Plaza Deportiva entrevista a los padres del jugador de 12 años que, cuando pertenecía a la Academia VCF en 2019, enfermó gravemente en un torneo disputado en Egipto. La gestión de sus síntomas, su empeoramiento posterior y el trato dispensado llevaron a los progenitores a demandar a los responsables de la expedición por un delito de lesiones imprudentes. Hace unos días se hizo público el veredicto
VALÈNCIA. El 1 de septiembre de 2019 será una fecha que esta familia no olvidará nunca. Aquella madrugada de sábado a domingo, Óscar y María José esperaban con impaciencia en Manises el aterrizaje del avión que transportaba de regreso a la expedición de un equipo Infantil de la Academia VCF participante en la ZED Cup, disputada en El Cairo. Los padres habían llegado de Egipto horas antes, preocupados por el estado de salud de su hijo, futbolista de 12 años y que había pasado los cuatro días anteriores con un cuadro de fiebre, vómitos, diarreas y deshidratación. Al bajar del avión, los progenitores se encontraron con “un cadáver”: su hijo Manu –nombre ficticio- había perdido 7 kilos, no articulaba palabra, había requerido de una silla de ruedas durante el viaje y necesitaba de la ayuda del enfermero para poder tenerse en pie.
Su padre le llevó en volandas al coche, corrieron al hospital de Manises y, de ahí, fueron derivados a La Fe. Manu pasó meses recuperándose de una perforación en el duodeno, de la que tuvo que ser operado de urgencia. Una cicatriz de 16 centímetros sirve como recordatorio de la angustia del joven y de su familia, que acudió a la Justicia para denunciar la negligencia padecida por el menor. A principios de semana, el juez José Manuel Clemente Fernandez-Prieto impuso a José de los Santos, ATS de aquella expedición, el pago de un mes de multa con una cuota de 10 euros al día (300 euros en total), además de una indemnización al menor de 19.734,29 euros debido a las lesiones causadas, lejos de los 150.000 que solicitaba el fiscal del caso. De dicha cantidad se considera responsable civil subsidiario al Valencia Club de Fútbol y, como responsable civil directo, la aseguradora Zurich. El juez absolvió del delito de lesiones imprudentes al otro acusado, el por entonces director técnico de la Academia del Valencia CF, Marco Otero, quien también estaba presente en la expedición a Egipto como máximo responsable.
Los padres del menor explican en Plaza Deportiva su malestar por la sentencia y por el trato dispensado por un club que, cuatro años después, aún no ha pedido disculpas por lo sucedido.
Pregunta: ¿Qué sienten tras conocer el veredicto del juez?
Respuesta: Aunque se nos ha dado la razón respecto a que hubo una negligencia, sentimos un vacío muy grande. La condena ha sido mínima y, además, se aplica sólo sobre uno de los cinco responsables que había en aquella expedición. Por un lado teníamos ganas de que llegase este momento y se nos diese la razón, pero por el otro nos queda un sabor agridulce.
P: ¿Tienen previsto recurrir la sentencia?
R: Aún estamos valorando la situación con nuestro abogado. Remover lo sucedido ha sido duro: nuestro hijo ya está mejor, pero el juicio ha sido muy duro para él, le ha dolido mucho. Escuchar las cosas que se han dicho ha sido duro. Manu es un campeón, lo ha demostrado: los médicos decían que hacía falta un milagro para salir adelante con el estado con el que ingresó en el hospital, y él consiguió salir.
P: ¿Le sigue gustando el fútbol al chaval?
R: Sí, le sigue gustando. Es su pasión. Desde que tenía tres años.
P: Han sido casi cuatro años de proceso judicial. ¿Cuándo decidieron ustedes emprender acciones legales tras lo sucedido con su hijo?
R: La madrugada del 1 de septiembre de 2019 fue cuando Manu regresó en el avión. Lo prioritario era su salud, y nos centramos en aquello. A los pocos meses llegó la pandemia. En todo ese tiempo pensábamos que alguno de los implicados iba a ponerse en contacto con nosotros para pedirnos perdón, pero no lo hicieron. Antes de poner la denuncia, nuestro abogado solicitó unos informes médicos que tardaron tres meses en llegarnos porque estábamos en plena ola de covid-19. Nos entregaron un informe de quinientos folios, sin exagerar. Un médico forense estudió el caso a fondo para confirmar que había habido una negligencia. Cuando ya tuvimos todos los documentos sobre la mesa y consideramos probado que existía una imprudencia grave, procedimos a denunciar.
P: Ustedes dos, junto con otro progenitor, eran los únicos padres desplazados a aquel torneo en El Cairo a finales de agosto de 2019. María José, usted denunció que su hijo estaba en condiciones precarias en su habitación cuando pudo visitarle para llevarle suero.
