VALÈNCIA. Seguro que el vídeo ha pasado por tus manos. Se hizo viral esta semana. La cámara enfoca a Kate Winslet, una de las actrices de ‘Avatar’, y en un momento dado se escucha de fondo la voz de la periodista, una voz de chica joven que, temerosa, le confiesa a la artista que es su primera entrevista. No hace falta decir más. El timbre de su voz demuestra que tiene miedo, que siente pánico ante una estrella de la dimensión de Winslet, la protagonista de ‘Titanic’ o ‘Sentido y sensibilidad’. Y entonces se produce la inesperada reacción de la actriz británica, que tranquiliza a Martha, que así se llama la periodista que la entrevistaba para la cadena alemana ZDF, con estas palabras: “No tengas miedo. Esta va a ser la mejor entrevista de la historia. ¿Sabes por qué? Porque lo hemos decidido así”.
La frase, la imagen, fue saltando de teléfono en teléfono hasta que dio la vuelta al mundo. Y el planeta entero esbozó media sonrisa seducido por la ternura y la empatía de Kate Winslet. Yo también sonreí y hasta me emocioné al ver que no todas las estrellas son arrogantes y están fastidiadas por tener que atender una entrevista más. Pero además, aquel vídeo me transportó hasta 1989 o 1990, cuando estaba estudiando Periodismo y un profesor, no recuerdo cuál, nos encargó un trabajo: hacer una entrevista a alguien conocido.
Aquellos primeros años de carrera eran cuando muchos aún estábamos obsesionados con el fútbol y soñábamos con trabajar algún día al lado de los futbolistas. Algunos de mis amigos, como Peyo y Vicente, y yo salimos excitados de aquella clase. Teníamos claro que el personaje conocido, en nuestro caso, tenía que ser un futbolista. La suerte estaba de nuestro lado porque en clase estaba Manolo Mas, que no sé si ya era el jefe de prensa del Valencia CF o si llevaba la información de este equipo en una emisora de radio, pero los tres nos fuimos a por él.
Días después, Manolo entró en clase y nos dijo que contáramos con las entrevistas. Una tarde fuimos a Mestalla y en los bajos del estadio esperamos a que salieran los jugadores. Vicente cogió a Toni, un brasileño conocido como ‘Toni lambada’ que apuntaba a figura después de haberle marcado cuatro goles al Celta y que luego no terminó de cuajar. Peyo se quedó con Eloy, con quien guardaba un gran parecido físico. Y yo tuve la suerte de entrevistar a Fernando Gómez Colomer, el gran cerebro de aquel equipo.
A mí siempre me fascinaron más los centrocampistas con estilo, como Ardiles, Giresse o Fran, que los delanteros rutilantes, así que estaba encantado de enchufarle la grabadora a un jugador elegante, que además metía muchos goles, como Fernando. No recuerdo las preguntas, aunque imagino que serían obviedades y tópicos, pero no olvido la paciencia del capitán, con qué educación aguantó, de pie, bajo el viejo hormigón del estadio, la retahíla de preguntas de aquel aspirante a periodista.
Cuando acabamos, emocionado, le di las gracias y le estrujé la mano. Él tendió la suya, sonrió y se despidió dándome unas palmadas en el hombro.
Aquel día me fui a mi casa exultante. Los tres amigos salimos de Mestalla y nos fuimos a tomar unas cervezas para celebrarlo y compartir la experiencia. Era nuestra primera entrevista y en aquel momento estábamos convencidos de que aquel era el mejor oficio del mundo.
Luego cada uno tomó su rumbo y solo Peyo y yo nos dedicamos a la información deportiva.
Tres o cuatro años más tarde, ya en Las Provincias, el jefe de Deportes me mandó un sábado por la mañana a Paterna para ver el entrenamiento del Valencia CF y hacer alguna entrevista que acompañara a la previa del partido del domingo. Era la segunda o la tercera vez que iba a un entrenamiento del Valencia CF y pisaba inseguro. Veía a los compañeros que hacían información de fútbol a diario que campaban allí como si estuvieran en el salón de su casa. Iban a almorzar al bar del Papi, fumaban donde querían, conocían el mejor sitio para ver el entrenamiento… Y yo, un pardillo, les seguía.
Al acabar la sesión, el jefe de prensa nos dijo al redactor del Levante y a mí que Fernando nos atendería en cuanto se duchara. Chente Oliver, que era el periodista de la competencia, me miraba con superioridad. Él llevaba tiempo cubriendo el Valencia CF mientras que yo era un intruso ocasional. Él transmitía tranquilidad y confianza y yo era un manojo de nervios. Pero la entrevista era compartida y eso jugaba a mi favor. Pero en cuanto nos dieron permiso para entrar en el vestuario, Chente se adelantó y me dijo que yo tenía que esperar, que él iba primero.
Así que se sentó con Fernando y, sin pestañear, empezó a hacerle preguntas. Un buen rato después, Chente se levantó, me chocó la mano y salió del vestuario. Fernando se giró y empezó a recoger sus cosas. Entonces yo, un chico tímido e inexperto, imagino que con una voz parecida a la de Martha, la chica que se descubrió ante Winslet, le dije al futbolista, ya una estrella, que faltaba yo.
Fernando se giró y me miró con incredulidad. El ‘catedrático’ me dijo que por qué no la habíamos hecho juntos. Yo levanté los hombros y puse cara de gatito. Me sentía derrotado e intuía que el jugador me iba a decir que lo sentía y que se iba a marchar porque ya era tarde y tendría que comer. Pero entonces, en un gesto que le honró, volvió a sentarse y me animó: “Venga, pregunta”. No hubo un mal gesto ni una mala respuesta. Yo, cada poco, miraba apurado el reloj, y en cuanto pensé que tenía material suficiente para salir airoso de este trance, acabé la entrevista y le di las gracias. Fernando me dijo que no me preocupara, recogió sus cosas y se fue.
Nunca le guardé rencor a Chente. Entendí que tiró de veteranía para ganar el pulso entre dos periódicos ‘rivales’. Aunque quizá aquel recuerdo permaneció latente dentro de mí. Pasados unos años, vino a València el gran Kenenisa Bekele para participar en un mitin en el Palau Luis Puig. Su manager, Jos Hermens, me había concedido una entrevista con el atleta y me citó el viernes por la tarde en el hotel. Al llegar me llevé la sorpresa de ver a un redactor de la competencia. Pero ahí ya habían cambiado los papeles. Yo era ya un veterano y el otro, un pipiolo. Así que me adelanté, le dije que esperara y me explayé con el campeón etíope durante más de una hora…