VALÈNCIA. Nos ha costado un poco recuperar sensaciones de juego y emocionales: la historia nos lo recuerda cada vez que nos apartamos de nuestro camino, pues el Valencia no sabe ser un equipo alegre, de fluidos ataques y caóticas defensas. No sabemos tampoco quedarnos a medias en actitud, ni en entrega, pues no nos va nada bien eso de aventurarnos cogidos de la mano de la calidad técnica. Sea bienvenida dicha calidad solo si le acompaña la entrega y el sacrificio. Sea también bienvenido el brillo de un jugador de categoría mundial solo si en su espalda trae una enorme mochila de humildad (a todos y todas nos viene a la cabeza nuestro gran Kempes). Y lo mismo digo del técnico que ocupe el banquillo: Emery comenzó su crítica velada en una rueda de prensa que se podía haber ahorrado, para justificar una derrota que, desde su punto de vista, debió resolverse en los porcentajes de posesión y en los caché de los futbolistas. Tiró a dar, pero, francamente, nadie le siguió el juego, porque esos argumentos se cayeron por su propio peso (como tantas otras veces se le han caído partidos encarrilados). En el Valencia CF cuentan varios factores: el primero, jugar a cara de perro o mejor aún, ser antipático en la pugna por el balón; el segundo, no conceder ni medio centímetro en defensa; el tercero, ser eléctricos en el contragolpe; y cuarto, dejarse el alma en cada partido. A todo ello cabría ponerle las pinceladas de calidad que su historia le exige. No ha habido jugador importante que no hiciese esto y, cuando no lo ha hecho, ha fracasado: David Silva, por ejemplo, entendió a la perfección qué era el Valencia CF. Le ocurrió a Juan Mata, a Santiago Cañizares, a Rubén Baraja, a Carlos Marchena, a Rufete, a Curro Torres, a Mista, a Fabián Ayala, a Vicente y tantos y tantos nombres, actuales, para no irnos demasiado atrás. Lo entendieron y, en su día, con algunos de ellos sobre el césped, no lo entendió Unai Emery, de ahí que el valencianismo nunca lo acabara de apoyar.
No debemos ir contra lo que somos y entiendo que la planificación de la plantilla, en estos últimos años, ha sido tan caótica que no has reforzado esa identidad: sí lo has hecho con Thierry Rendall, que nos ha demostrado lo equivocados que hemos estado durante mucho tiempo, pero si nos fijamos, sus valores son esos cuatro puntos cardinales que antes mencionaba. Ni más ni menos. Muchos otros chavales que conforman la plantilla carecen de algún aspecto, aunque a nadie se le escapa que son un grupo de profesionales marcados por una honestidad fuera de toda duda, incluso en los casos más flojitos de calidad futbolística. Es verdad que el Valencia CF ha invertido en lo humano y no en lo futbolístico, pero lo ideal sería mantener el equilibrio entre estas dos razones de peso para vestir esta camiseta.
Estamos aún muy lejos del nivel que se le exige a un equipo con tanta historia y Bordalás lo sabe bien, no porque sea valenciano y entienda de qué va esto del Valencia CF, sino porque sus logros como técnico se fundamentan, precisamente, en esos cuatro valores que también marcan la identidad del valencianismo. Y él sabe también que está lejos de su nivel como técnico, que sabe y puede hacerlo mucho mejor, porque triunfar en este Valencia CF es un billete de ida al salón de la fama de técnicos en Europa y su objetivo, como buen profesional, es alcanzar cuotas de éxito muy elevadas. La pregunta entonces podría ser ¿y en qué punto consideramos que se ha triunfado en el Valencia CF? ¿Basta con evitar el descenso, basta con quedar dignamente en las competiciones, con clasificarse para algo? ¿Con qué basta?
Basta con recuperar una identidad, consolidarla y volver a construir un proyecto serio, fiable, que entronque con la historia del club si le dejan y los de arriba entiende que el Valencia CF no nace con la llegada de Lim, sino que lo más importante y grandioso del club fue mucho antes de esa misma llegada. Basta con que nos haga recuperar una sensación muy concreta: no temer siempre por el posible bochorno cuando vayamos a jugar, porque yo esto lo llevo muy mal, la verdad. Siempre pienso que vamos a pifiarla en el siguiente partido y eso me lo crea esa inestable sensación de haber perdido parte de nuestras señas de identidad, de nuestra sobriedad y de nuestra fiabilidad. Basta entonces con creer que vamos a competir en todos y cada uno de los minutos de todos y cada uno de los partidos, tal y como lo hicimos contra el Villarreal el pasado sábado. Y digo esto porque jugando así será muy difícil que perdamos (es decir, concediendo poco y cuando nos rematan una clara, que aparezca el portero) y sin perder siempre será más factible corregir detalles del juego, ganar confianza, asentar un grupo de jugadores e, incluso, dar opciones a quienes vienen apretando en los entrenamientos. Pongamos entonces que el otro día tuvimos un punto de inflexión, por si alguien se había despistado y se olvidó de qué tipo de club es este. Repito, son cuatro valores muy claros: morder al rival por cada balón y resultar antipáticos en el campo, no conceder ni medio centímetro al contrario atrás, darle vértigo y contundencia al contraataque y, finalmente, dejarse el alma en cada minuto de cada partido. Señor Bordalás, escríbalo en la puerta del vestuario por si a alguien se le olvida. Señor Emery, nadie le puede arrebatar ni su categoría como entrenador ni sus éxitos, pero esto nunca lo entendió mientras estuvo aquí y sigue sin entenderlo, por eso se le respeta, pero no se le quiere. Bueno, por eso y por su celebración con aquel gol de M’Bia en el descuento, por el rifirrafe del otro día con Gayá, por tener en sus manos una de las mejores plantillas que ha tenido este club y no haber conseguido nada (que luego sí ha hecho), excepto clasificarse para Champions (con diferencias de treinta puntos con respecto al primer y segundo clasificado) y con un Atlético y un Sevilla adormecidos y muy lejos de este nivel actual, etc. No enrede ya más para justificar una derrota merecida, que las cosas claras se entienden mejor.