VALÈNCIA. Ayer hizo exactamente un año del cese de Marcelino y Javi Gracia sopló la vela del pastel desnudando la insolvencia de quienes cercenaron el crecimiento del Valencia y que, un año más tarde, también han engañado a un entrenador honesto que antes de empezar ya se siente triste, decepcionado y desgastado. Un año difícil de olvidar para todo el mundo por innumerables motivos que, también en el Valencia, ha estado marcado por la convulsión y la decepción. Con la temporada empezada aterrizó Anil Murthy en Manises procedente de Singapur con el cese del técnico asturiano bajo el brazo ansioso para filtrar la buena nueva que enarbolaba como una victoria personal. La noticia, sólo dos meses después de celebrar el título de Copa, despertó el estupor de gran parte de la afición valencianista y la de los propios integrantes del vestuario que ya habían intentado mediar con Lim ante la tentativa de destitución de Mateu Alemany en pleno verano. En tiempo récord se había desarticulado el binomio exitoso que había devuelto la normalidad deportiva al Club y, de paso, la revalorización de una plantilla que cotizaba a la baja tras dos años clasificando más cerca del descenso que de Europa.
Un año más tarde, un vestuario que quedó huérfano y que no escatimó elogios para el entrenador saliente tuvo que ver cómo se perpetraba una inmisericorde caza de brujas contra todo aquel que despidiese el más mínimo aroma a Marcelino. Además de tratar de competir bajo la tutela de un entrenador novato mientras el Presidente hacía callar a la afición desde si ‘palco imperial’, vieron cómo también abandonaba la entidad el Director General que había sido su mejor aliado y se vieron en el brete de salvar la primera tentativa de despido de Paco Camarasa cuyo único delito conocido era el de mantener una relación de amistad con el ya ex entrenador, parar la salida de uno de los readaptadores que con mayor eficacia les había ayudado a recuperarse de sus lesiones y someterse al disparate médico ordenado por el propio Anil Murthy que mantuvo durante mucho tiempo más poblada la enfermería que el propio vestuario. Escucharon pavonearse al Presidente ufanándose de la improcedencia de un ERTE para ver, poco tiempo después, cómo se aplicaba dicho ERTE y cómo se apretaba las tuercas a la plantilla para rebajar sus emolumentos. Asistieron atónitos a la perniciosa filtración de una larga lista de ‘apestados’ que saldrían en verano cuando aún era posible alcanzar el objetivo de entrar en competición europea.
Ni podían imaginar, por aquel entonces, que antes de arrancar la temporada que hoy comienza verían asomar por el vestuario a la Directora Financiera de la entidad ofreciendo pagarés a un año vista cuando el día antes el propio Presidente había visitado el vestuario por otros motivos y no se había atrevido a comunicar las dificultades de pago que se avecinaban. Tampoco podían imaginar que el delegado que habían salvado pocos meses antes sería fulminantemente despedido sin explicación alguna ni que verían desfilar por la puerta de salida a futbolistas muy importantes sin que llegasen otros, ni buenos ni malos, para cubrir su ausencia. Mañana, esos mismos futbolistas, se visten de corto para defender el escudo que ven diariamente pisotear desde los despachos y no creo que me equivoque si afirmo que lo van a hacer con la mayor dignidad posible. Como clavo ardiendo al que poderse agarrar cuentan con un entrenador -quizá la única noticia positiva de este atípico verano- que les evoca algún recuerdo lejano en cuanto a la profesionalidad y el sentido común del que adolecen otros estamentos del Club. Creen en Javi Gracia porque ven en él la figura de un técnico solvente y cercano que está empeñado en sacar lo mejor de cada uno de ellos. No hay nadie en el club con mando en plaza, salvo el propio Gracia, capaz de transmitir a la plantilla la exigencia necesaria con la que asaltar objetivos ambiciosos porque ni Anil Murthy ni la ‘santa compaña’ que le rodea atesora la más mínima autoridad moral para exigir ni incentivar esfuerzo alguno y el propio entrenador lo dejó ayer bien claro en su explosiva comparecencia de prensa.
Otra cosa bien distinta será comprobar si hay suficiente calidad y cantidad para poder colarse en los puestos de arriba habida cuenta de la dejación absoluta del Club para planificar la temporada. Porque no ha habido reconstrucción sino destrucción. No albergo dudas acerca de las intenciones de paredes del vestuario hacia adentro ni de la valía de muchos de los jugadores que lo habitan pero habrá que ver hasta dónde es posible ‘estirar el chicle’ porque el Valencia no ha hecho un ERTE sino un ERE, ha engañado a su entrenador y ha empequeñecido al equipo en la misma medida que mengua, día tras día, la credibilidad de sus dirigentes.