VALÈNCIA. Jamás he pensado que un equipo elija un partido u otro simplemente por dejarse ver, por mostrarse cuando los focos brillan con más fuerza. Ni lo creo, ni lo compartiré, ni es un mensaje correcto como vestuario. Hay muchas aristas que condicionan la hoja de ruta de un encuentro, que se nos escapan y que son necesarias de conocer antes de descarrilar en los comentarios y caer en los extremos. Eso y que cuando estás en la cresta de la ola cualquier frenazo escuece más de la cuenta como ya sucedió ante el Granada. No voy a demonizar a nadie por mostrar lo que piensa aunque no esté de acuerdo. Lo que sí pediría es un poco de cabeza fría. Entiendo perfectamente que nos podamos contagiar por esa sensación de querer siempre más (yo el primero) y crisparte cuando la moneda sale cruz y dejas la mejor racha en Primera en el Ciutat en 11 partidos sin perder. Sin contar las mudanzas al Camilo Cano de La Nucía (dos victorias, dos empates y dos derrotas) y La Cerámica de Vila-real (un empate y una derrota), el Levante no caía en Orriols desde el 18 de enero de 2020 contra el Alavés, con otro 0-1.
Aunque sabéis que me rebelo contra las excusas, la autocomplacencia y los vaivenes de un once a otro (solamente repitieron Duarte y Radoja de la ida de las semifinales de Copa del Rey), la apuesta del domingo la entendí y la repetiría en idéntico escenario. No habían pasado ni 72 horas de la ‘batalla de San Mamés’. Fue un ejercicio de economización de esfuerzos; una cuestión física y mental que, sin merecerlo, salió defectuosa. La derrota no fue justa ni tampoco creo que la victoria lo hubiera sido sin el penalti fallado (el tercero en lo que va de temporada y el segundo que repele el guardameta Sergio Herrera a un granota). Con el 0-1 puede sonar a error esos nueve cambios y la modificación de dibujo con tres centrales y dos carrileros. Pero no pasaría por alto que De Frutos, Morales y Bardhi entraron con 0-0 y sin que Osasuna hubiera apenas inquietado a Aitor Fernández. Y que el gol nace de una contra no finalizada que desencadena otra en el oponente, con una concatenación de decisiones equivocadas: otra pérdida de Malsa, una autopista en la zona de un Toño fuera de lugar y un Vezo despistado y permitiendo que Budimir, que acababa de entrar, definiera sin problemas. Un zarpazo cuando el equipo pasó a su habitual defensa de cuatro. Otro botín que se escapa ante un adversario de la misma pelea para además haber abierto una brecha aún más amplia con el precipicio. Ante el Granada, otra variación en la retaguardia (al revés que contra Osasuna), con su consiguiente error en cadena, fue dramática.
Sea el rival que sea, la realidad es que el riesgo a perder más exponentes por el camino está presente, con jugadores al límite. El caso más llamativo es el de Radoja, agravado por la acumulación de problemas físicos en su demarcación. Que no son máquinas, que no son robots, como dijo Paco López en la rueda de prensa tras el revés propinado por los navarros. Que llevan mucha tralla. El Levante acumula más de un mes jugando cada 3 o 4 días; es lo que tiene haber hecho historia en la Copa del Rey y que el sueño aún siga intacto. Hasta esa vuelta del 4 de marzo, el calendario se endurece aún más con tres encuentros en diez días: mañana en el Ciutat ante el Atlético, el sábado en el Wanda Metropolitano y el viernes 26 frente al Athletic en Orriols como aperitivo al momento más esperado. Lo que es innegociable, y ahí no hay debate físico que lo proteja, es que cada partido hay que competirlo al cien por cien. Salvo algunos momentos puntuales (lo más sangrante se vivió en el partido de Liga en San Mamés), el Levante no se ha mostrado como un equipo de brazos caídos.
Todos aplaudimos la apuesta de Paco en la ida de las ‘semis’. Que fue con todo y eso se tradujo en un equipo generoso, intenso y sacrificado en el esfuerzo. Una combinación perfecta para regresar a Valencia con una preciada recompensa. Esa gestión Liga/Copa tiene unas consecuencias que nunca deseas. Sobre el campo se rompió Melero (una baja sensible por su amplitud de recursos) y con Roger, en la siguiente reválida, se fue inteligente por mucho que se echara de menos. No se pueden perder a más soldados para todo lo que viene. El míster de Silla ya avisó en la comparecencia previa telemática que había futbolistas sin recuperar bien tras el desgaste de Bilbao. El plan era coherente jugando sin apenas respiro, aunque chirriara que el banquillo estuviera plagado de tantos titulares habituales.
Al Levante le faltó profundidad, fue un equipo plano hasta que De Frutos zarandeó el encuentro desde banda derecha, pero Osasuna encontró recompensa a su paciencia. Junto a ese ejercicio de resistencia, de recuperación física, también hay una tarea mental por lo acumulado y lo que se avecina. Está muy cerca la posibilidad de hacer historia con la clasificación a la final de la Copa del Rey, pero antes hay tres partidos en la competición que da de comer. Pese a desaprovechar muchas oportunidades para dar el estirón y coger más oxígeno todavía, a los hombres de Paco les veo muchísimos argumentos más que lo que marca la distancia de seis puntos con el tercero por la cola (los 21 del Valladolid).
Son tantas emociones en tan poco tiempo que nos hemos acostumbrado a sonreír y cuando las cosas se tuercen nos cuesta digerirlas. Eso demuestra (una vez más) que el levantinismo está vivo. La reciente derrota, que dejó la racha positiva en 10 partidos oficiales sin hincar las rodillas, no tiene marcha atrás. Hay demasiado en juego en los próximos días para lamentarse de lo sucedido. Lo del domingo fue un mal día… y a por el siguiente desafío, con la ambición intacta. Aunque pueda sonar a misión imposible, hay que abordar un reto mayúsculo para compensar este punto de los últimos seis después de derrotar al Real Madrid y soñar en grande en la Copa del Rey: vencer al líder imperial Atlético y ya puestos dos veces seguidas. No hay mejor manera para afrontar la cita copera del 4 de marzo que sumando (y mucho) desde mañana hasta el Levante-Athletic de Liga del viernes 26. Esa es la mejor gasolina para rellenar el combustible de un vestuario necesitado de piernas frescas, que está acusando tanto esfuerzo… pero vale la pena y mucho.