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opinión politizada / OPINIÓN

Juan Soler, dos décadas después

15/03/2023 - 

VALÈNCIA. Costó más de lo previsto, pero David Albelda acabó visitando los micros de ‘Veus Fé-Cé’ con motivo de su episodio 200. Una charla fantástica propiciada por un entrevistado con ganas de hablar, de recordar, de expresarse y de, tranquilamente y sin alzar la voz, poner cada cosa en su sitio durante el repaso a sus quince temporadas como futbolista de la primera plantilla.

Escucharle me transportó a épocas más felices pero, también, al momento y lugar en que todo se fue al garete. Supongo que por aquella necesidad tan valenciana y tan ‘coent’ de creernos lo que no somos y de despreciar las señas de identidad que nos han funcionado toda la vida. Y, dado que el tiempo pasa volando y dentro de nada van a cumplirse veinte años desde aquel momento, va siendo hora de refrescar la memoria.

Existe un sector minoritario pero ruidoso que juega la carta del llorentismo cada vez que Meriton hace una de las suyas. Como eso suele ser prácticamente a diario, el nombre de Manuel Llorente –que el mes que viene hará diez años que dejó la presidencia, ¡diez!- sale también prácticamente a diario a la palestra. Y el truco parece funcionarles: a base de insistencia y a golpe de tuit incendiario y tramposo, esos poquitos llevan años consiguiendo que apenas se hable de Juan Bautista Soler Luján.

El origen de gran parte de los actuales males encarnados con disciplina marcial por Peter Lim y sus ‘minions’ se puede remontar, dentro de la extensa cronología que abarca los últimos treinta años, a un punto muy concreto: verano de 2004, tras la cruenta guerra entre Paco Roig y Batiste Soler (padre) por el control del paquete accionarial del Valencia. Podemos hallar otros puntos de inflexión a peor en el pasado (la creación de las SAD en 1992, el reparto accionarial posterior, los años de Paco Roig, etc.) pero fue en 2004 cuando el club pegó el derrape definitivo en dirección al abismo que ha supuesto Meriton para el valencianismo. Y era el constructor Juan Soler quien conducía el coche a toda velocidad.

Vamos con lo más evidente: los números. Deuda bruta del Valencia CF cuando Soler tomó las riendas: 132 millones de euros. Cuatro temporadas después, en el año 2008, Juan Villalonga cifraba la deuda del club en “casi 800 millones” de euros (contando la pasta necesaria para acabar el Nuevo Mestalla). La cifra real, concretada en verano de 2009 y tras las cuatro campañas de gestión de Soler y su ‘prórroga’ con Vicente Soriano al frente durante un año, indica que la broma se había disparado hasta los 550 millones de euros. Con un campo a medio construir, los préstamos de Bancaja, Porxinos, la permuta del nuevo estadio…

En poco más de cuatro años, Soler había cuadruplicado la deuda del Valencia.

Los adeptos a Juan Soler (curiosamente, muchos también suelen ser adeptos al régimen de Singapur) habitualmente pasan de puntillas sobre esta época.

Yo la suelo llamar “el boquete”. 

Y que nadie se engañe: Peter Lim es hijo de aquello. Ni de Llorente, ni de Ortí, ni de Cortés, ni –si me apuras- tampoco de los años locos de Paco Roig en los noventa. Ya lo de meter en el saco a Arturo Tuzón me parecería, directamente, un insulto a la inteligencia. Peter Lim es la consecuencia de una gestión nefasta e irresponsable en una época de desenfreno ‘a tota virolla’ a todos los niveles en la Comunitat. La aparición, en 2013, de prestidigitadores expertos en la venta de gamusinos para regalarle el club en bandeja de plata y sin garantías firmadas sólo fue la puntilla definitiva.

