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Sara Hall: No será la mejor, pero sí la más inspiradora

29/11/2024 - 

VALÈNCIA. Solo Sara Hall, sus cuatro hijas y su marido, Ryan, el único estadounidense que ha corrido un maratón en menos de dos horas y cinco minutos, saben lo que hay escrito en el espejo del cuarto de baño de los Hall. Ese es el lugar donde Sara, una maratoniana californiana de 41 años, escribe sus objetivos. Así que solo ellos saben si la estadounidense pretende correr en Valencia en menos de 2h18:29, el récord de su país (de Emily Sisson desde 2022) o simplemente quiere hacer un ‘check’ en uno de los maratones más conocidos del mundo. Hace unos días escribía un post en sus redes sociales que denota mucha sensibilidad. “Siempre quise experimentar las calles mágicas de la ‘Ciudad del Running’ (escrito así) y estoy muy emocionada de que este sea el año. Espero que podamos darle un empujón a una ciudad (en realidad, una provincia) que ha pasado por mucho recientemente”. Y al final ponía el enlace para colaborar con los afectados por la Dana.


Sara Hall es muy popular en Estados Unidos. Una mujer que ha transitado desde los 800 metros, cuando comenzó a correr en el colegio, hasta el maratón. Hace cuatro años, en 2020, fue capaz de correr en 2h20:32 y es la tercera estadounidense más rápida de todos los tiempos en maratón. Suyo es el récord nacional de medio maratón (67.15), logrado ya con 38 años, 15 después de que lo consiguiera su esposo -un año mayor-.

Es incombustible. Este año va a correr cuatro maratones en once meses. En febrero disputó los Trials de Estados Unidos para hacer la selección olímpica; en abril corrió en Boston; en octubre, hace mes y medio, en Chicago, donde Ruth Chepngetich deslumbró con ese récord del mundo de 2h09:56, y ahora le toca en València. “Todavía me encanta correr”, insiste siempre que le preguntan por la edad. “Si puedes mantenerte saludable y mantener tu cuerpo sano, entonces puedes seguir construyendo ese motor durante mucho tiempo”.

Ryan y Sara se conocieron en la pista de atletismo de la prestigiosa universidad de Stanford. La pareja se casó poco después de la graduación y llevan juntos desde entonces. Ryan brilló antes que ella en el maratón y desde hace unos años es su entrenador. Juntos crearon una fundación y juntos decidieron que querían adoptar a un bebé. Los dos atletas viajaban periódicamente a Etiopía para entrenar allí. Pero un año visitaron un orfanato en Addis Abeba y se enamoraron de unas niñas que eran hermanas. A partir de los tres años, las posibilidades de ser acogida en adopción bajan drásticamente, y las mayores ya eran adolescentes. Las cuatro hermanas llevaban cuatro años esperando que alguien las acogiera. 

Los Hall no se precipitaron. Primero quisieron conocer al pueblo etíope, su cultura. Ryan y Sara iban a entrenar a Etiopía, un país con cuatro millones de niños huérfanos, y acudían a visitar a las niñas para crear un vínculo y ganarse su confianza. Ellas no sabían inglés, así que Sara no dudó en aprender amárico. Un día llamaron a las cuatro chicas desde una oficina del orfanato y les dijeron: “Chicas, estos son vuestros nuevos padres”. Las dos mayores se quedaron sin palabras e inmediatamente se pusieron a llorar. Sara y Ryan les preguntaron si ellas también querían ser sus hijas. “Queríamos que tuvieran una opinión en este asunto”. Las cuatro dijeron que sí, se abrazaron a ellos y sus nuevos padres les entregaron unos collares con la letra H, la inicial de su nuevo apellido.

Hana, Mia, Lily y Jasmine viajaron a Estados Unidos sin saber inglés y cargadas de miedos. Sus padres también. El día que Hana, la mayor, fue al colegio, ya con 15 años, fue la primera vez en su vida que entraba en uno. Sara siguió su vida como atleta. Madre de cuatro y maratoniana. Unos años antes de adoptar a sus cuatro hijas etíopes, Sara Hall pasó por una crisis. La norteamericana había sufrido varias lesiones engorrosas y pensó en dejar el atletismo. Le salvó un quiropráctico de Phoenix (Arizona) llamado John Ball. “Un genio”, en palabras de Molly Huddle, la plusmarquista americana de los 10.000 metros.

Su debut en maratón, en Los Ángeles, en 2015, no fue muy esperanzador: 2h48. Tenía 32 años y, entonces no lo sabía, una larga y brillante carrera por delante con podios en varios ‘majors’ y la tercera mejor marca estadounidense de maratón. En 2021 quiso ir a por el récord nacional en el maratón de Chicago y no lo logró. Dos meses después, Mia, la segunda de sus hijas, se quedó a las puertas del Campeonato Nacional de cross. “Mamá, te he visto pasar por esto y ahora sé lo que se siente”, le dijo. Y Sara aprovechó para hablarles de las veces que la habían visto caerse, pero también levantarse. “Sabían que quería batir el récord de maratón y me vieron fracasar miserablemente, así que verme hacer lo que fuera necesario para tener éxito después de eso, es realmente poderoso”.

Sara Hall no solo inspira a sus hijas -a las dos pequeñas no les interesa el atletismo-, también a su madre. Y mucho antes de adoptar a las cuatro hermanas, la atleta animó y planificó a esta mujer de 54 años para que llegase a correr un maratón. Karen Bei no había corrido en su vida, pero en 2009 empezó a hacerlo muy poco a poco. Primero empezó a caminar; luego, unas vueltas a la pista de atletismo; más tarde, un 3K. Un día, casi sin darse cuenta, estaba en la salida de un 10K con el miedo y la sospecha de que iba a quedar última. Pero luego salió a correr y en la carrera, como en la vida, descubrió que había personas de todo tipo. No entró la última. Karen cruzó la meta, miró la hora y, más que el tiempo, vio que llegaba tarde a misa, así que salió disparada. Pero tuvo que pararse en seco porque, de repente, empezó a escuchar que la llamaban por megafonía porque había acabado segunda en su categoría. “Eso me emocionó”, dijo. En 2011 corrió el Maratón de Chicago antes, incluso, de que su hija debutara en la distancia. Luego vinieron retos mayores, como un cáncer, pero nunca dejó, mientras pudo, que la enfermedad le robara ese ratito diario para salir a correr. Ahora, Karen, maestra de educación especial, anima a sus alumnos y a sus padres a que salgan a correr.

No todo han sido alegrías. Sara Hall ha acudido ocho veces a unos Trials clasificatorios para los Juegos Olímpicos y ocho veces ha fracasado. Eso le llevó a pensar que igual es un modelo educativo equivocado enseñarle a los niños la importancia de unos Juegos cuando es algo que, en cada prueba, solo consiguen tres personas en su país cada cuatro años. Ahora, ya en la madurez, Sara Hall corre sin miedo al fracaso porque ha aprendido que hay “otros caminos hacia el éxito”. También se ha apoyado en la fe, en la religión. Tanto ella como Ryan son muy creyentes y él viaja con la Biblia descargada en su iPhone.

Ahora, de vez en cuando, tres generaciones de la familia, la abuela Karen, Sara y sus hijas, coinciden, cada una en su lugar y a su ritmo, en la salida de una carrera. El domingo solo estará Sara Hall, una atleta que valora este maratón y que está sensibilizada con la tragedia de la Dana. Es posible que no gane, pero igual consigue inspirar a alguien por el camino.

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