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La curiosa evolución del cronometraje

17/11/2023 - 

VALÈNCIA. El deporte y la tecnología han avanzado de la mano. Los Juegos de París, que ya casi los vemos asomar por el horizonte, poco tendrán que ver con los de Atenas del siglo XIX. Esta semana, ojeando la página de ‘Sports Illustrated’, me encontré una historia sobre la evolución del cronometraje en los Juegos Olímpicos. El reportaje se ciñe a la labor de Omega, que lleva ligado a los aros olímpicos desde hace noventa años. Esto me generó curiosidad y entré en la página web de la marca de relojes para ver su relación con el deporte.

La historia empezó en 1932, cuando Omega mandó a Los Ángeles a un relojero de Suiza con 30 cronógrafos certificados por el Observatorio de Neuchatel. Un siglo después, la marca sigue midiendo los tiempos olímpicos y viaja con cerca de 550 cronometradores. Para Berlín, los Juegos de Jesse Owens, la marca de Bienne (Suiza) ya envió 185 cronógrafos. Y en St. Moritz, en los Juegos de invierno celebrados una década después, ya utilizaba células fotoeléctricas.

Una novedad muy llamativa llegó en los Juegos de Helsinki, en 1952, cuando incorporó un artilugio desarrollado por la British Race Finish Recording en 1949. Aquel artilugio recibió un nombre rimbombante, ‘Magic Eye’, y es lo que hoy conocemos como ls photofinish. Por entonces ya habían llegado los dispositivos móviles e independientes de la red eléctrica.

Otro invento que hoy nos parece cotidiano fue la incorporación, en 1964, del cronómetro a la parte inferior de la imagen de televisión. Aunque una de las grandes revoluciones se produjo en México 68, uno de los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Ese año Omega adaptó el cronometraje electrónico y automático, e incorporó el ‘touchpad’, el panel que tocan los nadadores con la mano al llegar al final de la piscina. Este ingenio nació como consecuencia de una controvertida decisión tomada en Roma 60. Lo que ahora nos parece obvio no fue incorporado tan fácilmente. “Las federaciones tardaron unas dos décadas en aceptar que el cronometraje electrónico era más preciso que el manual”, explica a ‘Sports Illustrated’ Alain Zobrist, el director general de Swiss Timing, la empresa que está a cargo del material de Omega.

En Múnich 72 se rompió un empate la final de los 400 metros estilos a la milésima, y el sueco Gunnar Larsson derrotó así, por dos milésimas, al estadounidense Tim McKee. Y en Los Ángeles 84 aparecieron los detectores de salidas falsas y las imágenes de la photofinish a color. Omega considera que la tercera evolución del cronometraje moderno irrumpió en Atlanta 96, donde un sistema permitía tomar el tiempo, procesar el dato y anunciarlo. En esos mismos Juegos, en las regatas de vela celebradas en Savannah se utilizaron sistemas GPS por primera vez.

En la bisagra del siglo XX al XXI, en Sídney 2000, quince segundos después de que un nadador detuviera el cronómetro al tocar el panel, ya se podían consultar por internet los resultados y los tiempos intermedios. La tecnología daba saltos de gigante y en Pekín 2008 una cámara de vídeo de alta velocidad permitió demostrar que el resultado del cronometraje electrónico, que proclamó campeón de los 100 metros mariposa a Michael Phelps por una centésima, era correcto.

El deporte es medido con mayor precisión cada año que pasa y al final se logró solucionar una minúscula injusticia, que los corredores que estaban más cerca de la pistola escucharan antes el disparo, aunque fuera por una diferencia casi imperceptible, pero real. Omega desarrolló una pistola electrónica que se conecta a un altavoz que hay en los tacos de salida de cada velocista o vallista. Cuando se dispara, suena por el altavoz, emite un flash luminoso y acciona el cronómetro.

La empresa responsable del cronometraje alimenta toda su tecnología a fuentes separadas de la energía que utiliza el estadio o el pabellón, de manera que, si hubiera un apagón, seguiría cronometrando. Zobrist le cuenta también a SI que el cronometraje manual se sigue conservando como cuarta o quinta opción por si hubiera un fallo. Aunque es difícil que falle un dispositivo capaz de aguantar temperaturas extremas y de mantenerse inalterable a la exposición de campos electromagnéticos y electrostáticos. Y, por supuesto, cada novedad se comienza probando en competiciones menores y se va incorporando a otras de mayor trascendencia.

Lo último son los sensores de movimiento y posicionamiento. En Tokio 2020 ya se podía saber la velocidad de un atleta en tiempo real o el número de brazadas de un nadador. Estos sensores podrán ser un apoyo para los jueces de la gimnasia o para afinar el grado de sincronización de dos saltadores de trampolín.

Ahora falta por descubrir qué nos traerá la Inteligencia Artificial. ¿Veremos en París alguna novedad llamativa? Seguro que sí.


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