VALÈNCIA. El trance vital que hemos vivido en los últimos meses nos ha llevado, del luto inicial al bajar la persiana del fútbol a reclamar puertas abiertas en los estadios, pasando por un periodo más duro en el que la preocupación por la maldición bíblica que vivíamos nos llevó a dejar de pensar en fútbol e incluso a dudar que sería posible terminar la temporada. Afortunadamente vamos viendo cómo la tragedia va rebajando su intensidad y nos encontramos a menos de una semana para volver a ver rodar el balón y... también nos parece poco. Y creo que deberíamos entender que la vuelta de la competición tiene mucho más que ver con un flotador para tratar de salvar el negocio que con una vuelta real del fútbol que no será tal hasta que se incluya al público como ingrediente fundamental de la exitosa receta que lo convirtió en el mayor espectáculo deportivo del mundo. Pero no creo que haya que darle un tinte peyorativo a la vuelta del ‘negocio’ porque, aunque sepa a poco, se antoja como la fórmula posible y necesaria para que acabe volviendo a ser lo que era: si los Clubes se arruinan, si no salvan la cuenta de resultados en el corto y medio plazo, tendremos un fútbol más pobre y -por tanto- menos atractivo en el futuro. Habrá que esperar para ver estadios llenos y para recuperar el alma de un deporte que sin su público pierde una parte mucho mayor de la que los propios clubes entienden: la mercantilización exagerada a la que hemos asistido en la última década ha llevado a la industria ‘futbolera’ a menospreciar al aficionado volcando todo su interés hacia la dictadura televisiva y huyendo de cualquier equilibrio. Ahora van a poder comprobar que el fútbol sin público, sin el cataclismo propio de un estadio que ruge apoyando a los suyos, es... otra cosa, menos vibrante, menos interesante. Pero hay una cuestión al hilo de la polémica suscitada en los últimos días con respecto a la vuelta del público a los estadios que me ha llamado poderosamente la atención y tiene que ver con esa pretendida ecuanimidad reclamando desde diversos foros periodísticos y desde la propia administración que sólo se permita la presencia de aficionados en las gradas cuando sea administrativamente posible en todos y cada uno de los estadios. ¿Por qué? ¿Por qué es necesario preservar la pureza de la competición en este particular cuando el fútbol se ha gobernado históricamente desde la desigualdad? No me explico por qué tiene que erigirse el Consejo Superior de Deportes como adalid de la igualdad siendo el mismo organismo que alumbró un decreto ley que salvaguardó un reparto televisivo en el que salieron clarísimamente beneficiados los de siempre. Los Clubes de fútbol no son ajenos a la sociedad donde echan sus raíces , ni a su tradición, ni a su geografía y eso los hace distintos per sé. El Real Madrid o el FC Barcelona son Clubes enormes, radicados en ciudades enormes que, por tanto tiene una aficiones muy numerosas. Eso les acarrea un buen número de ventajas que muchos otros equipos no tienen: más atención mediática, grandes ingresos por televisión, por marketing, por venta de entradas e incluso un demostrado poder intimidatorio ante instituciones de toda naturaleza incluido el estamento arbitral. Pero... resulta que cuando se produce un hecho insólito en el que unas zonas geográficas podrían encontrarse con cierta ventaja por estar menos expuestas a la pandemia.. hay que esperarlos en busca de la igualdad en la competición.
No seré yo quien reclame la presencia de público en los estadios antes de lo sanitariamente aconsejable , no sé si se aclararán entre quienes perpetran el BOE y quienes reclaman mayores competencias desde las distintas Comunidades Autónomas y... tampoco creo que , después de todo lo ocurrido, ningún presidente autonómico coja esa bandera con los riesgos que podría terminar acarreando pero... venir ahora con la cantinela de la pureza de la competición tras décadas de manifiesta desigualdad me suena a demagogia barata.