Hace unos días me contaba Claudia Conte, una atleta de Benicàssim de 1,71 de estatura que se acaba de proclamar campeona de España de heptatlón, que si ella o cualquiera contempla a María Vicente, un portento que con solo 18 años ya se hizo con el récord de España, se da cuenta de su superioridad física. "Miras su cuerpo y yo no tengo ese cuerpo. Yo le pongo mucho empeño y tal, pero no soy ella", explicó.
El comentario iba sin picante. No había una pizca de maldad porque son muy buenas amigas y lo único que hace es señalar esa diferencia con total deportividad. Viene a decir que es lo que hay.
Esta misma semana, además, ha llegado la puntilla para Caster Semenya. La Corte Suprema de Suiza desestimó la apelación de la atleta sudafricana contra un fallo del año pasado del Tribunal de Arbitraje del Deporte que daba por buena la decisión de World Athletics (WA), la federación internacional de atletismo, que discrimina a las deportistas con diferente desarrollo sexual. La Corte avaló esa sentencia "a fin de garantizar una competencia leal para ciertas disciplinas de carreras en el atletismo femenino".
La WA reconoce que su reglamento es "discriminatorio" pero lo permite porque considera que es la única vía para "preservar la integridad del atletismo femenino".
Yo pienso que lo que hace, más que preservar la integridad del atletismo femenino, es discriminar a Semenya y un par más de atletas -Francine Niyonsaba, de Burundi, y Margaret Wambi, de Kenia- para no caer en una hipotética discriminación al grueso de mediofondistas que sucumbía ante ellas.
La WA cerró la puerta de las pruebas que van de los 400 metros a la milla (1.609 metros) a cualquier atleta mujer que supere los cinco nanomoles de testosterona por litro de sangre. Cuando la media de esta hormona oscila entre los 0,7 y los 2,8 nanomoles en la mujer y entre 6,9 y 34,7 en los hombres.
Las atletas que se sentían en inferioridad ante Semenya hablaban abiertamente de que competían contra un hombre, como declaró una atleta italiana, Elisa Cusma, tras la final de 800 del Mundial de Berlín, en 2009, cuando el periódico 'El Mundo', por ejemplo, tituló '¿Ganó ella o él?'.
Aquel triunfo por un segundo y medio de Semenya sobre la segunda clasificada encendió un debate muy caliente que ha terminado con Semenya 'marginada', con la única opción de correr un 200 (o una distancia inferior) o un 5.000 (o una distancia superior).
Semenya no ha encontrado muchos aliados en este tortuoso camino, pero los que tiene son buenos. Por un lado, el Gobierno de Sudáfrica, que ha promovido una campaña bautizada como #LetHerRun (Dejadla correr), y, por otro, Nike, que ha realizado varios spots a favor de su cliente y otra campaña llamada BETRUE en la que reclama el fin de la discriminación.
La ministra de Deportes de Sudáfrica, Tokozile Xasa, salió en defensa de su compatriota: "Lo que está en juego no es nada más y nada menos que el derecho de cada uno a practicar su deporte. El cuerpo de las mujeres, su bienestar, su capacidad para ganarse la vida, su vida privada, su sentimiento de pertenencia al mundo están puestos en cuestión".
Yo lo diría de otra forma, formulando una pregunta: "Si Semenya no puede correr con las mujeres, ¿con quién tiene que correr?.
Con los hombres, ha contestado alguna vez alguien que no ha dedicado mucho tiempo a su respuesta. Porque no es tan sencillo.
Un artículo de 'Investigación y Ciencia' titulado 'Más allá de XX y XY (los cromosomas del hombre y la mujer)' nos habla de una "zona gris" que alcanza al 1,7% (probablemente mucho más) de la población. El problema es que el deporte es binario y deduce que los deportistas intersexo (características sexuales de macho y hembra en proporción variable) y transgénero tienen ventaja y deben ser marginados.
En un estudio con más de 2.100 observaciones auspiciado por la WA, Stéphene Bermon y Pierre-Yves Garnier, de la Universidad Costa Azul, de Niza, y el Instituto de Medicina del Deporte y Cirugía de Mónaco, estudian las diferencias en el rendimiento deportivo entre quienes tienen menos testosterona en sangre y los que más, y descubre que van del 1,78 al 2,78% en mediofondo, 2,94% en pértiga y 4,53% en martillo, dos pruebas estas últimas que, aún siendo con mayor diferencia, nunca han sido analizadas por la WA.
Otro estudio establece la diferencia en el rendimiento entre hombres y mujeres entre el 10 y el 12% a favor del primero. Mientras que la diferencia entre las atletas suspendidas por exceso de testosterona y el resto oscila entre el 1,2 y el 1,4%. Es decir, es una aberración compararlas con un hombre. Y, además, sus niveles de testosterona no llegan siquiera a los 6,9 nanomoles por litro de sangre (el mínimo en una horquilla que en el hombre llegaba a 34,7 nanomoles).
Expongo todos estos datos para llegar a una conclusión mucho más simple: la cantidad de testosterona no es una excepción a las diferentes variaciones biológicas entre humanos. Porque hay atletas con los pies más grandes, los brazos más largos, con más capacidad pulmonar... Y también, o eso creo yo sin mucha base científica, con más testosterona.
Pero apartar a quienes tienen más de esto último que las mujeres, pero menos que los hombres, solo genera discriminación, estigma y dolor.
Y yo repito, si Semenya no puede correr con las mujeres ni en evidente desventaja con los hombres, ¿con quién tiene que correr?