R: Manu enfermó el miércoles 28 de agosto, nos informaron por Whatsapp de que estaba malo y que tenía diarreas, una enfermedad habitual en esos países. Le dimos poca importancia. Al día siguiente, jueves, mi hijo insistía en que se encontraba mal. Ese día tenían partido en el torneo: mientras calentaban, vimos que el niño se tuvo que sentar sobre un balón y luego sus compañeros lo tumbaron en el banquillo. Lo vimos desde la grada, que es el único sitio desde donde nos dejaban ver los partidos cuando estábamos en el Valencia: se pasó todo el partido tumbado en el banquillo, y eso nos dejó muy preocupados. Había otros compañeros con síntomas. Nos acercamos al enfermero en el autobús y nos dijo que no pasaba nada, que estaban “todos los críos con el virus del agua” y que no hacía falta que fuéramos a su hotel a verle. A las once de la noche el preparador físico le escribió a mi marido para pedirle suero oral, porque no tenían en el hotel.
Fuimos de nuestro hotel al de la expedición y pudimos entrar en la habitación: vi a mi hijo totalmente desatendido, tirado en la cama, el aire acondicionado a tope, con su ropa interior con excrementos tirada por el suelo, algo impropio de él porque era muy meticuloso… Muy impactante. Me maree, no me lo creía, tuvo que atenderme el enfermero. A su compañero de habitación lo habían movido a otra el día anterior, para que no se contagiara. ¡El niño había pasado la noche sólo! Lo tenían completamente desatendido, fue algo brutal.
P: El niño tenía salmonelosis y, según lo que trataron de demostrar en el juicio, el tratamiento dispensado a base de ibuprofeno agravó su estado hasta sufrir una perforación en el duodeno.
R: Aparte de eso, quiero incidir en la desatención: mi hijo estaba totalmente deshidratado, nadie se cercioró de que comiese o bebiese. Yo le llevé suero dos veces; tras la segunda, al día siguiente, vi que no había tocado la botella. El niño estaba muy débil, con fiebre, no paraba de vomitar y de sufrir episodios de diarrea. La noche del jueves al viernes Pepe (de los Santos) sí pasó la noche en la habitación con él: ahí fue cuando nos enteramos de que no era médico, sino enfermero ATS. El club nos había dicho que la expedición viajaba “con servicio médico”. El otro padre que viajaba con nosotros se hospedaba en nuestro hotel, nos acompañó en todo e incluso fue testigo en el juicio.
P: ¿Fue ahí cuando pidieron a los responsables poder quedarse con su hijo, o poder llevárselo con ustedes a su hotel?
R: Sí, pero nos dijeron que estaba prohibido, que no podíamos estar allí. Nos recriminaban que los otros niños estaban “peor” que el nuestro, que el proceso duraba tres días y que ya se encontraban mejor. En pocas palabras, que nuestro hijo era “el que mejor estaba”. Nosotros cometimos el error de confiar en lo que nos dijeron.
P: Cuatro años después, si pudieran volver a elegir entre confiar en lo que les dijeron los responsables o, por el contrario, llevarse al niño ‘por las bravas’… ¿qué harían?
R: Ellos insistían en que éramos unos exagerados, que era una simple ‘diarrea del viajero’. No podíamos verle: sólo pudimos el jueves a las once de la noche, y el viernes por la mañana cuando fuimos a ducharle y a hacerle la maleta, porque él no tenía fuerzas. Si hubiéramos sabido de verdad como estaba nuestro hijo, desde luego que nada de esto hubiera ocurrido. Le hubiésemos evitado todo el dolor.
Estuvimos engañados, porque el protocolo de la expedición no nos permitía acceder a nuestro hijo. Desde el viernes a mediodía ya no lo vimos más hasta la madrugada del sábado al domingo, cuando aterrizó el avión; ese último día y medio fue cuando verdaderamente empeoró. Además, le quitaban el móvil a mi hijo; le obligaban a que nos dijera que estaba bien, que nos transmitiera eso para que no nos preocupáramos. Habíamos depositado plenamente nuestra confianza en los responsables de la expedición: si no, Manu ni siquiera hubiese ido a ese torneo.
Quiero dejar algo súper claro, para que veáis lo ‘fáciles’ que nos pusieron las cosas: a día de hoy, el Valencia CF todavía no me ha devuelto el pasaporte de mi hijo. No lo tenemos. No nos lo han devuelto, cuatro años después. Llegamos incluso a rogar que llevasen a Manu al hospital, pero Pepe de los Santos nos dijo que ya habían preguntado al respecto y que la visita al médico en El Cairo costaría 120 euros por niño. Dijimos que lo pagaríamos sin problema, lo de nuestro hijo y el resto de niños enfermos. Pero Pepe nos dijo que él ya tenía claro lo que les pasaba: “Tres días con estos síntomas y luego remontan. A partir de mañana tu hijo ya estará bien”.
