Romain Bardet se postula para convertirse en el nuevo inquilino de esa lista negra o a romper de una vez por todas un maleficio que dura 32 años de decepciones y lamentos
VALENCIA. No es la primera, ni la segunda vez que Francia vuelve a soñar con un compatriota de amarillo en los Campos Elíseos. El panteón de ciclistas que han fracasado en el intento de reemplazar a Bernard Hinault, el último que lo hizo allá por 1985 está plagado de nombres.
Romain Bardet se postula para convertirse en el nuevo inquilino de esa lista negra o a romper de una vez por todas un maleficio que dura 32 años de decepciones y lamentos.
El joven ciclista del AG2R parece, sin embargo, más centrado que sus predecesores en la tarea. "No soy un vendedor de sueños", asegura este menudo corredor que a duras penas encaja en el pelotón del Tour.
Tercero a 23 segundos del líder, el británico Chris Froome, a cinco del italiano Fabio Aru, que ocupa provisionalmente la segunda plaza en la que él termino el año pasado, Bardet ha logrado, sin embargo, volver a ilusionar al país que alberga la carrera.
Desde tiempos de Richard Virenque, a finales de los 90, Francia no había creído tanto en un ciclista. Bardet acumula sólidos argumentos para presentarse como un serio candidato aunque él se empeñe en no caer en las garras de la presión.
A sus 26 años, el ciclista del AG2R pasa por ser un perfeccionista enfermizo, un inconformista que cuida con mimo cada detalle para tratar de lograr la excelencia.
Tras haber ocupado el año pasado el segundo escalón del podium, Bardet afronta el Tour de Francia como su único objetivo vital. No solo deportivo, algo que ya hizo en pasadas temporadas, sino también en su vida, puesto que ha dejado aparcado sus estudios en una gran escuela de comercio para que todo se centre en el Tour.
En los últimos años, Bardet ha labrado el AG2R a su imagen y semejanza. La formación francesa, casi un equipo familiar con Vincent Lavenu a su cabeza, se ha convertido en una maquinaria al servicio de su jefe de filas, que ha ido ajustando todos los elementos en pos de la victoria.
"Desde que fui segundo el año pasado trato de no pensar solo en el Tour. Pero todo me lo recuerda", asegura el corredor, que trata de sobreponerse a la oleada de pasión que se ha llevado por delante a tantos ciclistas franceses en los últimos años.
"¿Ganar el Tour? Estamos hablando de la carrera más importante del mundo. Eso no se programa, se consigue", señala el ciclista.
Bardet repite que no corre para ganar. Lo hace para que todos los elementos que están en su mano se dispongan en favor de la victoria.
El éxito, señala el ciclista, tiene que estar en ese concurso de circunstancias. Aunque no solo, y eso lo sabe este francés de ojos menudos, oscuros, que otea la realidad desde su escuálido cuerpo.
Tras ese aspecto endeble, casi infantil, se oculta, sin embargo, un carácter guerrillero. El caparazón cartesiano del infatigable calculador esconde el corazón de un amante del riesgo, un romántico del ciclismo dispuesto a jugarse el todo por el todo para pasear el maillot amarillo por los Campos Elíseos.
Por eso encandila a Francia, que ha encontrado a un quijote con sentido, un ciclista que persigue las dosis justas de inteligencia y de emoción.
En los Alpes, este ciclista criado en el Macizo Central tiene el terreno suficiente como para dinamitar una carrera que parece huérfana del dominio hegemónico que en los últimos años le había impuesto el Sky.
La bajada del Galibier, el próximo miércoles, y el ascenso al Izoard al día siguiente aparecen como dos buenos trampolines para lanzarle a la ofensiva y lograr una renta que le permita estar al abrigo en la contrarreloj del sábado en Marsella, su asignatura pendiente.