VALÈNCIA. Me aburre la palabrería cuando hay un pretexto, por mínimo que sea, de excusar la ausencia de hechos convincentes. Me cansa esa capacidad de pedir y que siempre pongan la mejilla y tiren del carro los mismos, los que llevan más de siete meses sonrojados porque no se ataja la caída desde que este vestuario echara el cierre a la ilusión, sin dar apenas señales de haberse repuesto, tras dejarse la vida y quedarse a las puertas de la final de la Copa del Rey. Igual de culpable es el que quiere gestionar las emociones como el que se deja controlar, asiente, traga saliva y cede ante un reclamo demasiado forzado y con un fin unidireccional. Aunque lo parezca y habrá alguien que se sienta ofendido, que no es para nada mi propósito, no reprocho la reunión que mantuvieron los capitanes y el presidente con una representación de la Delegación de Peñas y Levante Fans. Sé que no se dejó nada en el tintero o por lo menos se intentó trasladar ese evidente sentimiento de desafección. Me voy a explicar un poco más.
Es importante tender puentes, decirse las cosas a la cara, asumir errores y que los jugadores pidieran perdón; lo más reciente por el desplante en Vitoria hacia los que se pegaron un palizón por ver perder de nuevo a los suyos y no recibieron ni un detalle de agradecimiento. Lo que no comparto es que este encuentro en confidencialidad sea extensible al sentir de todos los que el viernes estaremos en el Ciutat o los que por el horroroso horario se quedarán en casa y verán la próxima batalla desde la tele. Como si la foto de la concordia tras la terapia en El Saler aúne a todo el levantinismo.
No van conmigo estas reuniones. Que se produzcan significa que las cosas no se están haciendo bien y no es necesario señalar a los responsables de esta situación porque está bastante claro. Ni tampoco creo que se haya firmado la paz en su unanimidad como se ha intentado que trascienda. Fue simplemente una tregua entre unos pocos en nombre de una multitud con ganas de volver a ondear la bandera del orgullo granota, pero no a cualquier precio y, sobre todo, sin que nadie le tenga que decir lo que debe hacer. Porque los imprescindibles son los que compran su pase y se sientan en su butaca de un estadio que no va acorde con lo que sucede en el césped y en las altas esferas. La instantánea empezará a tener valor si hay una respuesta en el terreno de juego.
Lo que le debe quedar claro a los futbolistas y a los que ‘parten la pana’ es que el depósito de paciencia se ha agotado y no se rellena con buenos propósitos, oratoria, disculpas y promesas que no se cumplen en los últimos 21 encuentros oficiales… por incidir solamente en el aspecto puramente deportivo. Ya lo dije hace unas semanas y no me cansaré de repetir que me parece una tomadura de pelo que haya un mínimo de duda hacia una afición fiel, comprometida, que siente el escudo a tope y que no fallará pase lo que pase. Que permanecerá si se cae definitivamente al vacío de Segunda División (que ojalá eso no suceda). Que no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer porque es lo suficientemente inteligente para expresarse, reaccionar y no descarrilar. Que si el viernes quiere pitar, que pite, al principio, al final o en cualquier momento del encuentro si el cuerpo se lo pide. A los jugadores, al entrenador, al área deportiva y/o al presidente. Lo que sí insistiría es que no se nos vaya la pinza.
¿Qué ha hecho esta plantilla para rogar que si se le pita sea únicamente al final del partido? ¿No está lo suficientemente preparada para aguantar y no venirse abajo si las cosas no ruedan y empiezan a sentir el ‘run-run’ de un Ciutat que lo único que reclama es que se defienda la camiseta de principio a fin al margen del resultado? Porque lo que no es de recibo es esa sensación de debilidad cuando se encaja un golpe y no se sabe reaccionar. Ese no es el camino. Porque la lucha no se negocia y si se demuestra se premia, incluso si la dinámica no cambia y no llega la primera victoria de inmediato.
Orriols quiere sentirse identificado y en estos momentos es imposible describir a lo que juega el Levante de Pereira. Ni resultados ni una identidad. Durísimo e indefendible. Es el primer entrenador en la historia del Levante en la máxima categoría que no gana ninguno de sus primeros cinco partidos. La distancia con la salvación es preocupante (cinco puntos), pero aún hay tiempo (25 encuentros), aunque no tanto para un míster que no está siendo el revulsivo que pretendía el área deportiva, cuya elección era sí o sí la suya, con el visto bueno del presidente, para poner fin a la era Paco López.
Lo del viernes ante el Athletic de Marcelino García Toral es lo más parecido a un examen final para una apuesta en el banquillo que no se sostiene. Hay que tenerlo claro y lo contrario es no asumir la realidad, mirar a otro lado, y creer en un imposible si la reacción no se produce ya. Estos números de descenso son el reflejo de lo que es este equipo en estos momentos: un Levante aterrorizado, condicionado por el miedo a perder y sin respuesta desde el cuerpo técnico. La reciente estadía es la última bala para recuperar mentalmente a un vestuario frágil, desmotivado, psicológicamente en flecha roja, que se ha hecho pequeñito y que no plasma todo su talento porque baja los brazos al mínimo zarandeo del adversario de turno. Un engranaje a imagen y semejanza del que está al mando, construido erróneamente desde atrás cuando no hay mimbres suficientes para ser un bloque sólido. Un técnico que no transmite, con sus decisiones y su discurso, esa valentía que fue el primer mandamiento de la resurrección que rápidamente obró Paco.
Por cierto, eché en falta al propio Pereira en esa charla acompañando a los capitanes Morales, Roger, Coke y Postigo, y al presidente Quico Catalán. Y también haber escuchado a algún jugador en algún medio de comunicación durante estos días de concentración y no solamente por las vías oficiales. El excesivo control. La opacidad como modelo de club. Ojalá que este intercambio de pareceres en el Parador de El Saler haya tocado el orgullo de un vestuario que seguirá teniendo el respaldo de la afición sin merecerlo. El destino ha querido que esta final que se avecina a mediados de noviembre sea ante el rival con el que acabó el embrujo. Aquel gol de Berenguer en la segunda parte de la prórroga de la vuelta de semifinales de la Copa de la Rey fue el principio de la descomposición, con solamente un par de momentos de lucidez: el triunfo en el último derbi en el Ciutat (1-0) y la victoria en Ipurua (0-1). Desde aquel 10 de abril de 2021, ni una alegría más en forma de tres puntos. Pese a que hay poco a lo que aferrarse, de peores hemos salido. El Ciutat no fallará el viernes ante el Athletic. Allí estaremos.