VALÈNCIA. La sombra de Pedro Martínez es cada vez más alargada y ya se proyecta tanto sobre el parqué, con su sello en muchas jugadas, como en las oficinas, donde algunas decisiones o declaraciones resultan molestas o, al menos, incómodas. Es el precio. Después de varios años en los que el entrenador no había sabido dar con la tecla en el Valencia Basket, el club, a unos meses de inaugurar el fastuoso Roig Arena, un pabellón con muchísimas butacas por llenar, decidió ponerse en manos del único técnico que les ha dado un título de Liga ACB.
Su llegada generó una ilusión desconocida hasta ahora. La afición no necesitó ni ver la plantilla que componía con Luis Arbalejo: volvía el entrenador que les hizo campeones. Y si habían sido campeones con Pedro Martínez una vez, ¿por qué no una segunda? Aunque, claro, eso es francamente difícil. Pero empezó a botar el balón y, tras unos primeros partidos algo imprecisos, el Valencia Basket se ha convertido en una máquina de matar. Es difícil encontrar ahora mismo a otro equipo tan letal desde el tiro exterior y en casi todos los partidos rondan o superan los 100 puntos. Y hasta los 110.
Aún queda mucho camino por recorrer, está claro, pero, al menos, el entrenador ya ha devuelto la ilusión a una afición que parecía resignada a ser el coro de un equipo de segunda fila. Las temporadas perdían el aliciente demasiado pronto. Una medianía tras otra. Pero este verano apareció Pedro Martínez por la Fonteta, con su espalda bien recta, sus gafitas y esa mirada suspicaz, y casi sin darnos cuenta hemos vuelto a sonreír. Después de esos malos primeros partidos, el trabajo empezó a reflejarse en la cancha y un día sentimos una especie de ‘déjà vu’ al ver cómo volaba el balón, veloz, de mano en mano por la cornisa de la línea de 3.
Su baloncesto es singular. Simplificándolo mucho es como si ya no hubiera bases ni pívots. Todos son aleros. Todos amenazan el aro desde los 6,75. Todos tienen la misión de moverse por la zona, una coreografía de cinco contra cinco, mientras se pasan el balón a toda prisa hasta que llega a un jugador liberado que lanza de tres puntos. Y en ese momento, cuando parece que la tarea ofensiva ha terminado, los jugadores pasan a preocuparse del rebote por si hubiera un fallo en el lanzamiento. La plantilla tiene cinco bases, pero en realidad tampoco son bases porque el jefe no quiere a un jugador que abuse del bote. La pelota tiene que volar de mano en mano. Pase, pase, pase.
Atrás me parece que aún queda mucho margen de mejora. Quizá no para ahora, tiempo de avanzar a velocidad de crucero, sino para más adelante, cuando lleguen las eliminatorias y, quizá, las finales. Veo a este equipo capaz de llegar muy lejos en todas las competiciones. Lo veo campeón de la Eurocup, con opciones en la Copa del Rey y con serias probabilidades de ser campeones de la Liga Endesa por segunda vez. A su favor, una desventaja que es una ventaja: el Valencia Basket no juega la Euroliga, que tiene un peaje carísimo, como están demostrando unos poco efectivos Real Madrid, Barcelona y Baskonia.
Vamos que, de un año para otro, nos vemos en medio del escenario ideal para cerrar la puerta de la Fonteta y abrir la del flamante Roig Arena, la instalación a la que ya se le ven las escamas. Ya no queda nada para que se den los primeros conciertos y para que el Valencia Basket intente hacerse verdaderamente grande, ahora sí en la Euroliga, en su nuevo nido. Pero no corramos. Sigamos paso a paso, al ritmo que marca Pedro Martínez, nuestro líder, el líder de un equipo con el que podemos volver a soñar a ser campeones. Ellos no se lo pueden permitir, pero a nosotros nadie nos puede quitar la ilusión de fantasear con una temporada de ensueño, que falta nos hace.