VALÈNCIA. Muchas veces he escrito que el Ciutat es la repera cuando hay que dejarse la piel en momentos críticos. Siempre está y no necesita que nadie le diga que respalde al equipo porque nunca falla. Eso es de alabar, no tiene precio y los jugadores deberían agradecerlo de por vida. Con poquito se engancha a lo imposible y eso que el sufrimiento se apoderó del día a día en una temporada horrorosa y con las peores consecuencias. No ha habido correspondencia. Lo que ha sucedido dentro y fuera del césped suscitó en la despedida más benevolencia que indignación. El desastre anestesió a un Ciutat con más ganas de pasar página que de exponer su malestar. Contra el Alavés esperaba más autocrítica tras el fracaso del descenso. Lo siento, pero no entendí que hubiera tantos aplausos, que las celebraciones de los goles fueran tan enfervorecidas como si hubiera algo en juego, ni tampoco los olés… salvo para personalizar a los ‘indultados’, a los que sí se lo merecen, a los que hay que agradecer su esfuerzo y compromiso y alrededor de quiénes hay que construir el inmediato regreso, a los que hay que cuidar y despedir con honores si al final deciden emprender otro camino fuera de Orriols.
Estoy convencido de que hasta los propios jugadores esperaban que la despedida del Ciutat estuviera envuelta de más discrepancia de la que hubo. Por supuesto que cada uno es libre de expresarse como le dé la gana. No voy a obligar a nadie a que piense como yo ni voy a repartir carnets de levantinista. Nadie es mejor ni peor granota por ello. Simplemente pienso que si reclamamos exigencia y autocrítica hay que extenderla también a la grada y la eché en falta. Insisto que es mi opinión. Los que estuvimos en el Ciutat fue porque nuestro sentimiento va mucho más allá de pitar o no pitar, de cualquier resultado, de militar en la categoría que sea, y aguantamos como los músicos del Titanic pese a un mogollón de momentos de deshonra y vergüenza que hemos encajado. Lo que hemos vivido obliga a realizar un amplio análisis por todo el mundo y volver desde la primera jornada de Segunda con la mente limpia, las pilas cargadas porque va a ser una temporada durísima y con mucha obligación, y esperando que la reconstrucción sea sólida y efectiva para recuperar el terreno perdido. Porque un descenso no va únicamente de señalar culpables. Hay que buscar solución a los errores y que dentro de un año esos aplausos sean porque hemos vuelto a Primera División.
Hice un ejercicio de construcción y asimilación del adiós matemático para que el golpe en el Bernabéu me doliera lo justo, pero lo del domingo me pilló con el pie cambiado. Prefiero quedarme con imágenes para la esperanza. Que Morales marcara el último gol de la temporada en el Ciutat tuvo un simbolismo brutal. Estoy convencido de que el Comandante se va a quedar, aunque pediría que no se jugara con su levantinismo. Su compromiso está fuera de toda duda y su continuidad es primordial. Es un futbolista para toda la vida. Emblema. Leyenda. Ojalá que también se quede el Pistolero. Su celebración golpeándose el escudo con fuerza me cautivó. Me lo creí. Espero que no fuera una despedida. Y qué decir de Pepelu, que volvió a escuchar el deseo de su afición, de su estadio, de los suyos. Llega un momento de decisiones fundamentales para el futuro. La fundamental, la de la Fundación, que mantiene su hoja de ruta, dejando pasar el tiempo y generando una inacción que no hace más que reafirmar la necesidad de un Levante más democrático. Como dice el FROG, no es serio ni responsable. Porque no se puede estar callado como si nada hubiera sucedido.
Me he cansado de la palabrería, de los lamentos gratuitos, de las excusas, de los discursos hacendados y del “no ha podido ser”. Es muy sencillo: el fútbol ha sido justo con el Levante porque las cosas se han hecho rematadamente mal. En Orriols se perdió la perspectiva desde hace mucho tiempo y el socavón es mucho más profundo de lo que supone volver al infierno de Segunda División. Lo de analizar, aprender y corregir es un mensaje tan oficial como obvio. Hechos, por favor. La decepción es más prolongada por el fracaso en el filial, que ha descendido a la quinta categoría, del Femenino, que hace unas cuantas semanas se despidió de la pelea por repetir en la Champions y desde entonces ha transitado con más pena que gloria, o de un fútbol sala sin apenas rastro del que estuvo a segundos de ser campeón de Liga. Hay muchísimas fugas por reparar.
También me cansa escuchar que la receta es repetir las claves del ascenso de 2017 como si fuera tan fácil. Aquel regreso dictatorial a la élite tuvo a Tito (junto a Carmelo del Pozo) como ‘padre de la criatura’, al que aún hay quiénes se atreven a recordar los borrones de su herencia cuando la estructura de su construcción ha sustentado las últimas cinco temporadas seguidas en Primera División; al que se le dio boleto por la puerta de atrás para recuperar al director deportivo de la anterior caída al precipicio. Es el momento de Felipe, de que se sienta el ‘efecto Miñambres’. Muchas veces he pensado, y ahora más si cabe, que durante esas semanas sin director deportivo desde el ‘todos a la calle’ que se llevó por delante a Javier Pereira, Manolo Salvador, David Navarro y Manu Fajardo ya se daba por hecho este desenlace. Que el ‘volveremos’ ya era un mensaje que se compartía por aquel entonces. Era un sinsentido afrontar el mercado de invierno con esta fractura estructural y que Alessio tuviera que comerse ese ‘marrón’ (uno de tantos que no eran de su responsabilidad directa). Espero que este tiempo se haya aprovechado para activar la maquinaria y adelantarse en la toma de decisiones.
La decisión deportiva más importante es acertar con el líder en el banquillo de un proyecto con la obligación de recuperar sí o sí el terreno perdido y esa apuesta no debería demorarse más allá del cierre del curso en Vallecas. Y estoy convencidísimo de que ese primer paso está decidido. Pase lo que pase, gracias Alessio por haber dignificado el escudo hasta el extremo, por haber conseguido que creyéramos en el milagro hasta cuando parecía un imposible, aunque fuéramos conscientes de que este desenlace estaba escrito, y por haber resucitado a un vestuario que estaba muerto por obra y gracia de una combinación de deméritos propios, que se consiguieron minimizar, y despropósitos fuera del césped que se tradujeron en convivir con el abismo muchísimo tiempo. Por supuesto que ha tenido sus errores. Si alguien no se ha merecido este descenso es Alessio. Se podrá confiar o no en él, pero si sale, debería hacerlo con todos los honores, con respeto, admiración y agradecimiento. Hay que ser justos con él.
Junto al ‘nuevo Muñiz’, llámese como se llame, que obre otro ascenso inmediato, hay que conformar un vestuario implicado, comprometido y que sepa qué habrá que bajar al barro y digerir la exigencia superlativa con la que tendrá que lidiar el Levante desde la primera jornada. La limpieza en el vestuario es obligada, que ya tenía que haberse realizado antes porque los síntomas de descomposición apestaban desde mucho antes.