VALÈNCIA. El llanto desconsolado de un bebé es uno de los sonidos más terribles que existen. En apenas unas semanas ha entrado con fuerza en mi Top 3, junto al golpe seco que se produce cuando tienes un accidente de coche y el crujido asqueroso que se escucha cuando sabes que te has destrozado la rodilla. Ese lloro prolongado, desesperado, de procedencia gutural y cuyo origen desconoces. Revisas pañal, hora de su última comida, ausencia de gases o molestias estomacales, postura de la criatura… Lo revisas todo a conciencia y nada; a veces, el lamento de la niña proviene de algo tan simple como no ser capaz de conciliar el sueño.
El pasado domingo la bebé nos volvió a deleitar con una exhibición pulmonar en plena madrugada, coincidiendo con otra noche para la infamia en Mestalla. No sé si le ocurre a más gente, pero los partidos del Valencia 2022-2023 apenas dejan resquicio para la sorpresa. Son como cualquier episodio de un procedimental, el típico capítulo semanal de ‘CSI’ que empieza con un Valencia motivado, prosigue con un equipo que se desinfla con el paso de los minutos, vive su clímax en la segunda mitad con un par de infortunios, uno o dos golpes en la mandíbula en forma de goles que te envían a la lona, y finaliza con el epílogo semanal de frustración, decepción, caras tristes resignadas a su suerte y ninguna esperanza para el futuro.
Mi lamento, en noches así, es que quizá hayamos llegado tarde. Que a pesar de haber avisado del desastre, de radiografiar a diario el desguace deportivo e institucional que Peter Lim ejecutó sobre el Valencia desde el 11 de septiembre de 2019, dichos avisos no hayan servido de nada. Es un sentimiento de impotencia parecido al que todavía tengo clavado desde 2013, cuando unos pocos advertimos de la opacidad de la venta del club a Lim, de la ausencia de compromisos por escrito, de la manipulación ejercida sobre la masa orquestada por un vendedor de falsas ilusiones para abrazar a un Mesías de paja.
Aquella labor informativa no sirvió de nada hace diez años –más que para ganarnos un buen puñado de insultos y amenazas-, y la que venimos desarrollando hace cuatro temporadas va camino de obtener el mismo resultado: ninguno. Porque el Valencia se va de cabeza a Segunda y no hay manera de evitarlo.
Deportivamente, no hay ni un motivo para ilusionarse con una de las plantillas peor confeccionadas de la historia del fútbol mundial. Porque estos jugadores no te los ofrecen con sus rendimiento. El ‘trabajo’ –o lo que sea- realizado por Miguel Ángel Corona y avalado por el mando a distancia de Peter Lim será objeto de estudio en el futuro. Se escribirán libros. Se realizarán TFGs. Se celebrarán juicios. Se diseccionará cómo un equipo campeón quedó arrasado en cuatro temporadas de despropósitos concatenados, sin que a sus autores se les moviera un pelo del flequillo ni tampoco ofreciesen muestras de vergüenza torera para levantar la mano, pedir disculpas, coger la puerta y marcharse.
Bien, con el apunte de que el Valencia no le gana a nadie ya fuera de la ecuación y dejando claro que un hipotético descenso a Segunda será obra y gracia de Meriton, vamos con el tema arbitral. Con una opinión impopular como argumento principal: la ‘rajada’ del pasado domingo por la noche, tras los dos errores groseros de Del Cerro Grande y que influyeron decisivamente en el marcador, está bien pegada y era muy, muy necesaria.
A partir de ahí, entran los matices. Sí, llega tarde, tardísimo. Sí, quizá otra voz con más peso deportivo –como la de Ricardo Arias- hubiese sido más apropiada. Sí, en un ejecutivo acostumbrado a un discurso más medido y neutro, el mensaje puede quedar algo forzado. Sí, cae en una incoherencia clara cuando, durante toda la temporada, le hemos reclamado al club más contundencia ante los errores arbitrales en contra y la respuesta siempre era la de templar gaitas “no vaya a ser que nos perjudiquen más”. Matizar, matizar, matizar.
Pero esa intervención pública era necesaria. En la forma y en el fondo. Porque nos pasamos la vida idealizando e idolatrando puestas en escena como aquellas de Jaume Ortí en el Bernabéu a principios de los 2000, siempre flanqueado por futbolistas de referencia (Albelda, Baraja, Cañizares, Carboni…) e incluso el propio Rafa Benítez, y ahora parece que no nos sirve un discurso muy similar como el de Javier Solís el otro día.
Llega con diez o quince jornadas de retraso, pero… Se tenía que decir y se dijo. Y dio en el blanco, a tenor de la reacción de los árbitros y la RFEF en las horas posteriores. Cádiz, Espanyol y otros clubes pueden emitir comunicados oficiales quejándose, y no pasa nada; lo hace el Valencia afirmando que está “asqueado” y que “no se merece estos arbitrajes”, y a renglón seguido los árbitros pasan a DEFCON-3 mientras suenan todas las alarmas. La casualidad.
Su contundente mensaje post-partido no disculpa a Solís de los errores que haya podido cometer esta temporada como portavoz. Recuerdo una vez más lo obvio: en un club no dirigido por Peter Lim, Javier Solís seguiría como abogado del club –que es su profesión- y uno de los hombres fuertes de su departamento legal, y no tendría que lanzarse al ruedo mediático de la portavocía a que le peguen cornadas porque habría otras figuras más específicas, más experimentadas y más adecuadas para esa labor.
Si el Valencia baja a Segunda, lo hará por la irresponsable gestión de un sátrapa sin escrúpulos y no por una decisión arbitral puntual. Ahora bien, el club no puede ni debe permitir que se le chulee y falte al respeto desde el colectivo de los trencillas cada semana. Una cosa no quita la otra.
En puestos de descenso y a apenas un puñado de partidos del abismo, ¿de verdad queda algo que perder?
¿De verdad pueden perjudicar al club aún más por quejarse, aunque sea de forma tan tardía?
Recordad: el que no llora, no mama.