Si hubiéramos sabido la verdad, hubiéramos actuado de otra manera. A toro pasado es muy fácil hablar: puede parecer que no quisimos atender a nuestro hijo, pero no es así. Todo está reflejado en conversaciones de Whatsapp, intentamos estar junto a él de todas las maneras posibles, pero nos tiraban de allí. Son pruebas que hemos aportado al juez. Nosotros nos dimos cuenta del engaño cuando le vimos en el aeropuerto.
P: ¿Qué sucedió cuando Manu bajó del avión?
R: Marco Otero había regresado el viernes por la tarde a Valencia, pero nos informaba sobre el regreso de la expedición. Nosotros salimos de Egipto el sábado a las nueve de la mañana, directos a España, y los chiquillos lo hicieron tres horas después con escala en Frankfurt. Llegaron a medianoche y nos dijeron que Manu había tenido que ir en silla de ruedas en el transbordo. Cuando bajó, el niño no podía andar, no hablaba… Era un cadáver. Sólo tenéis que ver las fotos. Cuando nos dieron a nuestro hijo, Óscar lo cogió en brazos y se lo llevó al coche. No pudimos ni sentarlo, tuvimos que tumbarlo en los asientos traseros. Y en ese momento Pepe me dijo: “A partir de mañana, dieta blanda”. ¡Y mi hijo se estaba muriendo! En el hospital nos dijeron que le quedaban horas, que no sabrían si podría salir adelante.
Parece como si no hubiéramos querido actuar, pero fue el protocolo de la expedición el que nos tuvo engañados. También la forma de hablarnos está grabada en audios de Whatsapp: nos dejaban por los suelos, nos llamaban exagerados, decían que nuestras protestas tendrían repercusiones… Esos audios no se han escuchado públicamente en el juicio. Se intentó escuchar uno, no se oía bien, y el juez dijo que los escucharía en su casa.
P: Óscar, ¿qué sintió al ver a su hijo?
R: Vi a mi hijo agarrado al enfermero y a otro compañero. Lo cogí corriendo en brazos, mi mujer se quedó hablando con la expedición y yo fui corriendo por el parking en dirección al coche. Pensaba que se moría allí mismo. Tardamos apenas unos minutos en llegar al hospital de Manises. La médica se impresionó mucho: parecía un cadáver, con 12 años había perdido 7 kilos en sólo cuatro días. Lo metieron a un ‘box’ e intentaron rehidratarle, porque no le quedaba agua en el cuerpo. Tras la analítica, la médica fue contundente: “Vuestro hijo está crítico. Podría tener daño cerebral, o sufrir una parada cardíaca, o entrar en coma en cualquier momento”. Imagínate la sensación. Habían hablado con La Fe y se llevaron al niño corriendo en ambulancia al hospital en Valencia. Allí nos dijeron que harían todo lo posible, pero que quizá su cuerpo no aguantase. Y que, por eso, quizá era buena idea llamar a la familia para despedirnos de él, por si pasaba lo peor.
P: ¿De verdad les prepararon para esa posibilidad?
R: No podían decirnos si todo iba a ir bien, porque el niño tenía una deshidratación muy grave. Eso también queremos dejarlo claro: el mal tratamiento le perforó el duodeno, sí, pero mi hijo también se moría por la deshidratación. Nadie se preocupó de darle de comer o de beber. En cuatro días comió una manzana, con vómitos y diarreas constantes. Cuando llegó a Valencia el cuerpo del niño estaba seco, se estaba apagando. A Manu lo operaron de urgencia el domingo a última hora de la tarde en La Fe, aquel 1 de septiembre. Los médicos averiguaron que sufría salmonelosis gracias a que varios de sus compañeros, cuatro o cinco, acudieron a La Fe y otros centros en días posteriores con síntomas de deshidratación. Muchos de los compañeros y sus padres vinieron a vernos a la puerta de la UCI.
P: ¿El niño era consciente de la gravedad de su estado?
R: No le dijimos nada. Cuando llegó, no podía ni hablar. Manu ha sido consciente de la gravedad cuando se ha recuperado. Los médicos de La Fe consiguieron ‘sacarle’ datos poco a poco: qué había tomado en el viaje, qué tratamiento le habían dado, por qué la gente de la expedición le había obligado a que nos dijera a sus padres que se encontraba bien… Los médicos hicieron mucha terapia con nuestro hijo, para que no se sintiera culpable. El niño se ha ido dando cuenta después de lo grave que estuvo.
