opinión

La destitución de Marcelino o el decoro

10/01/2019 - 

VALÈNCIA. Poco lugar para el escándalo. El Valencia, disputados 18 partidos en Liga, ocupa la posición 12 y en lugar de mirar a Champions, mira al descenso (9 de distancia por arriba, 5 por abajo). Eliminado en Champions a las primeras de cambio. En desventaja en Copa ante un Segunda. En caída vertiginosa de registros a favor desde hace un año. Con esos números, lo natural en cualquier club del tamaño aspiracional del Valencia es que se plantee la destitución de su entrenador.

La incapacidad -como patológica- para anotar goles fue un perfecto señuelo con el que disimular los desperfectos estructurales. Fueron pasando las semanas hasta que el foco de la esterilidad a puerta se hizo insostenible porque o bien le pones solución o bien te responsabilizas. 

Dos instantes en la vida reciente de Marcelino. 1/ Cuando ante las primeras dudas sobre su continuidad eleva la cuestión a la personalidad del club: lanza la pregunta de por qué los entrenadores duran tan poco en los últimos años. Un movimiento estratégico. Se escuda en la mala reputación del club. 2/ El martes, por primera vez, se atrinchera tras un futbolista (el desahogo de Batshuayi lo pone fácil), lo toma de rehén sabedor de que su puesto está en precario. Pide en alto incorporar delanteros. Un intento de ganar tiempo. Sabe que está rompiendo los equilibrios, que está poniendo en evidencia a parte de los suyos, pero entre una mala opción y una peor, proclama el sálvese quien pueda.  

Visto lo visto, sus actos dentro y fuera de los estadios, a Marcelino solo lo puede proteger el decoro. Son significativas las principales defensas del entrenador: no hay argumentos sobre su continuidad que atiendan a su capacidad para revertir crisis, a la validez de sus métodos, sino que solo son justificaciones a propósito del tamaño del vacío que dejaría. Marcelino como un banco demasiado grande como para dejarlo caer sin que el sistema se ponga en peligro. 

Además, el decoro. El club con fama (y motivos) de casa inflamable, con una década de entrenadores de paso. Mantener a Marcelino se convierte en una cuestión más estética que práctica. Cargárselo ya sería reincidir en la mala reputación, se cree en parte del frente. 

¿Entonces? La indefinición del club, su fragilidad, su proyecto cogido con alfileres, en evidencia. Resulta alucinante, desde la frialdad, que la defensa de Marcelino sea la atención al qué dirán o la comodidad de evitar otro seísmo estructural. ¿Cree usted en la capacidad de Marcelino para recuperar el pulso de la plantilla y revertir la situación a medio plazo? Si usted no cree, Marcelino ya no tiene sitio, no debe seguir, se hace tarde para destituirlo. El decoro y la incertidumbre son menos importantes que buscar remedio a la temporada y, sobre todo, a la planificación que está por venir. Si usted cree en él, hay que mantener a Marcelino, aunque pierda contra el Valladolid, aunque caiga en Copa, aunque tenga consecuencias sociales. 

El resto parece más bien un intento de escurrir el bulto y que el ambiente tome las decisiones por ti.

Resultaría saludable y edificante que el Club estuviera preparado para lanzar un órdago fuerte: mantener a Marcelino hasta final de temporada por verdadera creencia. Me temo que la realidad de la institución y del entrenador es demasiado débil para afrontarlo. Ya solo se trata de un juego de sillas por ver quién resiste a quién.

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