VALÈNCIA. Cien años de historia bien merecen una celebración por todo lo alto y… tal como se ha venido dando la temporada no ha habido demasiadas ocasiones para el festejo. Pero como este deporte es impredecible y maravilloso por partes iguales, las cosas han terminado poniéndose de cara para regalarnos un ‘Final feliz’. La consecución, sobre la campana, de la cuarta plaza que abre el camino a la Champions tras una temporada cuajada de obstáculos y no pocos sinsabores, bien podría ser el preludio de una gran noche -la de hoy- a orillas del Guadalquivir. Aunque... en realidad, lo de la cuarta plaza, más que preludio, es el verdadero logro del año por la necesidad de no perder el tren de los Grandes de Europa y… lo que está cerca de suceder en Sevilla no sería sino el postre más dulce con el que poner colofón al Centenario. Y, sabiendo perfectamente –porque lo hemos vivido- la cara de gilipollas cuando vas a una final y no la ganas, creo sinceramente que esta noche al Villamarín el Valencia no va con la necesidad asfixiante de ganar y sí a buscar el sobresaliente en una temporada que llegó a merodear el suspenso pero que el buen hacer de una plantilla inconformista y abnegada, con un entrenador cabezón y pertinaz, han convertido en notable.
En esta semana previa que parecía nunca terminarse hemos visto, leído y escuchado un buen número de vaticinios y predicciones incluso atreviéndose a adivinar qué es lo que pasa por la cabeza de los futbolistas del Barcelona queriendo encontrar una fisura en el pétreo casco de la nave blaugrana por aquello del varapalo de Liverpool. Los ecos que nos llegan desde la Ciudad Condal respecto al presunto poco interés que pueda despertar la Copa para los de Ernesto Valverde nos animan a pensar que lo del Villamarín puede llegar a ser ‘coser y cantar’ pero, desde mi humilde punto de vista, creo que no deberíamos construir nuestra ilusión desde la creencia de un Barça venido a menos sino desde la fortaleza propia. Porque, o mucho me equivoco, o… de fácil no va a tener nada. El Barça es un equipo gigantesco y deben ser ellos los que ‘apechuguen’ con la presión porque no se pueden permitir otro mazazo y eso, lejos de allanar el camino, los convierte en más peligrosos. Pero el Valencia ha sobrevivido a una temporada complicada precisamente por su capacidad para apretar los dientes en momentos difíciles, por su tozuda resistencia a rendirse y por la fe del grupo. Todo eso, junto a la aparición necesaria de futbolistas muy importantes que tienen que dar el paso en Sevilla para marcar diferencias, es lo que el Valencia debe exhibir en el césped de Heliópolis. Si lo hacen, los casi veinte mil valencianistas que estaremos en Sevilla y todos los que no han podido estar allí pero que lo vivirán con pasión allá donde se reúnan para presenciar el partido, darán por bueno el esfuerzo. A partir de ahí, todos sabemos que una buena parte del resultado que se pueda producir en el Villamarín está en manos de un buen número de detalles e imponderablesy no todos controlables, de Alberto Undiano Mallenco y de un señor bajito que juega en el Barcelona como y cuando le da la real gana.
Pero las finales, a veces, invitan a protagonistas inesperados que en un momento de sublime inspiración pueden sacar un murciélago de la chistera, saltar la banca y traernos la Copa para casa. ¡Disfrutemos del partido más bonito del año! y, por encima de todo, pase lo que pase, volvamos todos a casa sanos y salvos que mañana hay que festejar ... y votar.