P: ¿Este incidente le ha cambiado su forma de ser?
R: Claro. Al principio, no quería quedarse sólo. Cuando le ingresaron no quería estar sólo, Óscar se quedaba con él y yo hablaba con los médicos. El niño empezaba el instituto ese año y no pudo hacerlo cuando tocaba, se le cayó el pelo durante unos días… El niño estaba ‘tocado’ por lo ocurrido, estuvo durmiendo con nosotros una temporada. Cuando llegó en el avión, Manu estaba muy, muy malito: nos decía que sólo quería dormir.
Los cinco responsables de aquella expedición, todos los que nos habían dicho que Manu no tenía “nada”, nos vieron salir corriendo del aeropuerto con nuestro hijo en brazos. Sabían de la gravedad de su estado. Ninguno nos acompañó al hospital, ni fueron a la UCI a visitar al niño. A día de hoy, ninguno de esos cinco responsables se ha preocupado por su estado: sólo Marco Otero nos mandó unos mensajes a la mañana siguiente, pero ya está. Y el doctor Toni Giner, médico del primer equipo y que no tenía responsabilidad ninguna en este tema, que nos visitó en el hospital varios días a título personal porque estaba muy impactado por lo que había sucedido con el niño.
P: ¿Les han pedido disculpas los miembros de la expedición?
R: Nunca. Nunca. Y nos encantaría recibirlas. Aún estamos esperando una disculpa: no para nosotros, sino para nuestro hijo. A nosotros nos trataron mal, vale. Estábamos engañados. Pero Manu casi se muere por culpa de unas malas decisiones. El niño casi se muere, aunque no lo hicieran aposta. Una disculpa es lo mínimo que se merecía. Y también reconocer los hechos que sucedieron. Si a estas alturas no ha llegado, no creemos que llegue. Sí que nos gustaría pero, teniendo en cuenta sus testimonios ante el juez, pensamos que no llegará.
P: El juez multó a uno de los acusados con 300 euros y estableció una indemnización al niño de unos 20.000 euros, lejos de las cantidades que ustedes reclamaban.
R: Queríamos que se asumieran responsabilidades. Con total sinceridad: no hay nada, ni existe dinero en el mundo que pueda pagar el hecho de haber visto a tu hijo sufrir así. No existe indemnización que lo repare. Ver a tu hijo ‘abierto’ de arriba abajo tras la operación de urgencia, y pensar en lo que sufrió sin nosotros allí… Estuvo cuatro días enfermo y sin sus padres. Sólo queríamos que estas personas asumiesen su responsabilidad: el niño estaba en sus manos, y sólo les importaba el protocolo del Valencia CF sin contar con sus padres, nos tenían apartados y engañados.
Ellos repetían una y otra vez, y también está grabado, que nuestro comportamiento en Egipto iba a traer consecuencias. Que las habría al llegar a Valencia, porque habíamos “cruzado la línea” entre cuerpo técnico y dirección. Una de las responsables de la expedición se lo dijo en un corrillo a los niños desplazados: “Veréis lo que va a pasar con los padres de Manu cuando lleguen a Valencia”. Eso nos lo confesaron cuando vinieron a ver a su compañero a La Fe. Sólo les importaba que nosotros preguntásemos demasiado, les daba igual que el niño estuviese enfermo y sólo.
P: ¿Piensan que lo ocurrido puede servir para que cambien los protocolos en las expediciones de las escuelas de fútbol base?
R: Todo este suceso ocurrió porque nosotros confiábamos plenamente en ese club y en esos responsables. No podíamos pensar que un niño se podía poner enfermo y que la medicación que le iban a dar iba a agravar su estado. El juez tuvo muy claro, a pesar de lo que dijo la otra parte, que el niño no se automedicó y que se le había suministrado ibuprofeno en dosis regulares. Los Whatsapps ratifican que fue así, y pese a ello no ha servido para demostrar realmente la responsabilidad que tuvieron. Imagínate la sensación tan agridulce que tenemos.
No sabemos si los protocolos en las expediciones de la Academia VCF han cambiado. Ahora bien, esperamos que si un niño enferma, el protocolo tenga en cuenta nuestro caso. Es lo único positivo que vemos: que, al hacerse público el caso de Manu, algo así no se vuelva a producir. Además de buscar justicia para nuestro hijo, buscábamos que ningún niño de ninguna escuela viva un calvario parecido al de él. Creemos que se lo pensarán dos veces y que, cuando un niño caiga enfermo, cuidarle será la prioridad absoluta.