VALÈNCIA. Recuerdo cómo tras el renacimiento del Valencia con la llegada de Valverde al banquillo de Mestalla, algunos osados se atrevieron a asegurar que el único mérito del Txingurri -el equipo pasó de la zona baja a llegar como cuarto clasificado a la última jornada- era que el entrenador "había dotado de normalidad al vestuario". Y, sin embargo, obviaron todo lo que caló el míster en ese vestuario y cómo, entre otras muchas cosas, se apoyó en Soldado y Albelda, recuperó a Banega, reconvirtió a Mathieu a la posición de central o se atrevió incluso con Víctor Ruiz como mediocentro.
Pues salvando las distancias, una situación parecida le está tocando vivir a Voro. El de l'Alcúdia, que sabe que su paso por la primera línea volverá a ser efímero, ha tocado las teclas suficientes como para que el Valencia, ese que no jugaba a nada, tenga algo aproximado a un estilo. Y todo en apenas tres partidos. Algo más de dos semanas han sido suficientes para que cambiar la cara de unos futbolistas que ahora da la sensación que vuelven a disfrutar con el balón en los pies.
El primer cambio evidente ha sido la variación en el sistema. Con los tres centrales, el equipo se muestra más seguro. Más arropado detrás y, al mismo tiempo, sin la última de sus líneas tan retrasada, ha emergido la figura de Hugo Guillamón. El canterano, escoltado por Diakhaby y Gabriel Paulista, ha demostrado que su salida de balón nada tiene que envidiar a la de los defensas con mejor toque de nuestra Liga. Nunca le ha quemado la pelota en los pies y tampoco le quema codeándose con los mejores. Está cómodo saltando la presión rival con un pase casi siempre certero con cualquiera de sus dos piernas que, a su vez, permite generar los espacios necesarios para que los compañeros empleen sus mejores armas: la velocidad y la llegada desde segunda línea. Una apuesta parecida a la que ha empleado Koeman con De Jong en el Barça.
Con los tres atrás, las obligaciones defensivas de Correia disminuyen y Thierry ha pasado de ser un lastre para el club, a convertirse en un carrilero fiable, que aporta y con una progresión muy a tener en cuenta. Junto a él, quien más se ha visto beneficiado con el cambio ha sido Carlos Soler. El valenciano, que estaba completando una campaña tan solo regular, se ha destapado como lo que siempre fue, un centrocampista con gol. Con el trivote tiene mayor libertad para pisar el área hasta el punto de que va a acabar la temporada siendo el máximo anotador del equipo con 12 dianas, aunque 7 de ellas hayan sido de penalti. Pero hay que marcarlos.
Y quien ha terminado por explotar ha sido Guedes. El portugués, que venía en clara progresión desde el derbi ante el Levante, se ha desatado como el futbolista más sobresaliente del momento. Habiendo dejado la banda y actuando como segunda punta, estamos ante la mejor versión de Gonçalo -o lo que más se parece a ella- desde su fichaje por la entidad blanquinegra. Quizá tenga que ver con la proximidad de la Eurocopa y su ilusión por volver a defender la camiseta de su selección, pero sea como fuere, sin tanto trabajo en defensa y con la libertad para aparecer por cualquier flanco del ataque, Guedes encara, se va, asiste y marca. Está volviendo a ser el jugador que deslumbró a Mestalla cuando llegó cedido por el PSG. Lástima que se acabe ya la Liga, lástima que haya tardado tanto en volver. Lástima de pensar que el del sábado podría ser su último partido como blaquinegro.