Hoy es 9 de octubre
VALÈNCIA. Algunos creímos que, escarmentado por sus errores y habiendo esperado la buena ola para surfear con un título bajo el brazo, Peter Lim aprendería la lección. Pues no. La realidad es que cambian los resultados y los nombres de sus ejecutivos, pero Peter Lim no cambia. Ni quiere hacerlo, ni sabe cómo. El magnate de Singapur, como la cabra, tira al monte. Su modelo es tan reconocible como indiscutible: paga y manda, pone y quita, hace y deshace. Si el forro de su capricho le invita a desintegrar la estabilidad del club para convertirlo en agencia de compra-venta de jugadores, adelante. Si quiere ejecutivos convertidos en jarrones de la dinastía Ming, adelante. Y si necesita sentirse más importante que los protagonistas del éxito porque su ego no admite competidores dentro del club, adelante.
Peter Lim, maestro en el arte de cambiar todo para que nada cambie, ejerce -porque puso el taco donde otros no-, como amo y señor del Valencia CF. Para sonrojo de los que decían servir al Valencia y se sirvieron de él, Lim puso el dinero y no engañó a nadie. El tipo manda legítimamente desde Singapur, puso la pasta y como entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero, entiende el fútbol como un negocio y el sentimiento como un paquete de acciones. Y en base a ese código, actúa. Nadie podría reprocharle su manera de conducir su inversión. Lim hace lo que el cuerpo y el bolsillo le piden.
Quien esto escribe, por descontado, se declara culpable. Entre otras cosas, de creer, a pies juntillas, el discurso institucional sobre las bondades del proyecto. Sonó bien durante dos temporadas y el sentido común, por fin, parecía instalarse en un club que tiene una capacidad bestial para autodestruirse y que, cuando no tiene problemas, es experto en buscárselos. Uno creyó que, si el dueño había interiorizado que, a mejor equipo más negocio, el Valencia CF subiría como la espuma. Y uno creyó que, si delegaba en un director general capaz y un entrenador exigente, el club se reflotaría, la afición se uniría y con los buenos resultados, el club sería una balsa de aceite. Error.
En realidad, Peter Lim siempre ha sido el mismo. En lo bueno –arriesgando su patrimonio para poner sobre la mesa un dineral- y en lo malo –el negocio siempre por delante del interés del equipo-, el asiático nunca ha logrado enterrar sus ansias intervencionistas. Al revés. Tras cometer todos los errores que un dueño de cualquier empresa puede cometer y apostar por el dúo Mateu-Marcelino, Peter ha vuelto a las andadas. Sus caprichos, tan cíclicos como los vientos de su negocio pelotero, han repartido más hostias que un cura en la misa de domingo. Al director general, al entrenador, al aficionado, al periodista y a quien haga falta.
A golpes de realidad, Meriton ha dinamitado todo lo que había edificado hace dos temporadas. Consenso, estabilidad, trabajo, unión, autoridad y profesionalidad. Para el bienestar del Valencia, valores sagrados. Para el dueño, papel mojado. Y conviene repetir: Lim no ha engañado a nadie, sino que algunos nos hemos dejado engañar. El singapurés es un atuéntico experto en el arte de cambiar todo…para que nada cambie.
Que Peter Lim salvó al Valencia CF de la extinción mientras otros presumían de valencianistas y no pusieron un triste euro, es una realidad. No tiene discusión. Tanto, como que su negocio está en relación inversamente proporcional al crecimiento del club. Eso tampoco tiene discusión. Pero como uno se conoce a sus clásicos y como al calor de una y otra trinchera, servidor será etiquetado como pelota del director general desautorizado, Mateu Alemany, y del entrenador cuestionado, Marcelino García Toral, conviene asumir y procesar ese prejuicio.
Así que, alineado a un lado de la trinchera y con cero interés en lo que depare el futuro de una institución atrapada por el negocio, tengamos bien claro qué defienden unos y qué defienden otros. El señor empresario defiende su dinero, su inversión y su modelo de negocio. Ese es su interés. El del aficionado, el del director general y por supuesto, el del entrenador, pasa porque el equipo sea cada vez más potente, tenga mejores jugadores y consiga más títulos.
Marcelino, que ya sabe que el toro que le ha de matar está en la dehesa, no es perfecto, pero tiene más razón que un santo: el dueño puede hacer lo que le de la gana con su dinero, pero ni equipo ni afición se merecen ir hacia atrás como un cangrejo. En caso de duda, periodismo. Si una persona dice que llueve y otra que no, el trabajo de un periodista no consiste en dar la razón a unos u otros, sino en abrir la ventana y comprobar que llueve. Y oigan, culpen a quien quieran, pero aquí llueve sobre mojado.