Dicen los jugadores del Real Madrid, con su técnico a la cabeza, que les ha parecido poco el punto conseguido: supongo que lo dirá por las veces que chutaron a portería en la segunda parte (ninguna, excepto el gol) o porque su primer dominio se tradujo en disparos desde lejos, salvo el cabezazo del imputado (por extorsión) Benzema. El Valencia las tuvo mucho más claras, a pesar de no contar con buena parte de su delantera y un puñado de futbolistas más. El caso es que la pantomima del señorío madridista irrita y cae por su propio peso a poquito que rascas: véanse los gestos que espetó a la grada un portero belga que ya nos ha demostrado a todos y todas lo elegante que es en lo personal y en lo profesional, cuando aún estaba compitiendo por un puesto con el ínfimamente mejor guardameta y persona, Keylor Navas.
Pero voy a dejar esto a parte y voy a hablar, esta vez, de un partido que algunos interesados han querido politizar: el maldito clásico. Los madridistas, porque se han ceñido a la cintura una causa patriótica que no es la suya (ni representa a los españoles) y los culés por sus lecciones de civismo a diestro y siniestro, muy lejos de una realidad que revelan, por ejemplo, los chanchullos de sus futbolistas contra la Hacienda Pública Española entre otras cosas. No todos, claro. Pero me parece sonrojante que unos y otros quieran defender lo que no es suyo: una causa ideológica y cultural. Y hablo de las directivas particularmente y de algunos medios de comunicación. Este intento de querer hacer visible en un terreno de juego la lucha de poderes factuales solo trae la más sombría consecuencia de sacarle los colores a más de uno, por quedar como auténticos peleles, aunque con el empuje mediático que les respalda todo se quedará en un lánguido silencio.
La cuestión es que se trata de un partido de planteamientos hipócritas de fondo: por una parte, con un club que dice ser “más que un club” (aunque solo sea eso, un club), que deja que una parte de su masa social aficionada al lindo deporte balompédico confunda una cosa con la otra y se dedique a lanzar una imagen de su país, España (se pongan como se pongan), negativa y falsa. Son los mismos que entienden que hablar es darles a ellos la razón y que no dársela es, entonces, algo de fascistas e intolerantes. Tan maquiavélico e hipócrita como esto. Y el Barcelona ha dejado que esta corriente de opinión, manipulada y manipuladora, esté presente en sus recintos deportivos y no condene toda acción intimidatoria. El silencio, en este caso, es señal de complicidad manifiesta y de aceptación. Y lo permiten porque eso les va muy bien, les sirve de acicate para vender su producto alternativo al poder central, aunque sea a costa del deporte.
Más lamentable e hipócrita me parece la actitud del Real Madrid, cuyos feligreses periodistas (no todos ni todas) también se afanan en levantar el muro fronterizo del patriotismo español bajo los colores blancos de su equipaje. Lo quieren convertir en un emblema de todo el país, cuando no es así y— espero— nunca lo sea. Y digo que me parece más reprochable su actitud porque aquellos que se apresuran a defender el españolismo como si fuera solo suyo son los mismos que están conspirando para cargarse la valiosa y competitiva liga española en beneficio de una súper liga europea: supongo porque se creerán más europeos que nadie, claro. El caso es que esta actitud sibilina y traicionera la podría esperar de un Barcelona que se ha unido claramente a la causa independentista con su silencio constante y su dejadez en muchas cosas, pero no tanto del equipo de la capital de España, que quiere ir paseándose por ahí oliendo a perfume “El Españolazo”. Luego se quejan si les reciben con cierta animadversión por esos campos de su país y no con pétalos de rosas en el suelo, como ellos creen que debería recibírsele a su equipo, que es el equipo de todos los españoles, claro.
Unos y otros aburren, como lo hacen muchos de los programas televisivos sobre fútbol que se emiten en este país, mostrando un menosprecio por muchos otros equipos que compiten, luchan, tienen ilusiones, etc. Me aburre el clásico porque no es mejor que cualquier otro partido: es más, el Valencia-Madrid es otro clásico, o el Bilbao-Barcelona, por poner ejemplos que no sean derbis. Eso sí, con la desigualdad tan crujiente del reparto de los derechos televisivos que se hace en España (¡y solo en España!) estás creando monstruos que acabarán sacándote los ojos, como los cuervos que uno cría. Pues a esto me refiero: el clásico español es un partido de dos equipos que, si pueden, se quieren cargar el campeonato español de un modo o de otro y que, para sorpresas de muchos, se han puesto la bandera política como parapeto y para convertir este evento deportivo en un enfrentamiento de poderes ideológicos que no representan a nada ni a nadie. Los demás tendremos que seguir a lo nuestro, supongo.