VALÈNCIA. Me gustaría comenzar estas líneas con un sentimiento que no me quito de la cabeza desde hace mucho tiempo y que me mosquea bastante. Es sobre esa tendencia que existe de creer que el periodista que escribe sobre un club debe lucir la bufanda, enfundarse la camiseta, defender hasta la letra pequeña lo que hace la institución y, perdonadme por personalizar, por ser el equipo que llevo grabado a fuego en el pecho desde que nací. Y eso es un error tremendo. Jamás he comprendido lo de tomar matriculas, silenciar y optar por lo de estar conmigo o contra mí cuando se exponen las verdades. Porque juzgar diferentes decisiones o actitudes, por mucho que duelan (a mí el primero), no es ir en contra de nadie sino exponer un panorama que no debe pasar desapercibido y que es necesario describir y asumir para entender esta caída libre.
Lo hago, sobre todo, porque no me gusta ver a mi Levante así, a la deriva, descomponiéndose. Pese a los disgustos, porque el sentimiento va mucho más allá y es indestructible, ahí seguiré, al pie del cañón, defendiendo este escudo que desde muy pequeñito me enseñaron a querer y respetar, e igualmente radiografiando situaciones que veo que no me gustan porque pienso que este Levante puede volver a ser el que era, aunque ahora me cueste reconocerlo. No es malmeter. Criticar también es sumar o por lo menos así lo entiendo yo, siempre desde un aspecto constructivo pese a que puede que no lo parezca y haya ofendiditos. Si se azota, con argumentos, es por el convencimiento de que se pueden hacer las cosas infinitamente mejor. Porque ese ‘Orgull Granota’ del que tanto nos gusta sacar pecho no depende de estar o no en Primera sino de dar muestras sólidas de identificación en la categoría que sea. Y, desgraciadamente, desde hace bastantes meses (desde aquellas semifinales de Copa), hay más momentos de depresión que de alegría que no deben pasar desapercibidos.
"Al final nos reiremos de todo esto y disfrutaremos de lo vivido”, declaraba Quico Catalán el pasado 3 de febrero en la presentación de Martín Cáceres. A una infinidad de granotas no nos hace nada de gracia esta pesadilla, esta acumulación de despropósitos, de pérdidas de tiempo, de autocomplaciencia, de autodestrucción, de mirar hacia un lado y no asumir responsabilidades cuando tocaba, y de no valorar, salvo por compromiso y tras recomendación, a tu bien más preciado que es la afición, que sí es de Primera División, de Champions, y que no se merece lo que está sufriendo. Una decepción tras otra, dentro y fuera del campo, en un Levante que ha perdido su identidad, que necesita una regeneración profunda en todas sus vertientes, que apenas ha dado motivos para sentirse representado. En el campo, una decadencia deportiva extensible a un filial que ha comprado muchas papeletas para descender a Tercera RFEF, un Femenino intrascendente, muy lejos desde hace semanas de los puestos de Champions y con el peligro de continuar desmembrándose de cara al próximo proyecto, o con un equipo de fútbol sala que es una sombra del que el curso pasado rozó con la punta de los dedos el título de Liga. Y todas esas decepciones tampoco hacen gracia.
Las cuentas de quién crea todavía en continuar en la máxima categoría pasan ahora por ganar los cuatro partidos que quedan (Real Sociedad, Real Madrid, Alavés y Rayo) y esperar resultados. Ni el 12 de 12 puede que sea suficiente. El punto en Mestalla no ha arreglado nada. El Levante afronta esta recta final a seis puntos de la permanencia (de los 26 a los 32 del Mallorca, con el golaveraje ganado, y Cádiz, cuarto por la cola, con la diferencia perdida) y teniendo que adelantar a tres equipos en la clasificación al volver a ser colista. Solamente hay dos precedentes de una gesta de esta magnitud: el Zaragoza de la temporada 2011/12, que acabó con cuatro triunfos, y el Granada de la 2014/15, que sumó tres victorias y un empate para resistir. Cuando esta temporada acabe definitivamente (menos mal que ya queda poco), hay que exigir responsabilidades a los que nos han llevado a vivir este triste desenlace que se avecina y que no era complicado de imaginar porque se ha tardado en llamar a las cosas por su nombre.
En Mestalla, al Levante le faltó ambición. Era una final y no lo pareció hasta el 1-1 en el minuto 80 de Duarte. El equipo debió entender desde el arranque que era un partido para ganar y más cuando el escenario se puso a favor con la superioridad numérica por la expulsión de Gayà por mucho que el resultado era adverso tras el decimoquinto gol encajado de cabeza (una barbaridad). Esa ambición de entender la situación real porque hubo jugadores a verlas venir, sin ser sabedores de lo que había en juego, excesivamente preocupados en no mostrar fisuras, en ser correctos, y cayendo en guerras sin sentido alguno, entrando al trapo en un escenario muy bronco en el que el Valencia se mueve como pez en el agua, que por momentos logró que no se jugara nada y que le metió más intensidad de la que se presuponía tras la depresión de la final de Copa. Faltó darle más desorden y caos de la cuenta a la batalla en territorio comanche.
El Levante había encontrado un camino con una estructura, pero cuando tiene la obligación de voltear el destino de un partido le cuesta y eso que había futbolistas para meterle al cara a cara un ritmo más diabólico. Me sobraron Melero y Soldado (restaron los dos); y eso que horas antes había hecho una encuesta en Twitter para comprobar qué se respiraba sobre una posible titularidad de Soldado, que yo la veía por el efecto de reencontrarse con su pasado blanquinegro, por el factor emocional. Porque por méritos deportivos tenía claro que no. Me equivoqué y me decepcionó una vez más.
En esa necesidad de revolución, eché en falta a Cantero e incluso a Malsa con su anarquía y eso que normalmente me acaba desesperando cuando entra en acción. El que sí entendió, mucho más que otros, que era necesario enloquecer el partido e ir a pecho descubierto, fue Saracchi. El ‘Chelo’ merece ser titular desde el viernes ante el Real Sociedad hasta el final de curso. Faltó más improvisación y ser un bloque menos timorato, hacer algo diferente, saltarse la lógica. El tanto del ‘tico’ Duarte, el mejor del equipo y no solamente por el gol, llegó demasiado tarde, y el Levante empezó a desmelenarse, se quitó la coraza que le había atenazado y ahí sí demostró que se estaba jugando la vida. No fue suficiente para remontar y salir por la puerta grande.
Con o sin el cartel con tintes verdiblancas de marras, cuyo retuit desde los medios oficiales del club fue una torpeza mayúscula, se escapó de nuevo la oportunidad de asestar por primera vez el golpe en Mestalla y agarrarse a lo imposible. Ni adiós al maleficio y otro año que nuestros queridos vecinos no suman los seis puntos que en cada principio de temporada dan por seguros en su casillero. No sirve de bálsamo. Ojalá que el derbi regrese pronto porque esa rivalidad, bien entendida, mola mucho.