/ OPINIÓN

Espatarrados

11/10/2023 - 

VALÈNCIA. En esta ciudad de dos niveles –el de la esfera pública y el de los engranajes entre bambalinas-, salta la sorpresa: mientras que el superconcejal José Marí Olano sigue insistiendo en reunirse públicamente con colectivos a su juicio representativos del sentir del valencianismo, en el seno del club se frotan las manos y dan por hecho que la ciudad de València les devolverá las condiciones de la ATE en forma de nuevo convenio más laxo, más flexible y, en definitiva, ‘más mejor’ para los intereses de Peter Lim.

Al tiempo que Marí Olano recibe este miércoles a Vicente Vallés en su despacho –pagaría por tener una grabadora ahí dentro para gozar de esa conversación tan chanante- y se pregunta cómo es posible que la Asociación del Pequeño Accionista se parta la cara en defender todas las barrabasadas de un máximo accionista que atropella los derechos de sus propios miembros, la realidad es que la zona noble de las oficinas da al 99% por sentada la rúbrica del convenio, demoliendo así uno de los últimos diques de contención que le quedaban a la sociedad valenciana ante el tirano. El fin de la última herramienta pública para fiscalizar al magnate y obligarle a marcharse. València será oficialmente la ciudad de Peter Lim, su parque de recreo particular; el resto de nosotros sólo viviremos en ella.

Uno se pregunta muchas veces cómo es posible que un señor que lleva ocho años sin pisar las calles valencianas sea capaz de tener bailando a su compás al 90% de la clase política de la ciudad, con honrosas excepciones y la contundente irrupción de Juanma Badenas (Vox) en los últimos meses. Quitando ese puñadito de individuos más beligerantes y contestatarios, sorprende la disonancia entre la desesperación y rechazo de la masa social blanquinegra y la complacencia de miembros destacados del consistorio o de la Generalitat en dar manga ancha al bróker de Singapur, especialista en exprimir la rentabilidad de sus activos para dejarlos ‘secos’ y pasar al siguiente ítem apetecible de su particular menú.

Existe desde hace décadas una tendencia generalizada en esta tierra, que reivindicaba sus raíces y tradición el pasado Nou d’Octubre, en ‘espatarrarse’ sin miramientos ante los cantos de sirena, las carteras abultadas y todo aquello que huela a exotismo y sofisticación. Nos queremos poco, por regla general. Y, lo que es peor: negamos el pan y la sal a lo nuestro, mientras glorificamos a cualquier charlatán que nos regale el oído con promesas huecas.

En las semanas previas a las elecciones de mayo, altos ejecutivos del Valencia manifestaban en círculos privados su anhelo de cambio de signo en el ayuntamiento, conscientes del ‘hueso’ que habían hallado en las figuras de Sandra Gómez y Borja Sanjuán, no demasiado partidarios de la genuflexión ante un señor que va camino de una década completa riéndose de la ciudad y de sus habitantes. Sus deseos se vieron cumplidos, el cambio se materializó y, medio año después, salivan y ya pueden olisquear la tinta fresca de la estilográfica con la que se estampará la firma en el convenio. Todo ello mientras colectivos como Libertad VCF, estiletes de la lucha callejera y reputacional contra Peter Lim, son los últimos en tener la venia de Marí Olano para visitar su despacho y exponer su realidad, que es la realidad de todos.

La lógica indica que María José Català y sus asesores no cometerán la irresponsabilidad de relajar las condiciones impuestas para que Peter Lim recupere los cerca de 100 millones en forma de beneficios urbanísticos de la ATE. A estas alturas, sin embargo, mis ojos sólo creerán lo que lean en un contrato firmado. A ser posible, en español castizo y con palabras más próximas a la rotundidad de “avales” que a la flexibilidad de “seguridades”; hace nueve años Meriton le hizo al valencianismo el truco del almendruco con un contrato de compraventa en inglés repleto de laxitudes –“to procure”, ¿recuerdan?- y aún estamos pagando el alto precio de ser tan idiotas.

Corría diciembre de 2015 cuando Layhoon, entre referencia y referencia a las naranjas valencianas “dulces y jugosas” que degustaba de pequeñita, declaraba lo siguiente en una junta de accionistas: “Estamos en una revisión completa del diseño original con el arquitecto Mark Fenwick para asegurar que cumplirá con las necesidades de los accionistas y aficionados. (…) Hay que ser pacientes y planificar minuciosamente antes de avanzar en la fase de construcción". Ocho años después, parece que esas ‘necesidades’ pasaban por ratear asientos para reducir el aforo del recinto y meterle muchos balcones. Eso sí, en lo de tomarse su tiempo para hacer regresar las grúas lo ‘clavó’: tanta paciencia exigieron que los políticos -que en contadas ocasiones sí limitan sus tragaderas con los superforrados- les acabaron caducando la ATE, como diría aquel, por incomparecencia manifiesta.

La propaganda de Meriton, impulsada desde dentro pero también desde fuera gracias a satélites como Javier Tebas y otros fontaneros imbricados en la clase política, proclama que devolverles el premio del convenio hace más plausible una hipotética futura venta del club por parte de Peter Lim. Nueve años después, todavía hay gente que no ha entendido el paralelismo con ‘El Club de la Lucha’: la primera regla sobre la palabra de Peter Lim es que no existe la palabra de Peter Lim. No tiene. Creer en ella te acerca -por enésima ocasión- un paso más hacia el engaño.

Más interesante me parece la opción alternativa, que nadie en esta ciudad tendrá jamás arrestos de valorar en serio: si de verdad solventar el puzle del Nuevo Mestalla es una contingencia con la que un hipotético nuevo inversor no querría tener que lidiar, el consistorio tiene en su mano la solución. Rueda de prensa conjunta de todos los partidos que conforman el ayuntamiento y una declaración inequívoca: “El convenio está listo, pero no lo firmaremos con el actual máximo accionista”. Algo que obligaría a Peter Lim a, por primera vez, tener que maniobrar con viento en contra y no a favor, como ha venido teniendo desde que llegó.

¿Qué Peter vende y el club cambia de manos? El convenio se firma, se agilizan los plazos y el nuevo propietario puede acabar el Nuevo Mestalla en condiciones ventajosas, con tiempo de sobra para ser sede del Mundial 2030. Porque, recuerden, el dinero de CVC está en el cajón del Valencia, no de Peter Lim. ¿Qué Lim se niega a vender? Pues que ponga dinero él de su bolsillo para acabarlo, si le apetece; pero ni un euro más de la caja del contribuyente para financiar sus charlotadas.

En una de las frases más acertadas de los últimos meses, Juan Martín Queralt radiografió al enfermo y sus circunstancias hace apenas unos días: “El Valencia CF puede permitirse dos años más sin estadio, pero en ningún caso dos años más con Lim". Firmo debajo, a pesar de que la realidad cercana apunte al enésimo ‘espatarre’ ante un señor al que, como sociedad, no cesamos de darle oportunidades para que nos tome el pelo.


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