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análisis | la cantina 

Estoy como una vaca

12/03/2021 - 

VALÈNCIA. El otro día, en un tanatorio, no sé si por romper la tensión, un amigo que se acaba de quitar unos cuantos kilos y está crecido -y yo que me alegro- me soltó que su primo le había contado que me había visto por la calle y que estaba como una vaca. Metí barriga de inmediato, puse una sonrisilla tonta y cambié de tema. Pero me fui jodido. El “como una vaca” ese lleva persiguiéndome desde entonces. Cada vez que peco y me concedo un capricho, resuena en mi cocorota: “Está como una vaca”. Cada vez que voy andando por la calle y, por sorpresa, me veo reflejado en un cristal, escucho: “Está como una vaca”. Cada vez que me agacho a atarme los cordones de las zapatillas y choco contra un mazacote adiposo, maldigo: “Si es que estoy como una puta vaca”.

Sí, me da rabia, ¿qué pasa?

Pero no me da rabia por lo que piensen los demás. Hace años un vecino me confesó, aprovechando otro descuido en la línea -cada vez son más comunes-, que su mujer y él se habían alegrado de sorprenderme más orondo porque siempre me habían visto por la calle en plan atleta, corriendo o volviendo del gimnasio.

Esto, ahora, se ha ido de madre. Hace 14 meses, cuando me quedé en el paro, canalicé la ansiedad haciendo ejercicio. Y no es que me pusiera hecho una bestia, pero sí bastante ‘fit’. Unas pocas semanas después, ahora se cumple un año, empecé a trabajar y cerraron los gimnasios. Bueno, en realidad, lo cerraron todo.

Ahí, sin darme mucha cuenta, empezó la caída. Fui de los motivados que lo intentaron en casa. De los que, tres o cuatro veces a la semana, se metía su rutina de ejercicios. Me acercaba al balcón, veía al vecino de enfrente lanzarme una sonrisilla -vive solo y se tiró todo el confinamiento intentando hacerse nuestro amigo, cuando yo, como bien saben mis colegas, solo soy simpático con unos pocos-, yo le bajaba la persiana en sus narices y me ponía a hacer flexiones, sentadillas y abdominales.

Aquel esfuerzo matutino estuvo bien, pero luego caía la tarde y solo me movía del sofá a la nevera y vuelta al sofá. O sea, que, en mi caso, moverse era nefasto. Levantar el culo del sofá equivalía a volver con unas galletas, algo de chocolate o lo que fuera. Creo que, durante esas semanas, si un día no llego a tener nada guardado y me encuentro un jabalí en la cocina, lo mato con mis manos y me lo zampo a bocados. 

Luego recuperamos la libertad y también fui de los que volvió a correr.

Como llevo tantos años practicando la carrera a pie, volví muy poco a poco, pero no tardé en recordar que mi fascia ya hace años que está en contra de mis carreritas. Así que tuve que volver al gimnasio.

Luego los volvieron a cerrar y así, sin gimnasio y sin carrera a pie, cada día más sedentario por esto del teletrabajo y con la ansiedad empujándome hacia la cocina, me puse “como una vaca”.

Este es mi caso. Pero me temo que mucha gente tiene los suyos. Porque no hago más que encontrarme a amigos o conocidos y les veo desmejorados, más viejos. He llegado a la conclusión de que en este último año, en este terrible último año, hemos envejecido tres o cuatro de golpe. Veo a la gente más ajada, con el pelo más gris, menos sonriente… Veo, en definitiva, a la gente más cascada. Y algunos, encima, estamos como una vaca.

Menos mal que abren los gimnasios de nuevo. Porque tengo clara la prioridad en estos momentos, la vida de las personas, que no aumenten los contagios, pero no podemos dejar de lado que también está en juego la salud, física y mental, de los vivos. Porque, en mi caso, o abren ya o me pongo como una morsa.

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