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LA CANTINA

Eufemiano Fuentes, un teatrillo repugnante

2/04/2021 - 

VALÈNCIA. No quería verlo, pero lo vi. Resistí el domingo, pero el miércoles caí. Hablo de ‘Lo de Évole’ y ‘Lo de Eufemiano’, lo de Eufemiano Fuentes, uno de los personajes más funestos de la historia del deporte español. Alguien tan sórdido que ha propiciado que diferentes gobiernos de este país hayan decidido tapar su huella negándose a identificar las bolsas de plasma intervenidas durante la Operación Puerto.

Gracias a ese silencio, a esa inacción, a ese mirar hacia el otro lado, Eufemiano se siente impune. Y mientras otros doctores, desenmascarados como él, optaron por dar un paso atrás y salirse del escaparate de la vida pública, el canario, recién jubilado, regresó al ‘prime time’ con su tierno acento canario y sus modales de familia bien. Y lo hizo para conceder una entrevista donde se intuyen márgenes, apretones de manos y quién sabe si hasta un cheque por, qué sé yo, ¿30.000 euros?

A mí me resultó repugnante. Y ese asco, ese desprecio visceral, me permitió encontrar la respuesta a una pregunta que me martillea cada vez que se habla de la Operación Puerto: ¿Cómo fue posible que yo, en las antípodas de alguien con alma de líder, pude iniciar una campaña en change.org en la que logramos que 33.325 personas firmaran una petición para que no se destruyeran las bolsas de sangre incautadas a Eufemiano en mayo de 2006? Y ahora, visto el desparpajo de este médico que se hizo famoso por su habilidad para mejorar el rendimiento deportivo gracias a la química, entiendo de dónde vino mi rabia, alentada por la siempre rebelde y brillante Elena García Grimau, para involucrarme en esta iniciativa quijotesca que firmó hasta Paula Radcliffe.

Porque esas bolsas sin identificar arruinaron el prestigio del deporte español, manchado y pringado de rojo, del plasma de aquellos estafadores del pedal, la zapatilla, la raqueta o el balón, para siempre.

La entrevista afianzó mi idea de que el ginecólogo canario es un impostor y que eso, encima, le divierte.

El hijo de Pedro y Pepi proviene de una familia de terratenientes. El abuelo levantó La Favorita, la fábrica de tabaco de la que salió mucho dinero y marcas de cigarrillos como Kruger o Condal. Un negocio que acabó con el tío del médico, otro Eufemiano Fuentes, secuestrado y despedazado dentro de un pozo en 1976, cuando el que iba a convertirse en el ideólogo de la trama de dopaje más sofisticada de Europa aún tenía 21 años.

El chico estudió en el colegio Pérez Galdós, luego pasó al instituto de Las Palmas y acabó licenciándose en Medicina por la Universidad de Navarra con un expediente plagado de matrículas de honor. Esos eran ya los años en lo que se decantó por la medicina después de proclamarse, dice, campeón de España universitario en 400 m vallas, una de las pruebas en las que brilló su novia, Cristina Pérez, con quien se casó y tuvo tres hijos. Un matrimonio que se rompió en 2011 y que, dicen las malas lenguas, acabó costándole buena parte de la fortuna del doctor que aparcó la ginecología y se especializó, con viajes a Europa del Este, en mejorar el rendimiento deportivo bajo el paraguas de la Real Federación Española de Atletismo. Hasta que José María Odriozola fue elegido presidente en 1989 y dos días después, en su primera decisión como mandamás del atletismo, lo puso en la calle.

Nunca llegó a ser catalogado como un delincuente porque durante muchos años el dopaje no estaba tipificado como delito en España. Y entre eso y que ningún gobierno se atrevió a identificar las bolsas de sangre de los clientes -muchos de ellos muy conocidos en el deporte español, por lo que se sospecha tras conocer los nombres en clave, algunos muy obvios, con los que les etiquetaba Fuentes-, Eufemiano se permite el lujo de salir en televisión regodeándose de sus andanzas como druida del deporte español.

Y coge e imposta un teatrillo indecente delante de Jordi Évole y de media España, y saborea cada silencio consciente de que cada segundo que pasa aumenta la tensión y el morbo por lo que puede responder o por cómo se puede interpretar ese respuesta muda. O cuando esboza esa sonrisilla traviesa para martizarle al entrevistador que él dopaba diferente a otros médicos. Porque no le duele admitir o conceder que él tenía una trama de dopaje, como se especificaba en la sentencia del juicio de la Operación Puerto, pero dejando claro que era el mejor, el número uno.

Y así, sembrando la duda y la desconfianza sobre el deporte español, arrasando sin pestañear la honorabilidad de decenas de atletas y ciclistas honestos, medallistas olímpicos o no, lo único importante para él es dejar claro que fue un avanzado, una lumbrera. Todo por disfrutar de unos minutos de televisión con las cámaras enfocándole. Un regalo para un ególatra como él, para un narcisista que le gustaba pasearse en un Porsche por Madrid. Por sentirse una estrella cuando, en realidad, no es más que un tipo que ha desperdiciado su talento.

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