García, Uría, Fernández: pongan fin al chiste

El Valencia ha elegido a un entrenador que es entrenador. Es más, ha entrenado equipos. Parece que incluso ha hecho méritos para entrenar al Valencia y que, por un acto de justicia cronológica, viene justo cuando más preparado está en su carrera (después de que te despida Fernando Roig) y no sólo cuando despuntaba como grumete de los banquillos.

12/05/2017 - 

VALENCIA. El Valencia sufre un aburguesamiento psicológico. Desde hace años, claro. Quien más quien menos nos hemos percatado alguna vez, lo padecemos. Viene a ser como un embarazo que uno tiene sin tener. El aburguesamiento psicológico. Nos sentamos en la mesa esperando a que un miembro del servicio con cofia nos sirva. No hay nadie. Antes de salir de casa damos unos minutos a que el servicio, que hoy se ha despistado, se ponga con la limpieza del calzado. No hay nadie y salimos con los zapatos sucios. Fingir la pertenencia a donde ya no se está es un imponente gesto de decadencia. 

El Valencia ha elegido a un entrenador que es entrenador. Es más, ha entrenado equipos. Parece que incluso ha hecho méritos para entrenar al Valencia y que, por un acto de justicia cronológica, viene justo cuando más preparado está en su carrera (después de que te despida Fernando Roig) y no sólo cuando despuntaba como grumete de los banquillos. Es una elección trascendental para curarse ese aburguesamiento ficticio: el paciente, agotado de equivocarse por razón de su soberbia, se ha dado cuenta de que necesita escoger afinadamente para comenzar de nuevo y sanarse.

Me gusta que venga Marcelino. Tampoco nos pongamos entusiastas, pero es la opción más lógica de entre todas. Entiendo a quienes prefieren opciones primaverales y floridas porque creen que en la vida todo es luz y prima la razón estética. Una exuberancia que no se corresponde con esta estación, la de la oscuridad más deprimente para el Valencia. Los criterios principales para el elegido son otros: reordenar, traer el compromiso y la exigencia a un club que tras trastornarse prescindió de sus valores.  

Marcelino es un entrenador balcánico de los que los equipos de básquet fichan para la reconstrucción, de los que provocan incendios y de los que resultan incómodos, de los que no permiten ajustarse una botella de vodka mientras se da cuenta de los chorritos de un spa; antes el derramamiento de sangre. A cambio agujerea los grupos de tensión competitiva y los pone contra sus límites. Hay ocasiones en la existencia humana en los que no sirve con las buenas intenciones...

Crecí reflejándome en un club que fichaba a entrenadores que llegaban a aportar sus conocimientos y no a tomar clases para su consagración posterior. Cuando a un técnico novato se le daba un grupo novato en un contexto novato, extrañamente, el accidente era irremediable. Por una alineación planetaria el club fue a topar con un entrenador prodigioso, con experiencia, aunque inexperto entre la elite. Su éxito rotundo creó una nueva cosmovisión coincidiendo con el progresivo aburguesamiento psicológico: el Valencia, por su clase y su condición, podía avanzar sea cual fuera la capacidad de sus profesionales. Una idea estúpida, una ensoñación, que degeneró hasta el punto de poner a dirigir a técnicos que no habían entrenado. La parodia de nosotros mismos. La que fuimos, la que somos. 

Esta elección es clave porque si cualquier momento es riesgo y cualquier decisión es vértigo, ahora más riesgo y más vértigo para la entidad sin comodín que no podía permitirse aventuras del laportismo trasnochado sino escoger la opción más pegada a la realidad propia y sus condicionantes. 

Ante la noticia, saltando en el fin de semana de los carruseles, qué sintomática la posición de los informadores centrípetos, dando su visión editorial a través de la lectura de mensajes recibidos por los oyentes: “Primera reacción de la afición del Valencia ante el posible fichaje de Marcelino: Marcelino-vete-ya”. Y las risas en el estudio. El chiste. Como unas risas enlatadas que recrudecen un tópico alejado de la verdad. Cualquier hinchada ante un campo de pruebas continuo que hacía desfilar a nombres como Neville, Ayestarán, Nuno, Djukic o Pellegrino hubiera hecho del banquillo una pira. En lugar de eso abundó una mustia comprensión. 

Ha llegado el tiempo de poner fin al aburguesamiento psicológico, de limpiarnos los zapatos con nuestras propias manos. Ese reto nos conmina, quedarnos ajenos es servir al enemigo. Responsabilidad y mirada larga para un intento que ya no puede ser de usar y tirar en meses. La responsabilidad colectiva de construir de nuevo. García, Uría y Fernández no son un equipo de abogados, pero por su bien, que sepan defendernos.