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Julio Salinas, un síntoma esperanzador

Debió Suso agradecer con orgullo que un árbitro perjudicara al Valencia porque estaba así beneficiando a un gran club como el Barça. Debimos celebrar que los jugadores rivales tuvieran un comportamiento ruin porque, tratándose del Barça, es un honor que decidan tenerlo justo en Mestalla

28/10/2016 - 

VALENCIA. Estos últimos días he sentido una satisfacción particular aunque haya sido posterior a una palmatoria in extremis. Claro que Jorge Valdano tenía razón y las derrotas pueden ser útiles. Lo que él olvidaba es que las victorias todavía lo pueden ser más. He gozado del espectáculo después de una consistente derrota contra el Barça en un partido que, como en los tiempos normales, se ha alargado durante toda la semana. Por primera vez después de tiempo en lugar de generarse los conflictos él mismo y contra sí mismo, al Valencia los conflictos se le han montado desde fuera. El VCF hecho explosivo en mitad de tertulias desacostumbradas a la periferia. 

En lugar de sulfurarse, obrar con rabia o asistir atónitos, una leve aunque doble sonrisa: la constatación de que el Valencia cuando es incómodo genera molestia; también la constatación de que el club, a pesar de sus excesivas sesiones masoquitas, sigue conservando intacta la capacidad de sacar lo peor de aquellos que pretenden imponer doctrina. 

¡El Valencia ha vuelto!, exclaman algunos viniéndose arriba. No, el Valencia no ha vuelto a ningún sitio. Sobre todo, no ha vuelto a su sitio. Salvo que el futuro diga lo contrario solo es un hecho esporádico. Lo que ha vuelto a demostrarse -ya habíamos perdido el hábito- es que el Madrid y el Barça, indistintamente porque se parecen más de lo que ambos creen, tienen activada una maquinaria precisa sin espacio para la contestación. La apisonadora ideológica que se escandaliza ante cualquier rendija que discuta su absolutismo. 

Qué preciso estuvo Robert al pedir pleitesía y sumisión ante la apisonadora. Eso, básicamente eso, es a lo que aspiran dos clubes que han montado el chiringuito a su manera con la complacencia del resto. Debió Suso agradecer con orgullo que un árbitro perjudicara al Valencia porque estaba así beneficiando a un gran club como el Barça. Debimos celebrar que los jugadores rivales tuvieran un comportamiento ruin porque, tratándose del Barça, es un honor que decidan tenerlo justo en Mestalla. 

La contestación, es la contestación. Ver a un Valencia contestatario cuando debe serlo es una gran señal porque es una tradición largamente perdida. La casta prefiere a un VCF callado (no es un conflicto particular, se extiende a todo aquel que genera competencia a Madrid y Barça, especialmente si son de fuera del centro), prefiere a un VCF que siguiera como hasta ahora, modosito y con sus empastres, sus tracas, la mascletà y la paellita. Pero que no se pongan farrucos que hay un orden preestablecido que respetar. 

Por eso cuando Julio Salinas desliza frases como la del otro día (“La afición del Valencia debería besar el suelo que pisa Alcácer”) olvidando que estamos refiriéndonos a un club histórico, ambicioso, asombrosamente dado a superar sus adversidades que ni empezó ni acabó con el meritorio Alcácer, en lugar de enfurecerse lo que toca es alegrarse. Lo mismo con las portadas del Sport, por otra parte un ejercicio típico de las portadas de los deportivos.

Cuánto más portadas y frases así de flamígeras caigan, mejor síntoma. En lugar de un Valencia sumiso y mustio, de verdad tendremos a uno desobediente y contestón. Que siga hablando Salinas.  

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