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análisis | la cantina

Los mil ángulos de los Juegos

30/07/2021 - 

VALÈNCIA. Los Juegos Olímpicos son poliédricos. Tienen tantos ángulos que es imposible abarcarlos todos. Mucha gente de países diferentes pensará que debe ser fantástico ser estadounidense y que cada día tus deportistas ganen varias medallas. Pero basta con girar un poco el cuello y surge otra perspectiva. Los últimos rumores hablan de que la NBC, que tiene los derechos de los Juegos Olímpicos para Estados Unidos y que ha vendido 1.250 millones de dólares en publicidad nacional, está angustiada porque las audiencias no están siendo las esperadas. La desaparición de fenómenos como Michael Phelps, la derrota en el primer partido, después de diecisiete años invicta bajo los aros olímpicos, de la selección formada con estrellas de la NBA, o el abandono de Simone Biles, que ha hecho que corrieran ríos de tinta pero no que los estadounidenses se sienten delante de su televisión, parece haber mosqueado a los que ponen la panoja. Y a la NBC, que hace cinco años, cuando los Juegos de Río, consiguió 250 millones de euros de ganancias, le importa un pimiento si la decisión de la pequeña Biles es un mensaje universal o una muestra de cobardía, como, de manera incomprensible, defienden algunos.

La primera semana, como siempre, ha dejado de todo. Hemos visto a una niña española de 17 años que nos ha enamorado con una sonrisa que parecía a destiempo porque emergía cuando todos se muestran serios y tensos, y sus triunfos vibrantes en combates de taekwondo. Porque se puede ser feliz viendo taekwondo. O se puede entristecer de pena viendo judo porque un colosal luchador español se derrumba y rompe a llorar porque, después de haberse convertido en el número uno del mundo, acaba de perder el combate que le deja sin medalla.

La víspera del esperado inicio del atletismo, el deporte que recupera su alcurnia cada cuatro años, un pertiguista estadounidense, Sam Kendricks, dio positivo por covid y mandó de cuarentena a otro puñado de atletas. Porque delta se ha colado en los Juegos sin invitación. La incidencia del virus no deja de crecer en Tokio. La ciudad reportó el jueves 3.865 nuevos casos y la víspera había llegado por primera vez a los tres mil. En la sanidad tokiota empieza a existir cierta preocupación por el número de camas en los hospitales, mientras en el comité organizador insisten en que la burbuja es segura y que los deportistas viven literalmente en un mundo paralelo. Mientras, algunos pubs de Shibuya anuncian en sus cristaleras que allí sí se puede beber alcohol.

El atletismo ya ha llegado a los Juegos y ha entrado en un estadio que costó 15.400 millones de dólares y donde los atletas correrán, saltarán y lanzarán durante diez días ante un inmenso graderío vacío. ¿La inversión más ruinosa del siglo? No creo.

Pero el deporte siempre acaba imponiéndose. Porque a la vuelta de la esquina siempre hay un deportista que se olvida de las butacas sin público, del año y medio que lleva sufriendo por la pandemia y de mil obstáculos más, y muestra lo mejor de sí mismo en el día más especial. Y eso, esa magia, la de Sunisa Lee premiada en oro cuando nadie la esperaba a ella en lo alto del podio de la gimnasia, o el esfuerzo agónico del noruego Kristian Blummenfelt, corriendo como si fuera Zatopek, para proclamarse campeón olímpico de triatlón por delante del estilista Alex Yee, hace que nos olvidemos de todo lo demás. Así que sigamos disfrutando, que hasta dentro de tres años no habrá otros Juegos y vete tú a saber qué males nos rodean hasta entonces…

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