VALÈNCIA. Casi nadie conoce a Ramón Torres, aunque, en realidad, es muy conocido. Su popularidad, aunque la gente no la sepa concretar en Ramón, viene por dos caminos muy distintos: el primero, el más agradable, es que fue uno de los jugadores de baloncesto que inspiró la historia de ‘Campeones’, la sonada película de Javier Fesser que casi todos hemos visto; y la segunda, la más incómoda, es que Ramón se vio implicado en uno de los escándalos más bochornosos de la historia del deporte español, cuando España acudió a los Juegos Paralímpicos de Sídney 2000 con un equipo formado por diez jugadores sin ninguna discapacidad y otros dos, Ramón y otro chico llamado Juan Pareja, que sí la tenían y que no sabían nada de los tramposos que les rodeaban. España ganó la medalla de oro, pero poco después se destapó el pastel en la revista ‘Gigantes del Basket’.
A los diez mentirosos se los tragó la tierra. Nunca más se supo de ellos. A los otros dos les destrozaron la vida. A Juan Pareja, su psicólogo, al ver en qué estado se encontraba su paciente, le ordenó que no volviera a hablar del tema nunca más. Y Ramón, el mejor jugador español de la historia entre los deficientes intelectuales, cayó en una profunda depresión que le llevó a zonas muy oscuras.
El único que fue castigado fue Fernando Martín Vicente, entonces presidente de la FEDDI (Federación Española de Deportes para Discapacitados), cuya condena fue pagar una multa que da hasta risa: 5.400 euros. Martín vive ahora plácidamente como presidente de la Fundación ANDE, dedicada a la atención a personas con discapacidad intelectual y donde no parece importarles el daño irreparable que les hizo Martín a dos personas con, precisamente, discapacidad intelectual.
Aquel asunto se olvidó rápido. Se echó un poco de tierra por encima y ahí se quedó todo.
A Ramón nunca le llamó nadie para pedirle perdón. Han pasado 21 años y sigue esperando. No se ha olvidado. No solo no lo ha olvidado sino que casi nunca accede a hablar del asunto porque remueve aguas muy profundas y turbias de su alma.
Ramón Torres, que nació en Waymouth Dorset (Inglaterra) y que vive en València, se encerró tres meses en su casa después de aquello. No salía para nada. Solo quería olvidar. Pero no podía. El dolor no se iba y solo lo superó cuando supo que tenía que aprender a vivir con ese dolor y tirar para adelante. “Aún no lo he superado”, me contó hace un año para un reportaje de la ‘Revista Plaza’.
Ramón Torres, ‘King Ray’, un tipo de 1,90 con unos pies enormes, acabó volviendo a las canchas. Pero era otro. “Me convertí, por la rabia que llevaba dentro, en un jugador salvaje, un jugador capaz de meter 25 puntos por partido”, recordaba.
Pero en 2018 acudió a un Campeonato de España y acabó ingresado en un hospital. Ramón llevaba tiempo con problemas físicos, cansancio y mareos, comiendo mal, descansando poco, pero no hacía caso y seguía jugando. Hasta que su cuerpo lo mandó a la cama de un hospital.
Tuvo que parar y, poco a poco, como nos ha pasado a muchos, acabó pasado de peso, con serios problemas en una rodilla y varias hernias en la pierna derecha, el único trozo de piel de su cuerpo que Ramón ha dejado sin tatuar.
Su amor por el baloncesto es tan grande que casi siempre va con una pelota en las manos. Le gusta tanto este deporte que el año pasado se empeñó en reaparecer. Se operó de las hernias y después de pasarse dos meses y medio en la cama empezó a preparar su vuelta. King Ray empezó a correr un poco, aunque no podía soportar más de diez minutos, y cerró la boca. En unos meses perdió casi treinta kilos y el pasado fin de semana, en L’Alqueria del Basket, volvió a la cancha para jugar el Campeonato de España de la FEDDI con el Unitts Godella.
A sus 48 años estaba muy lejos de aquel jugador que era el mejor de España, muy lejos también de aquel jugador “salvaje”, pero tiene tanto talento para este juego que eligió desempeñar otro papel sobre el parqué. “Me he convertido en un pasador. Ahora tenemos a dos chicos muy altos y me dediqué a darles el balón y dejar que se pegarán ellos, que para algo son mucho más jóvenes”, comenta divertido Ramón Torres por teléfono desde el piso de Canyamelar donde vive tutelado por Novaedat, una asociación que trabaja con chicos con trastornos mentales.
Ramón está de buen humor después de su reaparición, aunque perdió una vez más en la final ante el Afandice, un equipo de Madrid, de donde han salido sus grandes rivales de toda la vida, y está exhausto por el esfuerzo. “Estoy destrozado. No puedo ni mover los párpados. Pero también estoy muy feliz. La gente me dio mucho cariño, me hicieron una especie de homenaje y me entregaron una camiseta que recogía toda mi trayectoria. Pero lo mejor de todo fue el momento de volver a pisar la cancha. Eso fue maravilloso”, recuerda.
Los médicos le han dicho que no puede jugar. Tiene la rodilla destrozada -le van a poner una prótesis- y parece ser que también tiene unos problemas de corazón. Pero Ramón no hace ni caso. Y yo creo que no es porque sea un imprudente sino porque estoy convencido de que cree que sin baloncesto se muere. Porque el baloncesto es su vida y a mí me enternece ver que alguien pueda sentir una pasión tan fuerte por el deporte. Larga vida al rey.