VALÈNCIA. Los humanos nos preocupamos por el futuro más incluso que por el presente. Forma parte de nuestra condición. Por eso ahorramos, compramos bienes que nos aseguren un porvenir plácido e invertimos en cosas que nos faciliten el bienestar en los días que vendrán. En fin, apostamos por un tiempo que no sabemos si viviremos, más que por uno que tenemos la certeza de que sí pasaremos.
El fútbol, sin embargo, es inmediato. Solo vale el presente, el resultado del domingo que viene, el próximo torneo. Es una huida hacia adelante basada en el día a día, sin pensar en más allá, en qué modelo se quiere construir para prolongar el hoy, si es halagüeño, o modificarlo, si es desalentador. Hay ejemplos de sobra de este vivir en la inmediatez en los clubes de fútbol, pero el Valencia es el paradigma de ese estado, un club que jamás ha creado una estructura de futuro. De ahí esa tendencia tan valenciana a quemar en muy poco tiempo lo que ha costado tanto de construir para volver a la casilla de salida.
Sí, el Valencia tiene una cantera, pero esta, al fin y al cabo, es casi una obligación, pues la hay en todos los clubes, y da la impresión de que solo funciona como válvula de seguridad cuando las cosas andan mal. A mediados de los ochenta, cuando el Valencia transitó por el precipicio de una crisis económica y deportiva que estuvo cerca de hacerle caer en el abismo, la cantera (los Fernando, Arias, Arroyo, Quique, Voro, Camarasa o Giner) salió al rescate de aquella institución para devolverla al lugar al que le correspondía. Ahora ocurre algo parecido, con Soler, Gayá, Yunus, Guillamón o Lato, aunque no sepamos realmente si estos jugadores nos harán retornar a los días de éxitos.
En esta temporada de liquidación, no nos queda más remedio que agarrarnos a este presente de subjuntivo, un día a día incierto del que no conocemos sus consecuencias. Padecemos semana a semana las miserias del equipo que han confeccionado los ejecutivos de Meriton, desprendidos ya de toda influencia de la gente de la casa, sin querer mirar hacia adelante y ver lo que nos espera en una, dos o tres temporadas. Lo nuestro es un carpe diem sin final, aunque dicha expresión latina implique un disfrute que solo hallamos en victorias puntuales, hazañas inútiles y puntos arrebatados a los equipos grandes con dosis de heroísmo barato.
Pero quizás deberíamos de ser más humanos, por una vez, en nuestra visión futbolera del mundo. Mirar el presente con un ojo puesto en el futuro, en los días, meses o años venideros y en lo que nos tiene preparado Meriton para ese ignoto porvenir. Hemos aprendido de la pandilla singapurense que si algo va mal puede ir todavía peor, por culpa de la impericia de una cúpula directiva cuya principal habilidad parece ser comer y beber profusamente en la terraza del Bar La Deportiva. Y, sobre todo, estamos ya convencidos de que Lim y sus secuaces no darán marcha atrás, que los tiempos en los que el Valencia parecía un club de fútbol, con su director deportivo, su política de crecimiento, sus traspasos razonados y su estructura profesional, no volverán jamás.
Los días que vendrán tienen aspecto de ser todavía peores que el terrible presente que vivimos. El ecosistema general del fútbol español, azotado por la crisis económica derivada de la pandemia, facilita esa política que Meriton denomina de ahorro y que, en realidad, es de liquidación rápida para recuperar el dinero invertido y salir por piernas cuando en la caja del club no queden ni las telarañas. Seguirán vendiendo futbolistas cotizados por mucho menos precio del que valen y seguirán trayendo saldos a coste cero, si los traen, para ir devaluando un equipo cuya dirección técnica confiarán a algún técnico recomendado por Mendes con ganas de foguearse en la élite aun a costa de un club a la deriva. Y harán todavía un presente más negro del que tenemos ahora.