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opinión

La generación del minuto 94

23/05/2019 - 

VALÈNCIA. Una final es aquello sobre lo que se habla con mucho aplomo hasta que ocurre lo imprevisto. No sé, en la última acabé sujetando una camiseta de ‘Juan-gracias-por-todo’ que me sirvió de pijama algunas semanas. Qué ocurrirá esta vez. Desacostumbrados todos, intuimos que en la semana de una final se pueden acometer prácticas que en el resto de la temporada son desaconsejables. Por ejemplo, lisonjear hasta el manoseo a los jugadores de los que hemos dudado durante buena parte del año. Me dispongo a ello. 

Pese a la duda, este equipo ha dado casi siempre señales reconocibles. Acarrea problemas graves de fútbol ante situaciones muy encogidas y estáticas. Se crece ante la disposición de espacios y la posibilidad de correr con libertad. Tiene enormes dosis de resistencia, gracias a ello le llegan más chances en los últimos instantes. Previsible hasta en lo imprevisible, este equipo de marcelinato puro se ha ganado la condición de grupo honrado. La final del sábado es el reconocimiento más ceremonial. 

Es mérito de Neto, tan sobrio, tan firme, que las paradas que dan partidos han terminado pareciendo. La certificación de lo que importa mirar al tipo y no sólo al portero. Es mérito de Rodrigo Moreno, de quien intuimos tantos cabreos, tantos desaires, que desaparecido y aparecido ha terminado dando el balanceo a favor. Más peligroso cuando parecía ausente. Su rol en el Valencia del futuro es probablemente el más delicado de ajustar. Es mérito de Chéryshev, que ta lo Juanito Mühlegg terminó cambiando de nacionalidad, de ruso a español, de lastre a un aporte revulsivo en el momento más delicado. Podría haberse dejado llevar por la inercia en su contra, tampoco se lo permitió. La conclusión está clara: Chéry vale, otra cosa es si vale lo suficiente como para ser puntal. 

Es mérito de Guedes, tan decepcionante en su juego irregular y en su bloqueo cuando no bebe velocidad, que acabó reconciliado por sus ganas de dar la cara. Dos grandes amenazas en el porvenir: 1/ si es el gran futbolista que se imaginó o solo un veloz talento incapaz de articular ataques estáticos; 2/ si se va a rapar la cabeza en caso de victoria sevillana. 

Es mérito de Parejo. En fin, lo de Parejo. El capitán por el que no dábamos ni un duro (comenzando por él) y al que la metamorfosis de su aleación con Marcelino lo situó como verdadero reactor, el núcleo del Valencia mejor. Parejo ya no es un jugador, es un proyecto de club. Cubierto con toda la confianza a su alrededor, es el gran gol en el minuto 94 de esta entidad. Con permiso de Uría, un jugador que ejerce de segundo entrenador. El título no sería solo el merecimiento a su trayectoria, más bien la consagración de una figura trascendente en el club de los próximos años, dentro pero también fuera del campo.

Es mérito de Gameiro, al que liberado de la delantera dual de Batshuayi se le comenzó a oscurecer el contorno del ojo, a verlo ya claro. Algunos de los goles clave llegaron por él. Se otea que su protagonismo vendrá a partir del segundo plano. Hay vidas y momentos en los que uno da lo mejor conforme menos expectativas le rodean. Es mérito de Kondogbia, en una mala temporada ha sabido confirmar una sospecha: sin él el Valencia se debilita. Por si las moscas, que estas semanas Diakhaby acuda a su escuela de verano. 

Es mérito, claro, de Mina, de dos en dos hasta la reivindicación final: de promesa a subalterno, recorriendo ese camino con la franqueza del que no está de paso. La mayor infravaloración de este grupo. Ojalá todos entendiéramos con tan buen grado nuestro lugar en el mundo. Cada par de goles ha sido una lección de humildad. Solo le falta tatuarse la cara de Marcelino en el antebrazo. Ah, no, que ya no cabe. Es mérito de Garay, aunque no se sabe si el mayor logro es por estar o por evitar no estar. Si Garay pudiera jugar 35 partidos por temporada sería más fundamental de lo que ya de por sí lo es. 

Es mérito de Gayà, la mejor temporada de su vida, por su juego, por el paso al frente, sobre todo por el simbolismo que comienza a tener para el club. Si esta relación sigue adelante, podríamos estar hablando de un estandarte de época. No ya uno de los mejores laterales españoles, sino algo más que eso. Es mérito de Ferran, por Girona, por no sucumbir ante el desánimo del que llamado a refulgir a la primera tiene que encontrar caminos alternativos para abrirse paso. No se abrasó por el ansia y su evolución es la que toca, cuando toca. Es mérito de Wass, el todocampista sobre el que todavía no hay consenso a propósito de su mejor posición. Me temo que su mejor rol es no tenerlo, simplemente dejar que esté. Fondo de armario recomendable para abrigar o desvestir cualquier estación. Es mérito de Kang-in, tan joven, tan intenso aporreando la puerta que hubo que enviarlo a hacer la mili a Corea antes de sublevar los tiempos. Marcelino, pese a los dramitas, lo acabará convirtiendo en pieza de su engranaje. 

Es mérito de Paulista, un arquetipo de rostro pendenciero si jugará como rival. Visto a favor es la proporción indispensable de persona humana dispuesta a abrirse la cabeza ante cualquier circunstancia. Y no nos engañemos, necesitamos siempre a alguien cerca que quiera que le revienten una ceja en defensa propia. Es mérito de Diakhaby, cuyas brazadas son tan nerviosas que parece que se aparte a los rivales con la inercia de la agitación. Su capacidad para desconcertar es la mejor virtud. Y el mayor desconcierto fue el gol mestallero contra el Sevilla, sumiendo al ambiente en la gran duda: celebrar o recriminar. Tal cual que el pensamiento sobre Diakhaby. Ante la duda, adelante. 

Es mérito de Coquelin, el cinturón de un equipo a que se le caían los pantalones. En esa indefinición que ha vivido la medular, no ha aclarado si es un imprescindible, pero sí que conviene no prescindir de él. Es mérito de Soler, que en una temporada esquiva supo practicar el arte de la persistencia, evitar la tentación de incendiarse ante las suplencias en partidos elementales. Su crecimiento va ir parejo a ese oportunismo silencioso que comienza a poner en práctica: aparecer cuando no está. Una habilidad acabada de destetar. Es mérito de Lato, porque es sustancia de un relato: la foto preadolescente con Soler. No le queda otra que salir fuera a jugar. 

Es mérito de Piccini, de atribulado a lateral progresivo. El lateral alto que buscaba la dirección técnica evolucionó en símbolo de coraje. El minuto 94 hecho acento. Lo lógico es que la final terminara con Piccini en Jerez tatuándose frente a la garganta el rostro de Marcelino. Ah no, que tampoco le cabe. Es mérito de Roncaglia, superó la sospecha de bulto extraño con una compostura firme en un tránsito complicado, como un temporero infalible. El Vezo adulto. Es mérito de Jaume, aliado idóneo, respaldo cooperativo. No solo se detienen goles jugando. Aplicarse la teoría del menos es más, ser un portero contenido, mejoraría la percepción sobre sus condiciones. Es mérito de Sobrino, porque… qué buen chico Sobrino. Es mérito de Batshuayi, por refrendar que el leve aleteo de un murciélago puede provocar, en ausencia, toda una remontada. Como haberse quitado un verdadero peso de encima. 

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