VALÈNCIA. “¡Hazlo! Como si ya no te jugaras nada. Como si fueras a morir mañana. Aunque lo veas demasiado lejos” es el estribillo de uno de los temazos de Leiva. Una canción que escucho en bucle cuando necesito una dosis de adrenalina y que suelo utilizar en redes sociales en partidos especiales del Levante. El del jueves es uno de esos días señalados. De los de dejárselo todo en el campo. De los de dejarse la voz… desde casa. Porque el premio es la bomba y sería la guinda a unos días inolvidables desde que Roger destrozara la red de la portería de Gol Alboraya ante el Villarreal. Porque Orriols no entiende de imposibles. Porque ya es hora de enterrar para siempre lo del yunque de la adversidad. Porque el pequeño ha dado el estirón, se ha hecho grande y cuenta con mimbres suficientes para estar en la final. Porque sería le leche jugar la próxima Supercopa de España. Porque no habría mejor espaldarazo para que se hiciera justicia y se reconociera de una vez por todas la Copa del 37. Porque es un orgullo ser granota. Porque es indescriptible este sentimiento de pertenencia. O simplemente porque nos lo merecemos.
Hay que concienciarse en que lo del jueves va a ser una guerra que se empezó a jugar desde la rueda de prensa tras el 1-1 del viernes en el Ciutat. Incluso más mental que futbolística. Y en ese juego Marcelino es el peor enemigo posible. ¡Qué se lo digan al Getafe!. En un encuentro así hay más factores que no entienden de presupuestos ni de virtudes en las botas. Hay que saber canalizar la ilusión y que los nervios no atenacen las piernas. Que ese sueño de estar acariciando la final de Sevilla no sea contraproducente y el equipo sepa tener la templanza suficiente para desplegar su fútbol y gestionar un partido que tendrá un sinfín de momentos. Que el Levante sea de nuevo ese bloque unido, sacrificado y entregado que se dejó hasta el último gramo de energía para regresar de Bilbao con una renta positiva.
Pagaría lo que hiciera falta por vivir el encuentro en mi butaca de Grada Central con mi padre Ismael, mi hermano David y mis tíos Pedro y Gaspar. Es un día para compartir emociones y taquicardia como en otros momentazos. En casa no se vive igual, se sufre muchísimo más. El próximo lunes 8 se cumplirá un año del último partido con público ante el Granada. Pese al vacío, el equipo no estará solo y el coliseo sonará con fuerza, como si luciera sus mejores galas y estuviera a reventar. Es de locos como se está viviendo la Copa. Mola un montón que el nombre del Levante esté en boca del panorama fútbol por sus méritos. Estos días no tienen precio, pero aún la historia no ha acabado. Nadie se acuerda del semifinalista. Este vestuario ha conseguido que el levantinismo sueñe sin miedos y esté viviendo esta competición sin límites. Porque lo único imposible es aquello que no se intenta.
Desde la ida ha costado aparcar la vuelta entre los cuatro encuentros de Liga que ha tocado afrontar: la histórica victoria en el Wanda, los empates ante Atlético y Athletic, y la derrota de local contra Osasuna. Una espera envuelta en el debate de las alineaciones, los planes de partido, los ciclos de esfuerzo y los peajes en forma de lesiones. Si ya de por sí no fuese suficiente con el premio que hay tras estos 90 minutos (o 120 y penaltis si hicieran falta), la privilegiada situación liguera (noveno clasificado, 32 puntos, 10 de distancia con la zona roja y mirando hacia arriba) ayuda todavía más a vaciar el depósito de energía por una recompensa fuera de lo normal.
Estos días he estado repasando muchos pasajes de la historia del Levante. Con Emilio Nadal, Felip Bens y José Luis García Nieves tenemos a los mejores para honrar el pasado. Menudo lujazo. Muchos partidos de plomo. Muchos recuerdos en blanco y negro. Alegrones y disgustos. La posibilidad de jugar una final de la Copa del Rey merece un tomo especial. Una travesía plagada de obstáculos que el Levante ha ido superando y generando progresivamente una ilusión inusitada. Un éxito que comenzó con los goles de Sergio León, siguió con las paradas de un Cárdenas que parece que lleva una vida entre los tres palos, alcanzó su cénit con el tanto de Roger y que ahora, con la ligera ventaja de la diana de Melero, se encuentra a las puertas de un sueño posible. Y la clave de todo: el EQUIPO.
No escondo que no tenía fe en la situación actual e incluso me molestaba cada cruce porque sentía que podía generar más perjuicios que beneficios de cara a la supervivencia en la máxima categoría. Recuerdo a mi buen amigo Javi Lázaro que nos repetía a los #SabiosGranotas en cada tertulia de los martes que iba a ser la Copa del Rey del Levante. No era de cara a la galería, lo creía de verdad. Y yo me equivocaba y tan feliz. En cada eliminatoria solamente pensaba en dos cosas: que nadie se lesionara y que fuera el trampolín para sumar efectivos a la causa de la Liga. No creía en llegar tan lejos, no pensaba que esta fiesta fuera con nosotros. Acabé subiéndome al carro y ahora no quiero bajarme hasta vivir la final en La Cartuja. No tengo término medio. Puedo pasar de ser un aguafiestas a ir a muerte, con el pecho descubierto y a por todas, en primera línea de fuego, como si Paco me necesitase para vestirme de corto (en el medio del campo o en la demarcación que quisiera) aunque sea un desastre con un balón en los pies. Hay que asumir las limitaciones y jugar este partidazo desde la barrera, que así también se suma.
Lo del jueves viene de un primer asalto liguero eclipsado por una incomprensible decisión del VAR. Sigo sin entender que el colegiado insistiera en su error sin echar un vistazo al monitor y comprobar que lo de Berenguer fue un piscinazo como el de Casemiro años atrás ante Doukouré. Me preocupa que en las últimas siete Ligas, el Athletic sea el tercer equipo con más penaltis a favor (47) tras Real Madrid y Barcelona por los 29 que le han señalado al Levante. Esperemos que el sueño no lo convierta en pesadilla el trencilla de turno y los de la tecnología. “Sinceramente no sé lo que ocurrirá. Nosotros ya sabéis que trabajamos diferentes estructuras y vamos a plantear el partido como creamos que podemos sacar más rendimiento. Hoy tocó un dibujo, el jueves será otro seguramente y a dar la cara como está haciendo el equipo. No tengo ninguna duda de que vamos a competir", declaraba Paco tras el empate. Será una partida de ajedrez de las que harán época. Estoy convencido de que los 11 elegidos (y los que entren después) serán los mejores y se dejarán la vida por alcanzar la finalísima. Si estuviera dentro, lo que al equipo le diría es... deséalo, espéralo, suéñalo, pero por todos los medios… ¡Hazlo!.