VALÈNCIA. Nadie le ha metido tanta caña a Calleja como quien suscribe. A los cinco encuentros de aterrizar en Orriols, el curso pasado, ya tenía claro que no sacaría de la plantilla el partido necesario para el ascenso directo. Y todos sabíamos que el play-off era una lotería, una ruleta rusa en la que era un suicidio jugarse el futuro del club. Ningún granota lo olvidará, después de que saliera cruz de la forma más cruel posible. Pero no se equivoquen: compramos boletos para esa rifa, jugamos con fuego muchas jornadas.
Lo he confesado unas cuantas veces. Y lo haré otra más: me encantaría dedicar mis elogios más elaborados a Calleja. Si es que el tipo no me puede caer mejor. Encarna muchos de los valores que son esenciales, en el fútbol y en la vida. ¿Cómo no empatizar con él, además, después de su alegría desbordada en el vestuario del Belmonte, de su conexión con el equipo? Quizás me precipité tras el partido del Burgos: celebré que había cambiado, que había aprendido de sus errores, que había desterrado el fútbol especulativo para que este equipazo ofreciera sus mejores prestaciones. Sin embargo, el día del Vila-real B (aparte del tangue arbitral) volvió a regalar la primera parte, el gran error del curso pasado, y nos instaló en aquel recuerdo gris.
En el Belmonte, por el contrario, le ganó la mano a Albés. Y tiene mucho mérito, porque el engolado entrenador gallego es una bestia, capaz de aprovechar al máximo una plantilla muy limitada, pese al engañoso traspié de Oviedo. El fútbol, en todo caso, son goles y resultados. La estrategia de Calleja de plantear el partido a la contra salió a la perfección… gracias también (no lo olvidemos) a unas cuantas intervenciones decisivas de Andrés Fernández, que frustró las aspiraciones del Albacete de meterse en el partido. Y sobre todo a la exhibición de Lozano, con sus asistencias magistrales, y de Fabrício do Rosário dos Santos. ¿Quién podía esperar una explosión de fútbol así?
••• Fabrício viene de jugar cedido el curso pasado en el Castellón, en Segunda B, con un pobre bagaje de dos goles y una asistencia en 2.200 minutos repartidos en 38 partidos. Pero sobre todo transmitió la sensación de que no había hecho méritos para disfrutar de oportunidades en uno de los gallitos de Segunda. Ni Miñambres ni Calleja lo tenían claro. Se quedó aquí porque él quiso. Su explosión, a los 23 años recién cumplidos, ilusiona al levantinismo. Este año, en 166 minutos, lleva tres goles y se ha convertido, a ojos de todos, en uno de los atacantes más diferenciales de Segunda. Su sonrisa franca ha iluminado nuestra grada. Es el símbolo de la alegría que irradia esta chavalería.
••• El once inicial ante el Vila-real B fue el más joven de la historia levantina, desde que en los 20, los Invencibles desembarcaran en el primer equipo. Sin contar al portero Andrés, la media fue de 23,2 años. Ni siquiera llegó a tanto en los 80, cuando la Federación obligaba a alinear jóvenes en Tercera. Necesitábamos esa sangre, rebosante de ambición y desparpajo, para reilusionar al levantinismo y confiar en el potencial del equipo. Y además es una garantía de futuro.
••• Calienta que sales. Pocas bufandas tan escasamente agraciadas como las que regaló el Llevant UD hace un tiempo y que se ven por todas partes. Para celebrar los nuevos aires que soplan en el Ciutat, el club podría ingeniar alguna campaña que llene la grada, de nuevo, de bufandas clásicas.
Y volviendo al míster, confiemos en que no regalará la primera parte ante el Racing de Ferrol, ni especulará con un marcador ajustado, y a verlas venir. Queremos confirmar la buena nueva de neo-Calleja.