos 27 en un club normal hubieran dado con los huesos de Gattuso en la cola del paro. Y no es que de repente uno compre el discurso institucional de matar al entrenador cuando la pelota no entra, porque he iniciado la frase diciendo "en un club normal", y el Valencia CF hace tiempo que dejó de serlo. Por eso creo que el italiano -que debe replantearse bastantes cosas- es el menos culpable de esta situación.
En un club normal la presidenta sabría algo de fútbol o seguiría los consejos de los profesionales en la matería. En un club normal no se repetiría un modelo de gestión fracasado hace 7 años que provocó una de las mayores crisis en la historia del equipo. En un club normal la presidenta no aseguraría que las plantillas van a continuar siendo de bajo coste porque se pueden alcanzar con ellas objetivos competitivos, cuando hace tres años que te has instalado en la mediocridad.
En un club normal no se promocionaría para el cargo de director técnico -el más importante en un club de fútbol tras el de presidente- a un tipo cuyo currículum se circunscribe a dos años (uno desastroso y el otro mediocre) en un club de segunda división. En un club normal no se le daría la responsabilidad de ser la cabeza visible del proyecto en la parcela deportiva a alguien que ya ha estado en cargos similares las dos últimas temporadas alcanzando un duodécimo y un noveno lugar en la liga, y que por tanto es responsable por acción o por omisión.
En un club normal, ese señor no diría abiertamente que la plantilla no está coja en ninguna posición y que no hay urgencia en ir al mercado cuando se navegaba en el décimo lugar de la clasificación. En un club normal no tendría el susodicho el desahogo de decir que el debate del mediocentro está superado, o que el objetivo es estar en esa posición en la que no hay riesgo y que veamos a lo mejor alguna ilusión (sic).
En un club normal se escucharía al entrenador cuando pide refuerzos y no se utilizaría a los altavoces de la entidad (internos y externos) para acusar al míster de turno de obcecarse con determinados jugadores o de aspirar a futbolistas muy caros.
Claro que, en un club normal habría una estructura deportiva que habría elegido al entrenador, y cuando llegara la ventana de fichajes de enero tendría el mercado lo suficientemente trillado (él y su supuesto grupo de trabajo) como para no ir a salto de mata moviéndose según los ofrecimientos que le traigan los agentes de turno, o por los futbolistas con los que pueda contactar telefónicamente el entrenador.
En un club normal habría una dirección que apretaría al director técnico, y este a su vez se sentaría con el entrenador y con los jugadores para exigirles o reconvenirles. En un club normal no se harían plantillas con imberbes, cedidos y jugadores a coste cero.
En un club normal, se estaría más atento a promocionar los logros deportivos que los sociales. En un club normal determinados empleados no responderían a supuestas -y nunca probadas- afrentas personales con venganzas profesionales. En un club normal se celebran los títulos y la llegada de buenos futbolistas y no el fichaje de embajadores.
En un club normal que respeta su historia nadie perpetraría un homenaje tan triste, cutre y desangelado como el que le tocó sufrir en diciembre al equipo campeón de la Supercopa de Europa del 80 ante un Mestalla vacío para un amistoso con cero interés. En un club que se interesa por su pasado jamás se tendría vetado al mejor futbolista de su historia (Mario Alberto Kempes) por decir la verdad sobre la gestión de una entidad que le duele más a él que a quienes la gestionan.
En un club normal nadie compraría la milonga de nuevos tiempos por cambiar a un pirómano por otros cromos propiedad del mismo que puso en su día al incendiario al que luego se culpó de todos los males. En un club normal no se tiraría la bomba de humo de la Copa del Rey, y se afrontaría la complicada situación en liga con la trascendencia que merece y sin fuegos de artificio que despisten a un inexperto grupo de su verdadero objetivo.
En un club normal, la pitada hacia el palco en cada partido y desde la grada, por propiciar todo lo que está ocurriendo en el césped, convertiría en un infierno cada segundo de cada partido en Mestalla y no abandonaría el público en un silencio resignado sus butacas cuando el Almería te ha sacado un punto de Mestalla. En un Valencia normal, estaríamos pensando en que Pucela es un lugar óptimo para sacar los tres puntos y enderezar el rumbo, y la realidad es que -pase lo que pase- a día de hoy no nos llega la camisa al cuerpo.
Pero todo eso ocurriría en un club normal, y este es el Valencia de Lim. Con eso, está todo dicho, que no nos pase "ná".