VALÈNCIA. Copiando la estrategia comunicativa de los dictadores de baja estofa, Anil Murthy ha comenzado una ronda de entrevistas en los medios de comunicación para blanquear su imagen y la de su ser supremo, el señor que solo admite funcionarios a su cargo, so pena de mandarlos al paro. Tras fracasar en su intento de autoentrevista, sin duda a causa de la poca mordacidad del entrevistador, ahora ha dado un paso más hablando para medios extranjeros, sometido a las preguntas nunca incómodas de periodistas que desconocen la realidad de lo que se cuece en el club que preside, una manera muy eficaz de contar su verdad (o su posverdad) sin ser replicado.
Las entrevistas, en la era de la aldea global, llegan aquí con celeridad, traducidas en unas horas, para dejar al descubierto la extraña visión del Valencia que tiene su mínimo dirigente. Y digo mínimo, porque Murthy, como él mismo ha explicado, es un funcionario al servicio del ser supremo, quien sería el máximo dirigente. Es un funcionario en la acepción singapurense de la palabra, muy diferente a la española, donde el funcionario es un trabajador al servicio del ciudadano, que es el que le paga su nómina a través de los impuestos. La palabra “esclavo” sería una traducción más fidedigna para definir al funcionario singapurense. Probablemente ese es el único error en la estupenda traducción de la entrevista que hizo Paco Polit, la cual fue contestada por la maquinaria esclavista del club con la tergiversación como excusa.
Las declaraciones de Murthy pintan un club maravilloso, con un futuro prometedor, una cantera que funciona como un reloj de precisión suiza y un plan de crecimiento que llevará al equipo a la élite de Europa en cinco o diez años. Bueno, el tiempo es lo de menos, porque hace cinco años la funcionaria de turno dio un plazo de cinco años para que el mundo viera las maravillas que podía hacer el ser supremo con el Valencia. El Valencia, en esas entrevistas, es como el comienzo de 'Terciopelo azul', esa morbosa película de David Lynch que arranca con una sucesión de planos de gente feliz, florecillas, amor y bomberos saludando a su paso por la calle de un barrio residencial de Los Ángeles. El mundo en el que todos querrían vivir.
El problema es que pintar ese cuadro sensacional es hacer lo que los dirigentes chinos están intentando para vendernos sobre su gestión del problema del coronavirus. Según el ser supremo de la China, Xi Jinping, está todo controlado, pero lo cierto es que siguen cayendo chinos por docenas cada día víctimas de la infección. Las informaciones que llegan a occidente están tergiversadas por los enemigos del pueblo, según Jinping. Como en China, para el funcionario los enemigos del pueblo, aquí llamados falsos valencianistas, son una minoría muy pequeña y muy ruidosa, una molesta piedra en el zapato cuya única misión es empañar la imagen idílica que vive el club. En fin, la disidencia es la oreja en el césped, llena de hormigas, de la peli de Lynch. Solo que aquí, no desencadena un submundo tremebundo en el que sale Dennis Hopper con cara de loco y una mascarilla de oxígeno para darse aire.
El ilustre funcionario al servicio del ser supremo tiene una obsesión que repite en cada entrevista. La piedra angular, afirma el funcionario, es la cantera, una generación de jóvenes que, cual pandilla de superhéroes, dominará el mundo en unos años. Quizás los plazos tendrán que ser laxos, porque ver al Mestalla peleando la permanencia con el Prat o el Badalona no augura un futuro de Champions. Si el filial no está en descenso es porque hay equipos que lo están haciendo rematadamente mal, no por méritos propios. Igual a esa dominación mundial habría que darle más tiempo y esperar a la generación que viene por detrás: el juvenil que hizo un papelón en la Champions, en la que solo fue capaz de ganar un partido, cuando ya estaba matemáticamente eliminado, y acabó último de su grupo.
Las entrevistas amables al funcionario del ser supremo tienen también una vertiente que nos debería hacer reflexionar. Insiste el entrevistado en que el ser supremo llegó a serlo porque en Valencia no fuimos capaz de gestionar el club con éxito y lo llevamos al borde del precipicio. En definitiva, que ellos, el ser supremo y sus funcionarios, son la penitencia que tenemos que pagar por haber sido tan burros. Más o menos como cuando te das cuenta de que has perdido al amor de tu vida por haber hecho el imbécil.