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opinión politizada / OPINIÓN

La última y nos vamos

13/12/2023 - 

VALÈNCIA. Aquí andamos otra vez: a poquitas horas de una nueva Junta General de Accionistas del Valencia. Un cónclave del cual he escrito ya en muchas ocasiones (demasiadas, diría yo), pero al que toca obligatoriamente prestar atención cada año por una cosa o por otra: antes, por ser el único momento en el que el dirigente de turno escuchaba a la cara, frente a frente, las críticas –y algún elogio suelto- de los accionistas minoritarios; ahora, porque la opacidad y oscurantismo que Meriton ha impuesto en estas reuniones las convierten en un reto informativo doblemente apetecible para algunos de nosotros. 

La noticia en la víspera es que Kiat Lim se ha ‘borrado’ a última hora de la Junta. Como los futbolistas que fuerzan la amarilla antes de un partido que no les apetece jugar, el hijo del bróker de Singapur se ha esfumado en el éter y no estará presente en Mestalla este jueves. Sabemos que vive –muy bien, por cierto- gracias a sus Stories de Instagram, pero en los últimos doce meses su nivel de interés por el Valencia ha caído en picado al ritmo de su credibilidad a ojos del valencianismo. 

La inversión económica de Lim en el club ha seguido un rumbo paralelo a la de sus hijos a nivel emocional: hace cinco años, Peter tenía un equipo y staff Champions y su hija Kim rodaba un video promocional para una revista de lujo singapurense usando a los jugadores de la primera plantilla como ‘extras’ en el spot; hoy, a Kim se la bufa el fútbol, Kiat se ha pegado una ‘fumada’ histórica en su segunda Junta como consejero y al padre de ambos le da igual que el club agonice temporada tras temporada luchando por la permanencia. 

Confieso que a principios de 2022, cuando Kiat apareció por Sevilla en la previa de la final de Copa como un mesías en chándal -arreglao pero informal-, yo también pensaba que su intención era estar más tiempo sobre el terreno. Craso error. Kiat demostró ser hijo de su padre y prometió una serie de cosas en diciembre de 2022 que los meses y la realidad han tumbado una tras otra como un dominó perfectamente colocado. Imágenes como la que abre estas líneas, con el Ayuntamiento de València abriendo sus puertas de par en par para conocer al hijo del hijo del pescador y escuchar su correspondiente sarta de milongas, de nuevo nos colocan ante el espejo y nos obligan como sociedad a hacernos preguntas incómodas. Por ejemplo, si de verdad somos así de tontos o es que simplemente nos valoramos poquísimo.

Desde hace una semana ando entretenido en mi Twitter personal repasando, día a día y de forma cronológica, el décimo aniversario del proceso de venta del Valencia CF. Una odisea que me marcó profesionalmente y me afectó mucho en lo personal, debido a la persecución pública, insultos y amenazas recibidos por informar simple y llanamente de que no era oro todo lo que relucía con Peter Lim y su comercial de ventas Amadeo Salvo. 

En esa labor arqueológica estoy encontrando auténticas pepitas de oro. Por ejemplo, unas declaraciones de la actual alcaldesa Maria José Catalá, que en 2013 era consellera de Educación, Cultura y Deporte, en las que afirmaba que quien comprase el Valencia sería solvente, que la Generalitat estaría muy pendiente de cómo se hiciera, que la Generalitat ni compraba ni vendía el club, que no iba a suponer una pérdida de identidad, que el comprador iba a mantener la imagen del club a la altura que merecía… Vamos, que no dio ni una. Vistos los precedentes, y visto que Peter Lim le ha hecho quedar ya mal en el pasado, me sorprende que la señora Catalá todavía otorgue algo de credibilidad a esta gente.

En estos diez años ha pasado de todo, y siempre ha habido rumores de todo tipo sobre un hipotético cambio de manos a nivel accionarial. Cuando llevas el tiempo suficiente en esto, tu nariz los olisquea casi sin darte cuenta. Flota en el ambiente. “Este año, sí”. Rumores que a veces llegan de buenas fuentes; en otras ocasiones es la propia Meriton la que los propaga, esperando que así se reduzca la presión social sobre sus huestes.

Con esa sensación extraña afronto la Junta de este jueves. En teoría, la última que se celebrará en la cuasi-clandestinidad, ya que teóricamente se va aprobar que en diciembre de 2024 pueda acceder a ella cualquiera que posea una sola acción de la sociedad. Un detalle que, dada la aversión de Meriton por las críticas –y más cuando se las hacen en persona-, me hace barruntar que algo traman. Que tampoco es casualidad que el hijo del máximo accionista se quede en casita. Ni que el grifo de la inversión deportiva esté cerrado desde hace varias temporadas. Ni que Peter Lim, al contrario que en préstamos concedidos en temporadas anteriores, esta vez exija recuperar el dinero prestado prácticamente desde el minuto uno.

Uno, que vive la vida con optimismo e ilusión a pesar de ser periodista autónomo, quiere imaginarse que el final se acerca. Pensar que ese metafórico garito nocturno llamado Meriton hace rato que ya no deja pasar a nadie. El segurata de la puerta la ha cerrado ya a cal y canto, y sólo se permite la salida por la puerta de atrás. Que el DJ está pinchando sus últimas canciones, los presentes apuran sus copas, los más espabilados piden en la barra a la desesperada y las luces del local están a punto de encenderse. “La última y nos vamos”, como hemos dicho todos alguna vez.

Eso, en el mejor de los casos. Igual dentro de un año releo esta columna y me fustigo por escribir semejante sarta de tonterías. Porque también puede darse la situación opuesta: la otra opción es que la noche en el garito degenere en una ‘rave’ de descontrol, miseria deportiva y destrucción institucional. Un ‘after’ desbaratado y letal para el Valencia, que de esta resaca ya no se levantará jamás.


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