VALÈNCIA. La Volta a Peu Valencia cumple 100 años. Bueno, más o menos. Cumple cien años pero no cien ediciones. Aunque las cifras son eso, solo cifras. Al final, la importancia de una carrera se mide en la forma en que cala a la sociedad. Y ahí la Volta a Peu no tiene rival. Hablo, al menos, de la carrera que yo conocí y corrí en los 80, siendo un adolescente. Hace tanto, tanto tiempo…
Correr la Volta a Peu era una aventura. Insisto en que hay que viajar a los 80, que fueron mucho más que Alaska y los Pegamoides y la Ruta del Bakalao. Los 80 fueron también los años en los que unos pocos chavales (y adultos, por supuesto) nos poníamos nerviosos una semana de primavera porque el domingo había carrera, la carrera. Yo llegué hasta la Volta a Peu porque en aquellos años, con 13, 14 o 15, empecé a cogerle el gusto a correr. Entonces no existía la oferta que hay ahora. Ahora te levantas un domingo con ganas de correr y en 10 minutos has encontrado una carrera a tu medida. Antes no. Antes había que aprovechar los regalos que escondía el calendario de vez en cuando para ponerse un dorsal y salir a correr por tu ciudad. Por eso se convirtió en todo un acontecimiento.
Mi profesor de educación física, don Ricardo, premiaba a los que nos animábamos a correr y ese domingo se colocaba, con una hoja sobre una tablilla y un bolígrafo, en la entrada del túnel de Germanías y anotaba el nombre de todos los que pasábamos por allí. Cuando te veía, te gritaba: “¡Muy bien, Miñana!”. Y solo con eso ya te sentías especial.
Por el camino te cruzabas con corredores de todo tipo. Los especialistas, flacos y estirados, o bajitos y de patas fuertes, que salían escopetados en cuanto se daba la salida. Luego estábamos los demás. Y después, agazapadas tras la curva antes de la meta, un montón de señoras con una bolsa de plástico para meterse cuando consideraban oportuno, hacer como que completaban la carrera e intentar cargar con todas las camisetas que pudieran arramblar. Hubo algún año bochornoso en el que la señora María, vestida de negro y con zapatos de medio tacón, entró en la meta antes que alguna que subió al podio.
Porque si esa carrera era la carrera, esa camiseta era la camiseta. Eran prendas de algodón recio con la imagen del cartel y el nombre de los patrocinadores. Vuelvo a recordar que eran los años 80. No había influencers vestidos de fosforito, ni 20 sitios donde comprarse ropa para correr, ni toda una colección de complementos. Entonces había unas zapatillas para correr, el que las tenía, los pantalones de tu equipo de fútbol y la primera camiseta que encontrabas en el cajón, que podía ser perfectamente la que te había endosado tu hermano para irse de viaje con sus compañeros de la Facultad de Derecho. Pero te veías también a muchos con medias de fútbol por las rodillas -yo creo que alguna salía incluso con las espinilleras puestas-, zapatillas de tenis o la muñequera con los colores de España de Arantxa Sánchez Vicario. Ah, en aquellos años también se estilaba mucho la cinta elástica en la frente.
La mayoría, salvo los que tenían un Casio, se enteraba del tiempo que hacía cuando llegaba a la meta, donde les esperaba, dando la turra toda la mañana, la música de Carros de Fuego que tanto emocionaba a la buena gente de Correcaminos, los que salvaron esta prueba cuando entraba en declive.
Pero esa camiseta daba mucho juego. Al principio era un trofeo en sí misma y la llevabas orgulloso el siguiente fin de semana al partidillo de baloncesto con los amigos. Era la forma más rápida de decir: “Eh, que yo he corrido la Volta a Peu”. Pero luego, con el tiempo, adquiría nuevas propiedades. ¿Cuántos valencianos habrán dormido en verano con una camiseta de la Volta a Peu? ¿Y cuántos secaban el coche después de pegarle un manguerazo en el chalet con la dichosa camiseta con la publicidad de Caixa de Valencia o El Corte Inglés?
El Corte Inglés Avenida de Francia, precisamente, acoge una exposición sobre los cien años de historia de nuestra querida Volta a Peu. Un recorrido visual, a través de fotografías, carteles y dorsales viejunos, desde aquel lejano octubre de 1924 hasta el presente, el de la Ciudad del Running superpoblada de carreras y corredores, afortunadamente. Está en la octava planta y aguantará hasta el 21 de mayo. La carrera será dos días antes, el 19 de mayo, y después de este baño de nostalgia me han entrado ganas de volverla a correr cuarenta años después.