La gimnasta subcampeona olímpica tuvo que pasar tres semanas confinada en un crucero
VALÈNCIA. El tiempo va destapando historias de este confinamiento. Como la de Elena López, una gimnasta valenciana, subcampeona olímpica, a quien el estado de alarma le pilló subida en un crucero.
Elena López tuvo una singladura deportiva atiborrada de éxitos como los títulos mundiales y europeos. Y la culminación en Río, con aquella sonada medalla de plata del ‘equipaso’ de gimnasia rítmica cuatro años después de haberse quedado en el umbral con un cuarto puesto en los Juegos de Londres. Pero la gimnasia, a la que dedicaba siete horas diarias, también se cobraba sus facturas. Lesiones incómodas que le obligaron a entrar cinco veces en el quirófano.
Tanto hospital terminó por despertarle una curiosidad casi científica. Se proclamó subcampeona olímpica en Río, cumplió 22 años y, a pesar de tener toda la vida por delante, tuvo que dejar el tapiz por culpa de una pertinaz lesión en el tobillo izquierdo que le impedía seguir haciendo piruetas entre mazas y cintas. Así que después de tantas radiografías, ecografías y resonancias magnéticas decidió estudiar y convertirse en técnica en Rayos.
Una vez dado ese paso, pensó en dar un segundo: Enfermería. Pero justo en ese momento le saltó una oferta totalmente inesperada: actuar en un crucero. El AidaNova, un mastodonte de 180.000 toneladas y 330 metros de eslora, buscaba gente capaz de formar parte de un espectáculo en el que intervienen dos gimnastas, dos acróbatas, ocho bailarines y dos cantantes. No era regresar a unos Juegos Olímpicos, pero representaba una buena oportunidad para volver a trabajar ante el público y encima no estaba mal pagado. Así que se animó y aceptó.
El AidaNova, que había sigo botado en Papenburgo, en los astilleros alemanes de Meyer-Werft, en agosto de 1018 con un fiestón para 25.000 personas y música pinchada por David Guetta, iba realizar cruceros en invierno por las Canarias. La gimnasta valenciana cogió y se fue primero a Hamburgo a aprender y preparar el espectáculo. Después se embarcó en el crucero y comenzó a trabajar.
Elena López subió por la escalerilla el 15 de noviembre y no pensaba desembarcar hasta finales de marzo. De otoño a primavera mostrando su arte a cerca de seis mil pasajeros. El barco llegaba el lunes a Madeira; los martes ponía rumbo a Canarias; el miércoles atracaba en Tenerife; el jueves pasaba por Fuerteventura, el viernes, por Lanzarote; el sábado hacía una parada en Las Palmas, y el domingo, media vuelta. Los cruceristas subían y bajaban en Tenerife y Las Palmas.
“Mi vida dio un cambio radical. Yo lo máximo a lo que había subido era algún verano al catamarán de un amigo. Y de repente vivía en un súper barco con ocho mil personas a bordo. Era como habitar en un pueblo flotante, aunque al final ya casi que no te das ni cuenta de estás rodeada de agua constantemente”, explica Elena ya desde Valencia, donde está recluida con su madre, su tía y sus abuelos.
Pero antes de eso tuvo que pasar algunas peripecias. “Un jueves estábamos en Fuerteventura y no nos dejaban zarpar al día siguiente por el estado de alarma. Al final el capitán pudo poner rumbo a Las Palmas para que desembarcaran los pasajeros”. Elena estaba vestida y maquillada para empezar la segunda actuación del día y de repente todo se vino abajo.
La tripulación tuvo que quedarse a bordo. Fueron redistribuidos en camarotes individuales y se extremaron las medidas de seguridad para pasar la cuarentena. Todos los días les tomaban la temperatura y el restaurante servía comidas por turnos para no coincidir todos a la vez. Y, además, se tenían que sentar manteniendo una distancia prudencial. Ella no estaba mal. Al fin y al cabo tampoco era tan difícil adaptarse a ese cambio.
Al cabo de tres semanas, les dejaron salir. Pasaron dos semanas en el puerto de Tenerife, luego tuvieron que salir tres días a alta mar y a la vuelta les dijeron que ya podían desembarcar. No había nadie con síntomas y eso facilitó que pudieran salir al fin del barco un 6 de abril.
Elena López se quedó boquiabierta cuando pudo ver al final que la vida se había detenido, que las ciudades estaban vacías. Miró vuelos a Valencia y comprobó con estupor que no había ninguno hasta mayo, así que compró el primer billete que encontró a Barcelona. Al día siguiente llegó a Barcelona por la tarde y tuvo que pasar la noche en casa de unos familiares, desde donde salió por la mañana para coger el Euromed que finalmente le llevó hasta Valencia. “Yo, en realidad, vivo en Madrid, pero mi compañera de piso no estaba y preferí irme a Valencia con mi madre, mi tía y mis abuelos”. Allí pasa los días. Dormir, series, hacer algo de deporte -en su caso un par de horas para mantenerse en forma- y ayudar a sus abuelos. Es lo mínimo después de que su iaio, Vicente Benaches, llegase a recopilar cuatro tomos con todos los recuerdos que encontró de la trayectoria deportiva de su nieta.
Elena espera que esto pase cuanto antes. Después de verano quiere empezar a estudiar Enfermería y, quién sabe, volver a embarcarse en el AidaNova.