VALÈNCIA. Los caminos del fútbol son muchos pese a que haya una élite reduccionista que sólo contempla como alternativa válida el fútbol asociativo. El ‘sobeteo’ abusivo del balón le ha ganado la partida a la fuerza en el discurso instalado en la gran mayoría de medios de comunicación y quien no comulgue con la idea del ‘fútbol de toque’ queda, de manera automática, estigmatizado. Incluso quienes echan mano de recursos menos aceptados por el establishment, con el honestísimo objetivo de alcanzar la victoria, rehuyen de su propia naturaleza para no llevar del cuello colgado un cartel que ‘queda feo’ pero… siempre ha sido muy fácil pensar con la necesidad del otro porque nadie, o casi nadie, quiere que su equipo pierda y, los mismos opinólogos que abominan el fútbol directo cuando lo juega cualquier otro equipo, se apresuran a dibujar una interminable colección de matices que expliquen una victoria del suyo propio sustentada en la presión, la fuerza, el pase en largo y el contragolpe. Es una trampa más de los adoradores de Guardiola pero… así funciona el asunto.
A Bordalás le ha tocado arrastrar todas las pesadas cadenas que le han colgado los inquisidores de nuestro fútbol y… le molestan. Le molestan porque es una absoluta injusticia y se empeña en argumentar que todas ellas se basan en falsedades. Un servidor no perdería demasiado tiempo ni saliva en tratar de desmontar los argumentarios de la Santa Inquisición porque ni el fútbol tiene un único camino, ni se juega en la selva: se juega en un terreno de juego, bajo el amparo de un reglamento, sometido a la vigilancia de un equipo arbitral y escrutado por el “gran hermano” del VAR cuando no anda tuerto. A partir de ahí, todos juegan con las mismas reglas. Las diferencias las marcan las estrategias de los entrenadores, la capacidad de ‘hacer equipo’, el compromiso de las plantillas y el talento de los futbolistas. La prueba la tuvimos el miércoles: Gil Manzano descontó todo el tiempo que se había perdido, según su criterio, de la misma manera que un árbitro mide las entradas que se producen en un partido y determina cuándo y cuándo no se ajustan a los límites del reglamento.
Y como el árbitro no es un robot, ubica el listón en función de su buen entender. Los equipos miden la altura del listón y obran en consecuencia con el único objetivo que debe tener un futbolista al saltar a un terreno de juego: ganar. Todo lo demás es adorno. Si un equipo se puede permitir ganar sublimando el juego, pintando pases interiores inverosímiles y regalando alguna que otra gambeta al espectador… bienvenido sea, pero dejen vivir a quien necesita un pase largo, a quien libra los duelos que el rival propone con la fuerza necesaria y, sobre todo, aquellos entrenadores que son capaces de servir un menú exquisito con patatas, cebollas y pollo. No todos tienen en su cocina langosta y caviar iraní, ni tiene un mérito extraordinario presentar un menú apetecible cuando dispones de tan inalcanzables manjares.
A Bordalás le han querido convertir en el muñeco de ‘pim-pam-pum’ y, posiblemente, lo hayan conseguido de cara a su galería de paladares refinados pero sólo hacía falta asomarse al balcón de Mestalla el miércoles para testar la felicidad de una afición que sació su hambre de fútbol, que no es imbécil porque también le gusta la langosta, pero que sabe que lo que importa es comer cada día y alimentar su felicidad con victorias. El aficionado del Valencia se ríe del ‘discurso único’ cuando ve a su equipo ganar como lo hacían los seguidores del Getafe cuando se vieron en una competición europea. O como lo celebraban los aficionados helenos al ganar la Eurocopa de Portugal y los del Chelsea al ver a su equipo convertirse en campeón de Europa. Todos ellos bien puestos bajo la lupa de los ‘sabios’ que criticaron duramente su manera de ganar, pero ninguno de esos sabios pudo experimentar la inmensa felicidad que supone coronar una cima sin guantes y con agujeros en las botas.
Bordalás debe, en mi humilde opinión, mirar adelante y no perderse en discusiones peregrinas. Tiene un reto importantísimo por delante que consiste en ganar un título y enderezar el rumbo en La Liga, además de lidiar con los extraños habitantes del palco de Mestalla. Como para perderse en batallitas de contertulio engolado.