Su defecto mayor se encuentra en el sistema defensivo, en la manera de defender, siendo incapaz de traducir en puntos los tantos que sube al marcador. Y para ello, es más apremiante agenciarse un par de seises. O un seis y un ocho, antes que un nueve...
VALENCIA. Mientras la gente se empeña en cortarse las venas, tirarse por la ventana, desayunar cianuro, ver el apocalipsis asomar en cada esquina y llamar oposición a cualquier tunante capaz de juntar dos bobadas, en el Valencia hay una realidad más amable que pasa inadvertida.
Está ahí, en los campos de Paterna. Naciendo al calor de las dobles sesiones, de las palizas físicas y del machacante trabajo de Prandelli.
Si nos bajamos del reduccionista y anulador resultadismo, no vemos más que un equipo mejor a cada encuentro desde la llegada del italiano. Un grupo mucho más cohesionado y coherente, más sólido y con mejores intenciones. Todavía tierno, sí; timorato como para obtener resultados, claro, pero también capaz de dejarnos certezas entre líneas.
Ésta no será una transición sencilla, puede incluso que su primera desfeta llegue en Sevilla, porque dicho italiano, a diferencia de Rinaldi (Ranieri es el que vino nadando de Londres) no tiene la solución en casa. Sobre las tumbas de Ortega, Fernando, Morigi, Carioca y toda aquella troupe de insulsos finolis incapaces de competir ante un tercera el romano levantó un imperio encontrando entre sus secundarios intensidad, competitividad, calidad real, jugadores completos capaces de rendir en distintos escenarios y un hambre como para solucionar los problemas del mundo.
En esa reserva, Cesare sólo tiene peores peones que los titulares mientras sus primeros aúnan los mismos defectos, cuando no más, que aquellos del 97. La gran conquista de este entrenador será conseguir modificar la fisionomía del grupo, y a diferencia de su antecesor italiano, deberá acudir al mercado a la búsqueda de los ingredientes necesarios. Contando con apenas dos rupias para comprar.
Y con dos rupias y sin red, acabar con la plaga de mixtos. Volantes que juegan de centrocampistas, pero resulta que no hay ni un solo organizador natural. Del defensivo no digo nada, que me cabreo. Medias puntas que pueden caer a banda, pero extremos ni uno, oiga. Carrileros que ocupan el lateral y laterales que son carrileros, pero izquierdo sólo tienes uno y derecho medio. Segundas puntas vestidas de delantero pero sin arietes de nacimiento... No hay especialistas para roles tan específicos.
Pero aún así, hay que insistir en ello, encuentras elementos para la esperanza. Hoy está de moda acusar al Valencia de no tener gol. No hay nada más falso que esa afirmación. El Valencia tiene tanto gol como Sevilla o Vila-real. De no tener algo será un goleador —que es cosa muy distinta a no tener gol—, pero anotar, anota siempre a cada jornada. Su defecto mayor se encuentra en el sistema defensivo, en la manera de defender, siendo incapaz de traducir en puntos los tantos que sube al marcador. Y para ello, es más apremiante agenciarse un par de seises. O un seis y un ocho, antes que un nueve.
Todo esto se explica visualizando la jugada del 2-1 en Vigo. Esa falta de concentración, esa incapacidad para mantener la tensión en los momentos decisivos, esa ausencia de contundencia que distingue a los buenos equipos del resto, esa ternura casi humillante que muestran muchos sobre el verde, es el gran mal de todos. El Valencia de Prandelli no será capaz de levantar el vuelo mientras se traduzca en dos goles en contra por partido cada error cometido. Ello obliga a anotar tres o cuatro veces para sumar tres puntos, y ese ritmo, queridos, no hay Barcelona que lo aguante.
Pero hay todavía un mayor hándicap al que Prandelli debe enfrentarse, y es la ausencia de base. No hay nada a lo que agarrarse. Es un empezar de cero que viene de cientos de reinicios anteriores, alargando aún más el camino. Pero incluso así, con horas de trabajo y en tan poco espacio de tiempo se han ido viendo pequeñas mejoras, construcciones más compactas, conceptos más claros, aunque de tal debilidad que no dan para ganar partidos en cantidades industriales, que es lo que requiere el permanente estado de crisis en el cual vive el club.
Así, a esbozos, vamos asistiendo al inicio de algo. Arreglar ese desajuste permitirá al Valencia crecer en la clasificación de forma exponencial. Ah, pero no es sencilla su consecución, ni temprana tampoco. Que esta colla de niños bien despierte su hambre ante el olor a sangre será el mayor mérito que coseche Prandelli en su aventura.
Y ocurrirá, ya verás, que cuando más hechos estén o más estemos disfrutando de ellos la temporada enfilará su final, probablemente —con la desgracia que nos aflige— con todo objetivo demasiado lejos ya, dejándonos un nuevo peligro que sortear: que muchos sean incapaces de ver lo ganado por no mirar más allá de la tabla. Pero da igual, lo importante hoy es eso, construir. Construir unos cimientos sobre los cuales edificar, de los que hoy vamos viendo sus primeras ecografías a espera de diagnosticar el sexo de la criatura. Y si para eso hay que quedar quinto, octavo, séptimo o duodécimo, se queda. Lo que es tontería es quedar para nada.