VALÈNCIA. Miguel Bou avanza por la Catedral a paso marcial. Al llegar al altar mayor, se detiene y, muy solemne, hace una reverencia y se persigna. Luego se gira hacia una capilla y vuelve a inclinarse. Esta mañana se ha vestido de sacerdote y se ha ajustado el alzacuellos vaticano, aunque luego confesará que a él le gusta más ir de paisano. Es la segunda vez en el día que entra en la seo. A las nueve y media, como cada mañana, ha cantado en la misa que se oficia en la capilla del Santo Cáliz. Porque Miguel es el canónigo-tenor de la Catedral de Valencia. Ahí lleva, con la plaza en propiedad, como si fuera un funcionario, casi cuarenta años. Ya tiene ochenta y ha anunciado que no volverá a cantar el Himno Regional en la Misa de Infantes. «Pero yo no me he jubilado. Yo voy a seguir haciendo todo lo demás…».
Este hombre de ochenta años cargados de vigor se muestra serio y algo cortante. Lo primero que hace es sacar varias hojas con todos sus títulos. No quiere entregar una copia, porque eso sería caer en la vanidad, pero luego coge y los lee todos, uno por uno, en una retahíla interminable. Miguel está nervioso y actúa por impulsos. Uno de ellos, mediada la charla, le lleva a ponerse de pie, mandar apagar la grabadora y arrancarse a cantar a pleno pulmón un fragmento de la Gran Jota de La Dolores. Esa es su esencia: un hombre que ha consagrado su vida a la fe y a la música.