VALÈNCIA. Una fiesta para los ojos. Justo eso fue el golazo que anotó Gonçalo Guedes. Encaró desde el centro del campo, metió la quinta velocidad, cambió de cilindrada para regatear hasta a cuatro jugadores, mantuvo el equilibrio cuando le habían derribado, se levantó, volvió a acelerar su MotoGP pasando de cero a cien, volvió a regatear, armó la pierna y la clavó en el ángulo. ¿El gol de lo que va de Liga? Probablemente, sí. Un gol maradoniano, a la altura del mejor Messi. Uno que recuerda a aquel Guedes por el que el Valencia pagó 40 millones de euros y del que apenas teníamos noticias en el presente curso. El cohete luso no anotaba desde su doblete al Betis en abril de 2019. Hacía un mundo. Eso sí, atendiendo a la plasticidad de su tanto y su belleza, la espera valió la pena. El tanto, de museo, de los más bonitos que hayan visto los ojos de grandes y pequeños en Mestalla, tuvo su guasa añadida. La del colegiado y el VAR que, cumpliendo con su trabajo, se pasaron un tiempo revisando la jugada por si Guedes, en su caída, había tocado el balón con la mano.
El valencianismo, más allá de comprender que el reglamento obliga a revisar todas las jugadas, por más estéticas que sean, se preguntó, en voz alta, qué sería de este deporte si ese gol no subía al marcador. Con razón. Después de las pésimas relaciones y los antecedentes del Valencia CF con el VAR esta temporada, sólo habría faltado que se hubiese anulado una maravilla como la fabricada por ese artista llamado Guedes. Con la duda sobre el sistema, la perversión del invento y esa teoría que algunos compran de que al VCF se le persigue desde la RFEF, haber anulado el gol a Guedes habría servido para que miles de aficionados hubiesen pedido la suspensión del campeonato. Por cierto que en el haber de Guedes, además de su gol supersónico, también cabe incluir el pase milimétrico que le obsequió a Rodrigo, para facturar el segundo y definitivo tanto ché.
Precisamente por eso, por sus méritos tangibles y por estar necesitado de continuidad, Guedes se cogió un rebote importante cuando Celades le invitó a salir y se marchó a la grada, torciendo el gesto. Quizá ya había dado lo mejor físicamente, quizá el luso ya estaba en la fase de ir de más a menos, pero el chico quería seguir en el campo. Nada del otro mundo: está por nacer el futbolista profesional que esté contento cuando el entrenador le cambia, pero en el caso concreto de Guedes, enfadarse debe ser obligatorio. Primero, consigo mismo, por no rendir así con más frecuencia. Y segundo, con su entrenador, por quitarle cuando lo que necesita es que le devuelvan la confianza que había perdido. Ojalá que Guedes recupere su mejor versión, porque a este VCF no le sobra nada.
Posdata: Rodrigo Moreno dejó su sello dentro y fuera del campo. Dentro, bordó el fútbol. Fuera, bordó la inoportunidad. "Aquí en Valencia pierdes un partido y parece que estás a un punto del descenso y hoy ganamos 2-0 y parece que vamos a ganar la Liga". Para algunos, una radiografía perfecta del club y su entorno. Para otros, una pamema del tamaño de un castillo. Para servidor de ustedes, ni Rodrigo está para sacar pecho, ni el Valencia está en el sitio que debería estar.