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La próxima vez que nos digan que no tenemos relato

12/11/2020 - 

VALÈNCIA. En la oscuridad, ante el sabor de la lona tras la caída, siempre irrumpen fogonazos de luz. No sé quién dijo esta frase, porque me la acabo de inventar, pero es una de esas citas célebres con las que ilustrar una nueva sensación: la de que el Valencia, desacreditado perdido, fabrica ideas con las que asentar el progreso del club. Nos lo está chivando a cada paso, solo que nos encargamos pertinazmente de ignorarlo.

El club, en su penuria, ajeno ya al desarrollismo de etapas vibrantes, nos muestra cuál debe ser el camino. En apenas unos días, Españeta, Gayà, Soler, Sol han sido los puntos con los que unir la línea. El autoodio larvado, la flagelación practicada, nos lleva a mirar al vecino de al lado para pensar ‘qué bien lo hacen ellos, qué mal nosotros’. Pero dejando al margen al grupillo de dirigentes penosos, ¡que me digan qué institución ha puesto tan en valor a su utillero!, ¡que me digan qué institución ha iluminado con una carga simbólica tan intensa a uno de sus hombres de campo como Sol!, ¡qué institución tiene en su vestuario a dos tipos, henchidos de identificación genética, dispuestos a echarse al club a sus espaldas en mitad del naufragio! Es el club más allá del propio club. La esencia más allá de la administración. 

Toda esta arenga barata no es otra cosa que un intento simplista por hacer(me) ver que a este club le sobra más que le falta. Tenemos con quién, tenemos con qué, tenemos atributos que no tienen mucho que envidiar a algunos paradigmas admirados. La suma de memoria y la delicadeza para recordar el legado de Españeta, o de Sol, combinada con la bravura de futuro de Gayà y Soler. Memoria, memoria y memoria… Pero no como una retórica gratuita con la que recrearnos, sino como la base para un legado vivo que nos hace más productivos por el sencillo hecho de saber a dónde vamos. 

También nos interpela. Preguntábamos el otro jueves: ¿a qué estamos dispuestos? Quizá también debamos estar dispuestos a esperar a los nuestros, a crecer desde una base propia, a rodear a Gayà y Soler de una cuadrilla de aliados, a darles galones, a hacerles sentir el corazón del proyecto. No por lo que puedan ser, sino por lo que son. 

La próxima vez que nos digan que no tenemos relato, quizá debamos lanzar en la mesas las imágenes de los últimos días. En lo peor, fogonazos potentes de un club que siempre va por delante de quienes lo rodean. 

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