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La fábrica de galletas

Algo así le ha sucedido a Peter Lim con el Valencia y, a la vista de los últimos acontecimientos, no parece que haya aprendido de sus errores de primerizo sino todo lo contrario...

18/11/2017 - 

VALÈNCIA. Desconozco de manera absoluta el funcionamiento de una fábrica de galletas. En realidad, desconozco de manera absoluta dicho funcionamiento y el de cualquier otra industria del tipo que sea pero si algo tengo claro es que el funcionamiento de una fábrica de galletas no tiene nada que ver con la realidad del mundo del fútbol. El ‘deporte rey’ se ha construido, con el pasar de los años, una dimensión empresarial muy relevante que dista mucho de sus inicios pero nunca va a perder del todo su trasfondo social. Hay algo en este ‘negocio’ que podría asemejarse al mundo del espectáculo: un gran recinto en el que se reúne un buen número de gente para presenciar un concierto puede llegar a tener algo que ver con el fútbol pero, también en ese caso, se advierten grandes diferencias. Hablamos de una competición deportiva en la que se enfrentan dos equipos y que interesa a muchísima gente. De ahí que haya crecido a su alrededor una industria cada vez más voluminosa que ha terminado atrayendo a tiburones de todo tipo y ralea. Beneficios empresariales relacionados con la explotación televisiva del espectáculo, las venta de entradas, el merchandising, etc, etc… han convertido el deporte del balón en un gran negocio en el que mucho ‘listo’ pretende mojar pan. Pero el fútbol se fundamentó en un sentimiento de pertenencia que lo mantiene a miles de leguas de distancia de cualquier otra industria conocida. El amor a unos colores y el sentimiento que ello provoca hacen de nuestro amado deporte una ‘materia sensible’ que puede acabar siendo dominada por feroces tiburones, sí,  pero sólo por aquellos que tengan la habilidad y la predisposición para entender dichas peculiaridades. Quizá sea por ello que se haya venido convirtiendo en terreno abonado para quienes, manejando con destreza los resortes del populismo, hayan sido capaces de intervenir quirúrgicamente en la fibra sensible del aficionado porque quien sabe mover voluntades acaba siendo capaz de ‘controlar el  cotarro’ mientras no se le descubra el truco, pero quien nunca será capaz de hacerlo es quien cree que ha llegado a una fábrica de galletas y pretende adaptar modelos de producción y comercialización a espaldas de quien mantienen el negocio en pie. Y aquí, el negocio en pie, lo mantiene el aficionado: el que saca el abono, el que compra entradas, el que compra camisetas y el que se abona al canal televisivo propietario de los derechos… Quien hace todas estas cosas y muchas más, no lo hace por una campaña de márketing más o menos acertada ni porque le presenten un balance más o menos saneado. Quien hace todas estas cosas y muchas más… lo hace por amor, y pretender eliminarlo de la ecuación para convertirlo en un mero consumidor de galletas está condenado al fracaso.

Algo así le ha sucedido a Peter Lim con el Valencia y, a la vista de los últimos acontecimientos, no parece que haya aprendido de sus errores de primerizo sino todo lo contrario. El magnate asiático –dicho lo de asiático con el mayor respeto porque están muy susceptibles- aterrizó en Valencia aprovechando el carisma popular de quienes, de forma más o menos populista, nos vendieron su ‘candidatura’ como el remedio a todos nuestros males. Una vez aterrizado, entendió que ya no le hacía falta el factor ‘populista’ y prescindió de Amadeo Salvo convencido que con su ‘know how’ de la Fábrica de Galletas le bastaría. Se estrelló una y otra vez hasta revolcarse en el barro del ridículo hasta que dio con dos personajes claves para el cambio de rumbo. Hoy, las cosas funcionan de forma bien distinta y el valencianismo, que es extraordinariamente generoso, estaba dispuesto a olvidar el pasado reciente. Pero como este señor sigue pensando que el Valencia es su fábrica de galletas sigue –por rencor-  faltando al respeto a los verdaderos depositarios de un sentimiento que él sigue sin comprender y al parecer empieza a recelar del cariño que despiertan en la afición lo verdaderos artífices de esta bendita mutación. Quiera Dios que esos ‘celillos’ no terminen por romper la baraja y que, de una vez por todas, en Singapur se den cuenta de que aquí, a doce mil kilómetros de distancia, no hay enemigos y sí una enorme afición agradecida y generosa que espera y desea el éxito de Lim porque sería el éxitos de todos.


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