Bien: si las cifras son así de contundentes, ¿por qué casi nunca aparece el nombre de Juan Soler en los sesudos análisis que la guerrilla peterlimista nos regala de cuando en cuando en redes sociales? ‘Qui lo sá’. Es un misterio misterioso. Como ser humano con empatía en las venas, puedo entender que no se quiera hacer sangre y cebarse con aquel que, mientras arruinaba al Valencia, se arruinaba a sí mismo. Lo entiendo y, de hecho, lo comparto: no tengo absolutamente nada personal contra Soler y, de hecho, me encantaría sentarme un día con él a tomarme un café y preguntarle por qué hizo determinadas cosas. Pero, más allá de esa empatía, los hechos son los que son. Dato mata a relato.

Hablando de relatos y volviendo a Albelda, su testimonio en primera persona me impactó por varios motivos. Detecté a un David con síntomas de agotamiento tras haber tenido que remar a la contra durante muchos, muchísimos años. Cansado de siempre portar la bandera cuando muchos otros optaron y optan por esconderse. En perspectiva es una absoluta locura, pero cabe recordar que durante varias temporadas fue señalado como un auténtico paria por un sector de personas que preferían demonizar al capitán que llevaba toda la vida en el club y que lo había hecho alcanzar la gloria, en lugar de plantearse el terrible daño que la gestión de un presidente y máximo accionista desnortado estaba haciendo a la entidad.

Fueron años de desenfreno sin control, sin nadie al volante en lo económico, con gastos monumentales en fichajes, blindajes, despidos, cambios caprichosos de entrenador, decisiones clave que escapaban a toda lógica… Albelda sacó a la palestra el enfrentamiento entre Quique Sánchez Flores y Amedeo Carboni como ejemplo más evidente. ¿Cómo puede alguien en sus cabales, sabiendo de la mala relación entre entrenador y jugador, decidir de un día para otro ‘jubilar’ al jugador y convertirlo en director deportivo con poder sobre el entrenador? El jefe pasaba a ser subalterno, y el subalterno pasaba a ser jefe. Y la casa sin barrer. La fórmula perfecta para el desastre. Y pasó lo que tenía que pasar. Una ‘genialidad’ total de un Soler que parecía feliz viviendo en su mundo de fantasía, de palco en palco a todo trapo, con jamoncito del bueno en los aviones charter… y, todo, mientras una banda de buitres revoloteaban a su alrededor, le susurraban al oído y le chupaban la sangre.

“Se veía el ‘desparrame’. Hasta entonces éramos un club grande, pero con una gestión humilde. Ya veías venir el panorama. La mayoría de los trabajos consistían en estar cerca de Juan Soler y de su mujer. Que estuvieran contentos: ‘Oye, mañana todos a la falla’. Hubo jugadores, como era mi caso, que no teníamos ‘feeling’ con ese tipo de club”, recordaba el capitán. Y sí, Consuelo Rubio –mujer del máximo accionista- tenía la costumbre de insistir en comer o cenar con los futbolistas y sus parejas. Algunos accedieron; otros no. Y Albelda ubica ahí su caída en desgracia: “Yo nunca dije ‘vale’. Me hubiera ido mejor si lo hubiese hecho, por lo menos hubiese vivido más tranquilo”.

Las negativas llevaron a malas caras, y esas malas caras desembocaron en Koeman apartándole del equipo junto a Cañizares y Angulo. Albelda denunció la situación, Soler y el futbolista se vieron las caras en el juzgado, el empresario dejó la presidencia, Koeman fue destituido con el equipo al borde del descenso, Voro restituyó a los apartados y la situación regresó a la normalidad, aunque la herida y el daño a la imagen del ‘6’ del Valencia CF tardaron años en cicatrizar.

La conclusión que alcanzamos ambos al final del Veus es que, efectivamente, no hacía falta que viniese gente extranjera a cargarse el Valencia porque los gestores locales ya habían demostrado ser especialistas en esas lides. Una reflexión que deja más o menos a todos felices: a los defensores de Meriton (y también de ‘Juan, Gracias por Todo’), porque pueden echarle el muerto a Llorente, a ‘los empresarios valencianos’ o a quien sea; a la gente con cierto ‘trellat’ y equilibrio analítico, porque nos recuerda que Peter Lim sólo está transitando y ampliando la senda que Juan Soler abrió en su momento. Igual de nefastos. Tal para cual.

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